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Oro rojo

Eusebio Borrajo

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Nunca olvidaré mi primera vez. Deseaba que llegara el momento, era una necesita física y emocional, pero no imaginaba que iba ser de aquella manera, tan fría. Motor al ralentí y Michael Jackson sonando en la radio, asiento reclinado, a plena luz del día y en un parking público. No, definitivamente nunca pensé que mi primera extracción de sangre tuviera tan poco encanto, pero ayer me dio el punto y me hice donante en un autobús. Mi vida ya ha cambiado.

En España hay 6.000 donaciones de sangre al día, una cada cuatro minutos. Conocer la cifra es tan fácil como teclearlo en Google, pero alcanzarla es más difícil de lo que pudiera parecer. Hace falta sangre, o eso dicen los expertos que a diario reclaman glóbulos rojos, plaquetas, plasma y lo que llaman hemoderivados. Las campañas funcionan, más o menos, y a pesar de que los datos aumentan ya nos hemos acostumbrado al habitual SOS reclamando donantes de los grupos sanguíneos menos frecuentes.

Y allí, tumbado en la camilla, con la aguja en vena y aportando mis 450 centilitros de rigor, me hice consciente del valor de la sangre. Oro rojo que salva vidas, sí; material médico-sanitario, también.

Hace unos meses se abrió el debate sobre la donación sanguínea altruista. Un debate ético al que la crisis le surge como peor enemigo, lo que permite frivolizar: si Hacienda, los ayuntamientos o los bancos me chupan la sangre, ¿por qué no puedo venderla si es mía? Si la sanidad pública es el principal cliente de las multinacionales farmacéuticas, ¿por qué no me pagan a mí tan valiosa aportación?

La donación sanguínea en España está construida sobre una prohibición, una campaña de imagen y un cargo de conciencia colectivo que componen un silogismo perverso: “Si la sangre es un bien necesario para vivir y con la vida no se negocia, para salvar vidas hay que donar sangre”. Y es cierto, pero también se podrían salvar vidas poniéndole un precio.

Durante años me he sentido un ‘poquito’ mala persona porque no era capaz de sacar media hora para salvar la vida a otros, pero ayer, mientras bombeaba mi oro rojo, comencé a dudar de un sistema de donaciones coercitivo. Y aunque no tengo una opinión del todo formada y sé que regular un asunto como éste es muy delicado, sí preferiría un sistema en el que pudiera elegir si regalo o vendo mis propios hematíes. Soy un donante escéptico, porque la solidaridad no tiene por qué estar reñida con el mercado.

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