Adoro el arroz con leche. Por donde voy, ya me pueda haber comido un buey que, si de postre hay arroz con leche, ahí muero. En su punto, no excesivamente dulce, meloso, con canela, cáscara de limón y azúcar caramelizada en la superficie.
La que más sabe de arqueología en esta ciudad (y del resto del mundo) me descubrió hace poco que, tal vez mi afición a este postre sea herencia directa de nuestro pasado andalusí. Y es que el arroz llegó a la península ibérica con la conquista musulmana. Sepan que los primeros grandes arrozales de Europa fueron los plantados aquí por los habitantes de Al-Ándalus en el delta del Guadalquivir. Además del “arruzz”, los árabes también nos trajeron el limón, la canela y el azúcar, así que es fácil imaginar un postre dulce, a base de arroz, leche, canela, limón e incluso miel, en el recetario andalusí. Sí, el arroz con leche es herencia andalusí. Mía, desde luego.
En Japón el arroz lo es todo. Es cultura, amuleto, ofrenda a los antepasados, su cultivo está subvencionado por el gobierno y protegidos los campos donde se cultiva. Ni usan maquinaria para proteger su pureza. En fin, que amén de las cualidades casi mágicas del arroz, hay hasta santuarios para sus rituales y, en cada museo nipón, una sección dedicada a él.
Kenji (nombre ficticio) llegó desde Japón a Córdoba en plena ola de calor a descubrir nuestro pasado andalusí y puede que los vestigios de ese arroz que fue cultivado un día en esta ribera del Guadalquivir. Esto solo lo imagino, pero me encanta hacerlo. Kanji, provisto de su cámara fotográfica, el teléfono de última generación, su gorra y toda la información sobre la ciudad, decidió hacer una mañana la visita al Museo Arqueológico.
Y así fue como en el frescor del interior de un museo que tantos éxitos y repercusión social y científica nos ha reportado en los últimos años y que tan de capa caída está últimamente, con un descenso significativo de visitantes, Kanji se topó de frente con los vestigios indiscutibles de la existencia del arroz con leche andalusí. Ahí es nada.
Fascinado debió quedar ante la visión de los ataifores, unos platos hondos que contuvieron un día el arroz con leche del Califato. Tan anonadado quedó que, cuando volvió en sí, miró a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo y resultó que estaba solo. No, no había vigilantes, ni estaban sus colegas, ni ningún otro turista. Nadie. Imagino que subió, bajó, buscó y rebuscó, fue al WC, se refrescó la cara … y nada. Estaba solo y, además, atrapado. Las puertas al exterior del museo estaban cerradas. Abandonado a su suerte y rodeado de aquellas piezas únicas, de esos tesoros de valor incalculable. A su mano, el patrimonio de Córdoba.
El resto es historia. La han contado las crónicas. Nuestro Kanji fue rescatado del museo a las cinco de la tarde por la policía local. Dos horas en las que nadie del museo pasó por allí, ni se inmutaron. ¿Tocaría Kanji alguna de esas piezas intocables? ¿Abriría cajones? ¿Cogería una pieza de esas muy pequeñas con miles de años detrás? No, seguro que no. Kanji no es así. Es japonés. Yo no sé si me habría resistido.
Me encanta Japón, el arroz y el arroz con leche. Iré pronto al país nipón… voy a ver si consigo quedarme atrapada en un museo.
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