Juan Carlos, el chico de barrio que llegó a ser rey
Fue corto, pero intenso. A Juan Carlos Gómez (Córdoba, 1973) le reservó el destino una trayectoria singular y descocada, un viaje alucinante por algunas de las formaciones más estrambóticas que se hayan conocido en la historia del fútbol español. Estuvo en el Córdoba pre-Gómez, un club que vendió su campo para que construyeran un centro comercial y despachó un curso más que notable en el estadio San Eulogio en una potente Segunda B. Pasó también por el Marbella, una institución totalmente fuera de sí después de rozar por pura casualidad un ascenso a Primera que repartía los sueldos en bolsas de plástico sobre la cubierta de un yate. Y estuvo en el Atlético de Madrid de Jesús Gil, donde ganó el histórico doblete en 1996 sin ser, ni mucho menos, testimoniales sus apariciones.
Todos se acuerdan de Toni Muñoz, el cordobés del barrio del Naranjo, emergiendo como un héroe en aquel episodio cumbre en la historia del club rojiblanco. Y muy pocos recuerdan que allí mismo, posando en las fotos y trotando sonriente en las vueltas de honor, estaba también un chico del barrio de Las Palmeras que quiso comerse el mundo sin tener muy clara la receta. Fue un buen futbolista con mala suerte. Seguramente con mejores piernas que cabeza. Un chaval que peleó por lo suyo sin que le importara nada más que alcanzar la felicidad. A Juan Carlos le tocó padecer la tortura de las lesiones, que terminaron destrozándole y afeando el tramo final de un camino que tuvo paradas gloriosas. Ascendió, descendió, ganó títulos y se retiró joven. No le faltó bocado que probar.
Juan Carlos fue uno de los miembros más talentosos de la hornada de juveniles del Córdoba en la transición de los ochenta a los noventa. Imaginativo con la pelota en los pies, pícaro y con una amplia gama de remates, el club le reclutó cuando era infantil después de verle hacer diabluras con el Club Deportivo Victoria, un equipo de su barrio. En su etapa de formación añadió empaque a su juego, puliendo su tendencia a adornarse en exceso para suplirla con una contundencia brutal en el área. Cuando acabó como juvenil, entró en el primer equipo del Córdoba para experimentar en carne propia lo que venía siendo un caos. Recién destruido el viejo estadio de El Arcángel para levantar un supermercado, el Córdoba se encontró en la temporada 92-93 como un nómada.
Jugó partidos en Écija, Montilla o Lucena, pero su hogar titular era el Estadio de San Eulogio, acondicionado por la entidad financiera Cajasur y dotado de un césped que, mal que bien, aguantaba las carreras de un equipo con sello cordobés. Por allí andaban Alfonso Barajas, Nandi, Ortega, Carrasco o el propio Juan Carlos, que jugó 31 partidos a las órdenes del añorado Tolo Plaza. El Córdoba no lo hizo mal. Terminó séptimo, a siete puntos de un play off que jugaron Las Palmas, Xerez, Granada y Jaén. Era dura aquella Segunda B. El Córdoba se encaminaba hacia una etapa distinta, con la conversión en sociedad anónima, la inauguración de un nuevo estadio y la entrada triunfal de Rafael Gómez. Al empresario le comentaron que había un chaval en el equipo que era la viva imagen de Valentín, aquel futbolista que encandiló a la afición a mediados de los ochenta y que fue fichado por el Betis. Gómez pensó que sería buena idea recuperar al original y fichó, previo pago de su suculento importe, a Valentín. Juan Carlos se marchó del club y nunca más volvió. Lo fichó el Atlético de Madrid, que por entonces pescaba con frecuencia en Córdoba -lo hizo con Toni, Barajas, Gonzalo...-, y lo colocó en su filial. Un horizonte nuevo para el cordobés.
Con 21 años, Gil lo envió en un paquete de cedidos al Marbella que presidía su amigo Petrovic, un empresario que se dedicaba a algo y que movía bastante dinero. Tanto como para citar a los futbolistas en su embarcación de lujo para pagarles sueldos, primas y prebendas. El delantero cordobés fue el máximo goleador marbellí (11) en la temporada 94-95, donde vio desfilar a ¡ocho! entrenadores (Sekularac, Nene, Nestorovic, Coleman, Blanco, Javi, Delfín Álvarez y de nuevo Blanco) para quedar en el puesto 13. Dos años después, el Atlético Marbella se despeñó hasta la Tercera División y desapareció del mapa. Para entonces, Juan Carlos ya había sido recuperado por el Atlético de Madrid... y había ganado una Liga y una Copa del Rey el mismo año. Al lado de leyendas como Molina, Pantic, Simeone o Caminero, jugó 12 partidos y marcó 2 goles. Los titulares eran unos tales Kiko Narváez y Lubo Penev.
Al año siguiente jugó 20 partidos pese a que el Atlético fichó a Juan Esnáider, pero al final del ejercicio decidió abrirle la puerta para que se fuera al Real Valladolid. En Pucela se le torció todo. Sufrió su primera gran lesión y sólo pudo intervenir en 9 partidos (2 goles). Con 25 años, regresó a Segunda pero lo hizo para enrolarse en un grande, el Sevilla FC, con el que vivió los que que quizá hayan sido sus dos mejores años en el aspecto individual. Titular indiscutible, marcó 13 goles en 33 partidos y contribuyó de manera decisiva al ascenso a Primera. De nuevo en la élite continuo siendo un baluarte en el Pizjuán (34 partidos, 12 goles), pero el equipo blanco descendió otra vez. Y el Atlético, hundido en Segunda, le llamó de nuevo para que le ayudara a salir del infierno.
En dos años en el Calderón, su carrera se truncó. Kiko, Correa y, sobre todo, Salva Ballesta le cerraron el paso en el primero. En el segundo, ni siquiera rascó bola. Sufrió una nueva lesión y, además, surgió de la cantera colchonera un tal Fernando Torres. Un discreto paso por el Getafe (23 partidos, 4 goles) y por el Elche (7 partidos, 1 gol, más lesiones) terminaron por cerrar la etapa como futbolista profesional de Juan Carlos. Sólo tenía 30 años. Después, su rastro se diluyó. Pasó por el Villanueva, en Tercera, y estuvo un tiempo entrenando a prueba con el Lucena, pero el asunto no cuajó. Ocupó, como entrenador, el banquillo del Ciudad Jardín en la Primera Andaluza. Ahora se dedica a la representación de jugadores.
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