Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
La masculinidad es como una camisa de fuerzas. Una jaula, un corsé, una fantasía. Si los hombres fuéramos conscientes de lo mucho que nos limita y nos jode, hace siglo que habríamos iniciado una revolución personal –y política- que nos llevaría a desobedecer las expectativas de género de forma militante. Abrazando al fin todas las posibilidades de lo humano que nos hemos negado en nombre del mandato de omnipotencia que hace que nos creamos dioses y héroes, en fin, los putos amos.
El primer largometraje de Gerard Oms, que como él mismo ha dicho parte de un viaje vivido y sufrido por él mismo, pone el foco justamente en un varón al que acompañamos en proceso lento y árido de desobediencia. Un tipo al que vemos reproducir fielmente los mandatos viriles – y nada mejor que el fútbol como ecosistema para mostrarlos en todo su esplendor – y que, lejos de su lugar de origen, de su Barcelona de fratrías y familia, en una Holanda sin sol ni esperanzas, decide romper o, como mínimo, abrir un paréntesis en una vida que sabe que no es la suya. Todo ello en un contexto de crisis económica – la historia se desarrolla en 2008 – que nos permite comprobar cómo las brechas de desigualdad, y, por tanto, también las humillaciones y las violencias, multiplican sus efectos cuando interseccionan en los cuerpos más vulnerables.
En este sentido, Muy lejos es también una película sobre las migraciones, sobre la cínica Europa de los derechos y sobre ese vacío de dignidad en que viven tantos sujetos que el sistema expulsa a los márgenes. Oms nos cuenta esta realidad con la potencia del bisturí del mejor cine social – Loach, los Dardenne – y consigue, sin excesos melodramáticos, que nos duelan el hambre, la soledad y los miedos de que quienes no disfrutan del estatus de ciudadanía. Jodida democracia.
Un fotograma de la película.
Pero es sin duda el itinerario de Sergio, interpretado por un Sergio Casas que le da vuelta con inteligencia al estereotipo que tantas veces encarnó y que nos demuestra el buen actor en que se ha ido convirtiendo, el que centra el foco de una historia que nos desvela los mecanismos de autocontrol que la masculinidad nos impone, la homofobia que hemos interiorizado como hombres de verdad, la discapacidad emocional que con frecuencia nos conduce a la ira y, en definitiva, la herida que el protagonista aprende a sanar liberándose de la estrechez de un cuarto donde se siente un extraño.
En este proceso, el distanciamiento geográfico de sus raíces y la necesidad de sobrevivir en un contexto hostil que se nutre de la explotación de los más frágiles, le ayudan a Sergio a mirarse en el espejo, a recomponer el puzle y a, por fin, bailar. Una transformación en la que son fundamentales los vínculos que va tejiendo con unos personajes que le permiten reconocerse en su otredad: la casera/madre que lo acoge sin necesidad de explicaciones, el compañero de casa en el que acaba encontrando una música que le zarandea e incluso el amargado, huraño y, sin embargo, tierno Manel, interpretado por un David Verdaguer que merece todos los premios, y con el que incluso llega a superar buena parte de esas barreras que nos impiden a los hombres querernos y abrazarnos de verdad.
Muy lejos, que es una de esas películas que con su aparente frialdad nos demuestra que lo personal es político, nos remueve y nos conmueve porque está escrita y dirigida desde la herida. O sea, desde el cuerpo sufriente y el esqueleto maltrecho por los golpes que con frecuencia nos damos a nosotros mismos. En esa apuesta, tan poética y hasta tan feminista diría yo, reside lo mejor de una película que nos muestra la necesidad de reconciliarnos con esa parte de humanidad que los hombres nos negamos a reconocer en nosotros mismos. La urgencia, en palabras de Carolina Meloni, de “viajar a contra-trama” y de, en consecuencia, “reubicarnos y reescribir los mapas que nos situaron en la periferia misma de toda cartografía”. Un reto para el que los hombres, como Sergio, debemos aprender a atravesar todo tipo de fronteras y a habitar la herida que existía mucho antes de que nosotros viéramos la luz
Sobre este blog
Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
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