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¿Qué pasara? ¿Quién estará?

Juan José Fernández Palomo

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En un futuro no muy lejano, una galaxia cercana llamada Provincia de Córdoba se despoblará. Es el invierno demográfico.

Las consecuencias podrían ser alarmantes, las causas diversas pero inexorables: emigración juvenil (a ver si pasa algo ahí afuera), inmigración casi nula (por si vienen a delinquir, dicen algunos), escaso nacimiento de niños y niñas (son caros de mantener, hacen ruido a deshoras, los padres y madres tienen problemas para conciliar la vida familiar y laboral –si tienen vida laboral-) y las personas cascan sí o sí (por mucho que Saramago inventara una novela que empezaba con la frase “al día siguiente no murió nadie”).

Los datos ya están: desde 2012, la población de Córdoba no ha parado de menguar. En el último año la provincia ha perdido 3.000 habitantes. En cinco años han sido 15.000 los cordobeses de menos que hay en la provincia.

Qué pasará; empezamos a preguntarnos algunos. Es posible que encontremos ventajas como que los bares de noche sean más cómodos, que haya menos tráfico y así se atropellen menos linces y se reduzcan las emisiones de CO2, que haya menos colas por estas fechas en las administraciones de lotería o haya más sitio para reservar una comida de empresa, yo que sé.

Posiblemente asistamos a fenómenos sociales, antropológicos o naturales desconocidos como que en los municipios sólo quede un alcalde simbólico que se vote a sí mismo –si aún mantenemos un sistema democrático-, un guardia y un concejal de festejos que organizará la feria de verano por si vuelve algún emigrante a tomarse un vino en un vaso de plástico.

O que, al no haber matarifes ni apenas vigilantes del Seprona, ni cazadores, los animales –proclives a procrear ajenos a toda moral- se multipliquen en la dehesa y demás campos y lo pueblen ya definitivamente todo; incluso surjan nuevas especies tras los cruces de lechones ibéricos con liebres, jabalíes con zorros, topillos con lirones caretos, muflones con la nueva jirafa del zoo…

En ese caso, la provincia podría convertirse en una especie de Isla del doctor Moreau y la cosa se pondría rara, rara.

Al no haber apenas habitantes autóctonos, las casas vacías se convertirán en el mayor parque de apartamentos turísticos del mundo, la mayoría propiedad del banco malo, vendría gente por poco espacio de tiempo y la economía estaría deslocalizada; total, para qué la queremos localizada aquí si no habrá gente.

Inquietante el futuro. En el supuesto caso de que yo sea inmortal (aún no hay datos fiables para desmentir esto), lo contaré. Lo prometo.

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