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Almuzara publica en español el descenso a los infiernos del jazzista Brad Mehldau

Brad Mehldau.

Redacción Cordópolis

10 de septiembre de 2024 20:01 h

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“Mi primera conexión realmente fuerte y memorable con la música vino a través del reloj de la radio de mi dormitorio en Bedford. Me lo regalaron por Navidades cuando tenía siete años, y con él escuchaba los éxitos de esa época. Como aún no tenía tocadiscos, que llegó un año después, solía escuchar una canción en particular, enamorarme de ella, y esperar pacientemente hasta que sonase de nuevo. Intentaba pillarla cuando íbamos en el coche y me dejaban sentarme delante y elegir la emisora”.

Así recuerda Brad Mehldau, 53 años, su relación inicial con la música, compañera desde crío. A edad tempranísima llegó Billy Joel a sus oídos, músico al que después aparcaría. Y después lo harían muchos otros más, los grandes maestros de clásica incluidos, con Bach a la cabeza.

Estos recuerdos forman parte de Un canon personal,  primera parte de la cruda autobiografía del pianista de jazz, en la que habla claramente de su bisexualidad y su adicción a la heroína. Un libro que acaba de ver la luz en español a través de la editorial Berenice, que forma parte del grupo editorial cordobés Almuzara.

Un canon personal es la parte inicial de una autobiografía que llega hasta los veintitantos años. La soledad siempre fue compañera de viaje y así lo reconoce cuando su máxima aspiración al crecer era ser camionero o ser encargado de cabina de peaje. Una soledad que no siempre tenía que ser oscura y que llevaba las notas de Vangelis, Bowie, Thomas Dolby, Dire Straits. En el colegio fue un “pringao”, hizo sus primeros amigos, vivió sus primeros desafíos, se acobardó, se sintió acorralado, recibió las clases de piano de la señorita Hurwitz y el útero-sótano de su casa se convirtió en su refugio y el de su hermana.

Mehldau adolescente va dando pistas primero, hasta contarlo sin tapujos después, de sus experiencias sexuales con chicos y chicas, de su bisexualidad, las relaciones con amistades esporádicas, el suplicio al que le sometía el doctor Dunn. “Bebía porque quería estar en un sitio diferente al sitio en el que estaba, y porque quería ocultar algo que sentía. No quería sentir cosas; ya sentía demasiadas, y quería amortiguar aquello”, escribe. Y a los veinte, dispara sin anestesia, “me convertí en un drogadicto”. Con la autoestima por el suelo y la heroína llamando a la puerta, el relato de Brad Mehldau es de una crudeza que desgarra: “La heroína supuso para mí la rendición definitiva, y a lo que en parte me estaba rindiendo era al odio a mí mismo que las experiencias del pasado me habían hecho sentir (...) La heroína hacía que el dolor y las preguntas sin respuesta se esfumaran. Nada de eso importaba. Que les den a todos; que le den a todo”, cuenta. No hay filtros, pero no se recrea. Simplemente lo vomita.

Sin toda esa amalgama de experiencias vividas, sin cada uno de los discos que escuchó, sin las lecturas de Joyce y Mann, sin los conciertos que dio, el joven Mehldau no hubiera podido ser el enorme pianista de jazz que es hoy, requerido en festivales de todo el mundo, cabeza de cartel siempre y un número uno que no admite discusión. Pero antes de este descenso en caída libre a los infiernos están sus primeras grabaciones, su amistad con Mario y Jorge Rossy (este último, una pieza fundamental de su vida musical), el viaje a España a principios de los noventa tocando en clubes como el Café Central en Madrid y La Cova del Drac y el Jamboree en Barcelona. Y la amistad con tantas vacas sagradas del jazz. Ha conocido a casi todos. De ellos ha aprendido lo mejor.

Nacido en 1970 en Florida, Brad Mehldau es un pianista y compositor estadounidense reconocido por su estilo único que fusiona el jazz tradicional con elementos del rock, pop y la música clásica. Comenzó a tocar el piano a una edad temprana y estudió en la New School for Jazz and Contemporary Music en Nueva York. Su carrera despegó en la década de 1990 como miembro del Joshua Redman Quartet, pero fue su trabajo con el Brad Mehldau Trio, junto al bajista Larry Grenadier y el baterista Jorge Rossy, lo que le dio notoriedad internacional. 

Mehldau ha colaborado con grandes músicos, incluyendo a Pat Metheny, Renée Fleming y Charlie Haden, demostrando su versatilidad para explorar diferentes géneros. A lo largo de su carrera ha recibido numerosos galardones, incluyendo varios Grammy. Su enfoque introspectivo y su capacidad para combinar la improvisación jazzística con una estructura clásica han hecho de él una figura destacada en el panorama musical contemporáneo. Además de sus grabaciones de la música de Bach, ha compuesto obras para orquesta y bandas sonoras para cine, consolidándose como uno de los músicos más innovadores de los últimos lustros.

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