En caso de duda, ponga un dron (o unos cuantos). Una solución sencilla que resuelve la navaja o la tijera de Ockham. Y la Organización de Ciudades Patrimonio, que cerró así su congreso en Córdoba el pasado viernes.
Drones sobre el río Guadalquivir, sobre el Puente Romano de Juan Cuenca (otro romano).
Drones iluminados de colores blau y grana porque así los vi, que soy del Barça, y también, supongo, porque alguien sigue negociando una financiación especialita de eso que hasta los drones dibujaron en el cielo como el mapa de la Península Ibérica.
Pero estas son cosas mías.
Cada vez que veo la silueta de la Península Ibérica atisbada en un folio de escuela o dibujada por drones en el cielo pienso en la Universidade de Coimbra, en Ceuta, en Lanzarote, en Finisterre, en el casco histórico de Tarragona frente al Mediterráneo, en el garum que salió de Baelo Claudia. También pienso en Damasco y en unos almendros en flor. En una sardina. En los cedros de Sinaí. En el mar, coño, en el mar, donde está todo y donde parece que no hay nada en la noche. En una balsa de piedra flotando por el océano. En don José Saramago, al que mi tortuga, en su viaje persistente, me recuerda.
Vi los drones el pasado viernes y su relato de megafonía tópica, y creo que no vi nada. Y nada nos dieron a entender.
Me di cuenta de que si no eres Putin, Netanyahu, Zelensky u otros parecidos, tus putos drones son una mierda, ya sea aquí, en Vigo o en Puente Genil.
Y creo que menos mal.
Que nos queda Portugal (citando a los clásicos).
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