Ruleta rusa
Sabía que este momento tenía que llegar. Hice la advertencia al mismo tiempo que me comprometía: “Publicar semanalmente es como jugar a la ruleta rusa”. Quizás no me entendieron, o pensaron que exageraba, o creyeron que el entrenamiento desarrollaría mis dotes creadoras, pero ha llegado el día en el que no tengo tema sobre el que escribir y me ha dado el punto de explicar el cómo y el por qué de una mente vacía.
El síndrome del folio en blanco suele pasar en las mejores familias y en los Premios Nobel más reputados. El éxito de una publicación crea una espiral de expectación que se transforma en compromiso y acaba en responsabilidad. Vértigo también le llaman.
Firmé la última entrada de este blog un martes de madrugada, convencido de haber escrito algo redondo. Escribir redondo es contar lo que quieres contar y que se entienda, más allá de cualidades literarias. Hasta el viernes, aproveché los huecos del trabajo y quehacer diario para releer y saborear mi declaración de amor a la profesión que me da de comer.
Una celebración doble de cumpleaños me secuestró durante el sábado, clavado en la barra de un bar para más loa de Maná.
El domingo dediqué el día a recordar a mi madre, a la que ya llevo tres años sin ver y a quien otro día de mente en blanco dedicaré un post.
La rutina de lunes y martes me dejó sin un minuto extra para pensar y aquí estoy, miércoles por la mañana, antes de irme de perol para celebrar San Rafael como manda los cánones, intentando explicar por qué un blog es como una ruleta rusa: porque ya he malgastado el único hueco en el tambor de mi revólver.
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