Es uno de los episodios más oscuros y, a la vez, más clarividentes del libro. El pianista Brad Mehldau (Jacksonville, Florida, 1970), una figura totémica en el mundo del jazz en los últimos 30 años, narra el abuso sexual al que fue sometido por el que fuera director de su instituto. La víctima da el paso clave: expone a su depredador con nombre y apellidos. Y lo hace con una prosa sencilla y nada novelesca para, a continuación, analizar lo que ocurrió y las inevitables consecuencias que tuvo aquel abuso en los años posteriores.
Para un artista como Mehldau, un maestro de la disonancia, ha sido “catártico” escribir Un canon personal, la primera parte de su biografía, traducida y publicada en español por la editorial cordobesa Berenice (dentro del grupo Almuzara). En ella cuenta, entre otras muchas cosas, cómo fue aquel terrible episodio de abuso sexual y los efectos que tuvo en aquel joven que, poco después, se mudó a Nueva York para comenzar a dejar su impronta en la historia del pianismo internacional -la etiqueta de jazz hace años que se queda corta para Mehldau-, hasta que la heroína entró en su vida y lo metió en una espiral de la que salió vivo de milagro.
Y es que esta primera parte de su historia se centra en sus años de formación y acaba justo en 1996, meses antes de que Mehldau publicara uno de sus discos más celebrados, The art of trio volumen 1 (Warner) y comenzara su verdadero ascenso a los cielos del jazz contemporáneo. La etapa que aborda esta primera entrega estuvo marcada por el aprendizaje y el crecimiento personal, pero también por la depresión, la crisis de identidad y la adicción. Todo ello está en un libro escrito desde un compromiso implacable con la autocrítica y que permite descubrir de qué oscuro infierno nace la genialidad de uno de los más grandes músicos de las últimas décadas.
No creo que haya ninguna conexión entre las drogas y el jazz
“A veces, escribirlo era como una especie de autoterapia y autoanálisis”, confiesa Mehldau en una entrevista con Cordópolis. El pianista, bastante reservado y que concede pocas entrevistas, acaba de volver de una gira y accede a hablar de un libro que en Estados Unidos se publicó hace casi dos años, que ha recibido una mención honorífica en los Premios del Libro de la Asociación de Periodistas de Jazz 2024, y cuya génesis está, en buena medida, en el movimiento metoo.
Aunque también hay mucho de exorcismo personal. Mehldau reconoce que dar el paso y exponerlo todo, lo bueno y lo malo, “fue liberador”. “Todavía lo es. No siento vergüenza de quién soy en lo que respecta a los aspectos personales que abordé en el libro: la sexualidad, las drogas, etcétera. Y eso es una buena sensación”, admite.
Un canon personal llega bendecido, entre otros, por el cineasta Paul Thomas Anderson, quien coincidió con el pianista en la etapa en la que éste colaboraba con el músico Jon Brion -autor de la música de Magnolia y Punch Drunk Love-, y con quien Mehldau publicó dos de sus discos más celebrados -Largo (Warner, 2002) y Highway river (Nonesuch, 2010)-.
Y tiene sentido, ya que la primera parte de la biografía del pianista tiene un punto de tragedia andersoniana: todo es mágico, absurdo y trágico a la vez, y el azar es un invitado de excepción en el devenir de su protagonista. Un joven prodigio que, partiendo de una infancia feliz, acaba viviendo una adolescencia complicada, preludio de un paso a la madurez vibrante en lo profesional, pero infernal en lo personal. El final de estos años de formación es un pequeño calvario marcado por la heroína, pero entre cuyas grietas finalmente se cuela una luz.
Aunque lo que no se evita en el libro, en ningún caso, es penetrar en la oscuridad, ejemplificada en la descripción del abuso sexual que le infligió repetidamente aquella figura de autoridad, el Doctor Dunn, una trauma que, a su vez, explica la enorme crisis de identidad sexual y su insaciable consumo de drogas duras durante la década de los 90.
Una década que Mehldau también ha querido retratar con realismo, dada su importancia dentro de la historia del género. “Quería rendirle un buen tributo y describirla desde mi propia experiencia, pero sentí la obligación de contarla con cierta precisión”, cuenta el pianista, que reconoce el impacto que le causó su llegada a Nueva York y su contacto en primera persona con los clubs y las figuras legendarias del jazz, una música que él ya practicaba, aunque desde ciudades y estados menos sofisticados (Connecticut y New Hampshire).
Fue en este último estado, en la ciudad de West Hartford, donde Mehldau sufrió un episodio continuado de abuso sexual por parte del director del instituto. En el libro, el capítulo se titula Recuperando la clase de gimnasia. No tiene ningún tipo de marca especial. Cero grandilocuencia; está contado casi de soslayo, porque, entre otras cosas, queda claro que el pianista asume su rol de víctima desde un lugar privilegiado: el de quien ha logrado sobrevivir para contarlo y para detectar a otros que, como él, fueron presa del mismo tipo de depredador.
A pesar de su nulo interés en victimizarse, su agresor sexual sí que queda retratado. El Doctor Dunn leyó las carencias emocionales del joven Mehldau y logró la forma para estar totalmente a solas con él. Durante tdo un curso, lo forzaba a quedarse después de clase con la excusa de que, de no hacerlo, no iba a graduarse. Una vez a solas, lo obligaba a hacer ejercicio, a cuyo término, sistemáticamente, le pedía que desnudara y se duchara delante de él, sin quitarle ojo de sus genitales. Así lo hizo durante un curso entero, sin llegar a ponerle la mano encima, pero causando un trauma que explotó en los años venideros, cuando Mehldau comenzó a comprender la dinámica de dominación que se encerraba detrás de aquellos encuentros.
A veces, simplemente sanamos. La oscuridad se desvanece
Cuando se le pregunta por ello, el pianista también deja a un lado la imagen de él como víctima, aunque reconoce que incluso ahora, tantos años después, identificar públicamente al agresor le ha supuesto un dilema ético: “A decir verdad, reflexioné sobre la moralidad de usar su nombre real. Una de las cosas que lo hizo más fácil fue que él y su esposa ya habían fallecido y no tuvieron hijos. También pensé que quizás otras personas habían pasado por algo similar a lo que yo viví”.
Y así fue. Después de leer el libro, una persona contactó con el pianista contándole que experimentó algo muy parecido con el Doctor Dunn. “Prefiere mantenerlo en privado y no compartirlo públicamente, y lo entiendo. Creo que hubo más chicos con los que el Dr. Dunn se comportó como lo hizo conmigo”, señala el autor de la serie The art of trio.
Aquellos encuentros supusieron un antes y un después para un chico que ya había sufrido los efectos del bullying a causa de algunas experiencias homosexuales iniciáticas. Todo aquel sentimiento de culpa, desconcierto y desubicación -acentuado por el hecho de ser adoptado- le condujo a problemas de identidad sexual que acabó resolviendo a través de la bisexualidad.
Pero, a la vez, también le llevó a sumergirse en el mundo de la droga -la heroína- del que no lograba salir ni por perder relaciones sentimentales, ni por malograr contratos musicales, ni tras ver marcharse a varios de sus amigos por sobredosis. De nuevo, el escritor resulta ser tan implacable autoanalizándose como lo es delante de un piano.
Entre muchas cosas, cuenta cómo, por culpa de sus adicciones, fue despedido del grupo del saxofonista y director de orquesta Joshua Redman, con el que grabó su primer gran éxito, el clásico Moodswing (Nonesuch, 1994). Y, al igual que hace en el libro, trufado de episodios yonquis narrados con todo lujo de detalles sórdidos, Mehldau huye en sus respuestas del misticismo que rodea la relación entre el uso de sustancias y la creación artística.
“No creo que haya ninguna conexión entre las drogas y el jazz, o la música en general. La gente usa drogas para escapar del dolor, sin importar su profesión. En mi caso, no fue un coqueteo. Estaba deprimido, incómodo conmigo mismo. Parte de eso era mi disposición genética, parte era trauma”, afirma el artista, que agradece que hoy se hable “más y mejor de la salud mental” y de que la conversación ya no gire en torno a “la vergüenza y el estigma”.
La 'vida jazz' consiste simplemente en rechazar las tonterías en términos musicales y comprometerse con la belleza
En su caso, la música acabó actuando como salvación -en su fase de adicto lo empeñó todo menos sus discos de John Coltrane-, del mismo modo que, años antes, cuando crecía, le había servido para poder contactar con quienes, como él, solo eran capaces de crear comunidad a través de los discos de rock. El libro ofrece un catálogo divertidísimo de todas las tribus rockeras que existían en los años 80, con unas fronteras delimitadísimas.
Hoy, cree que el mundo puede que sea diferente y que esas fronteras se han difuminado: “Tengo la impresión, por mis tres hijos, de que para ellos esa sensación de ser una minoría fue menos pesada. Pero supongo que ahora hay otros desafíos, como el escarnio público en redes sociales al que algunos jóvenes se ven sometidos”, reflexiona un músico para el que el hecho de ser adoptado reforzó su sensación de “no pertenencia”.
Algo que, al mismo tiempo, confiesa que le hacía sentir especial. “Esa dualidad de ser un forastero, pero al mismo tiempo querer liderar la tribu, de ser el insider especial, con la 'marca de Caín'. Supongo que eso forma parte de mi éxito musical, pero es difícil analizarse demasiado a uno mismo y establecer conexiones directas con la música”, medita cuando se le pregunta si cree que hay una relación entre las vivencias narradas en su biografía y su compleja y poderosa forma de componer y tocar música.
No obstante, Mehldau reconoce que algunos de los momentos más gratificantes de su vida musical vienen de comentarios de oyentes que le han dicho: “Me hiciste sentir menos solo”. “Eso es lo que siempre amé en la música, ya fuera tocando un Intermezzo de Brahms, escuchando a Coltrane o tocando con otros músicos de jazz: esa sensación de pertenencia con los demás, pero al mismo tiempo manteniendo la autenticidad, sin necesidad de sacrificar tu individualidad”, explica.
La literatura ha sido un proceso diferente. “Escribir este libro sido un gran logro para mí. Es la primera pieza de escritura de mayor extensión que he publicado. He escrito muchos textos más cortos a lo largo de los años, pero siempre en forma de ensayos. Es quizás como la diferencia entre escribir una pequeña melodía de jazz que tocaría con mi trío y componer una pieza a gran escala con piano y orquesta”, apunta el autor de Un canon personal, una obra trufada de sus agudísimos comentarios y reflexiones sobre el arte, la música y la creación.
Un libro en el que, además, se percibe su intensa conexión con España, donde publicó algunos de sus primeros discos -en el sello Fresh Sound, de Jordi Pujol-, gracias su trabajo con el batería Jorge Rossy -que fue miembro inicial de su trio-, y a sus colaboraciones con el saxofonista Perico Sambeat, que lo invitó a pasar alguna temporada en Valencia o Madrid.
De hecho, Madrid es una de las ciudades que aparece en uno de los pasajes más crudos -y poéticos- del libro. Se titula Miguel, y en él narra el viaje que hizo con un chapero a un poblado chabolista a comprar heroína y sus posteriores encuentros sexuales en un hostal llamado Fernández. Pura literatura, construida a partir de sus recuerdos de una ciudad a la que le tiene especial cariño.
Reflexioné sobre la moralidad de usar el nombre real de mi agresor sexual
“El Café Central fue el primer lugar donde toqué en España, con Perico, Jorge y Mario Rossy. Fue muy divertido. Y, por supuesto, había peligro: gitanos, heroína. El olor a Ducados. Toda la tristeza y el peligro han desaparecido. Solo queda lo bueno. A veces, simplemente sanamos. La oscuridad se desvanece”, rememora el pianista, que también reniega de la idea de que, para brillar en el mundo del jazz, haya que experimentar una vida de excesos.
De nuevo, Mehldau prefiere no alimentar el monstruo -el mito-. “Para mí, la vida jazz consiste simplemente en rechazar las tonterías en términos musicales y comprometerse con la belleza a través de un lenguaje común conectado con el blues y el swing. Pero soy un poco escéptico ante la idea de que uno deba llevar un tipo de vida en particular. Esto puede convertirse en una forma de autoengaño, como cualquier otra cosa. Quizás, lo más difícil para cualquier ser humano es vivir de manera honesta según sus propias convicciones”, concluye como penúltima reflexión.
La última, más que una reflexión, es una confesión, al hilo sobre qué se siente al envejecer como músico en la era de los algoritmos y el streaming. “Soy un boomer autodeclarado. No soy bueno con las redes. Y la verdad es que me siento afortunado de haberme hecho un nombre antes de esta época”, confiesa este artista total, que, a sus 54 años, mantiene un ritmo envidiable de publicación de dos discos al año.
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