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Isn't she lovely

Eusebio Borrajo

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Me desperté y en la radio del coche sonaba Stevie Wonder. ‘Isn’t she lovely’. Íbamos rápido, las ruedas del 505 chirriaban como nunca, estaba claro que llegábamos tarde al tramo. En mi primer recuerdo de rallys no aparece un Porsche, ni un Manta 400, ni un Lancia Stratos, ni Zanini, ni siquiera Beni Fernández, pero los madrugones que me regaló mi padre para ver el Sierra Morena me dejaron impronta. No lo duden, hoy me ha dado el punto y voy a escribir de rallys.

Reconozco ser de esos ‘malnacidos’ que prefieren escuchar el ralentí de un motor de 300 caballos al canto de un jilguero. Hay que ser muy sensible para que el petardeo de un Maxi Turbo te ponga la carne de gallina, o para que se te salten la lágrimas al ver unos discos de freno incandescentes después de bajar Villaviciosa. La belleza es algo muy subjetivo, pero nada como la barrida de un Sierra Cosworth en las horquillas de Pozoblanco, o una parrilla de faros rompiendo la madrugada en Obejo.

Treinta y cuatro años después, el Rallye Sierra Morena sobrevive como puede intentando dejar recuerdos tan imborrables como los míos a otra generación de aficionados. Si fue difícil inventarse una carrera a finales de los 70, mantenerla viva y llegar a su trigésima edición, hoy día, es casi una odisea.

Organizar un rally no es sencillo, ni barato. Los rallys, y más el Sierra Morena, son grasa y gasolina, pan de El Vacar y café en Trassierra haciendo tiempo para la segunda pasada por Cerro Trigo. Dicen que la falta de glamour espanta a los patrocinadores camino de mercados más apetecibles, como la F1 o las motos. Es triste, pero los petrodólares y los oportunistas dominan el deporte del motor, aunque todavía nos queda la clase de Rafa Marchena para recordar que un día esto fue páramo de ‘gentleman drivers’.

Durante años olvidé mis orígenes y me dejé llevar por cunetas internacionales, de Portugal a San Remo, de Montecarlo a Alemania. Conocí Fafe, Langan, La Bisbal de Falset, Panzerplatte y por supuesto el Turiní siguiendo a un mito como Carlos Sainz, hasta verle agotado agarrado al volante de un Subaru mientras Luis Moya descorchaba eufórico una botella de champán.

Por eso, después de ver este fin de semana que la 30 edición del Sierra Morena ha sido espectacular en lo deportivo y ejemplar en lo organizativo, no puedo evitar pensar que merecieron la pena esos madrugones para llegar a tiempo a la paella de Las Ermitas.

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