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Sobre este blog

Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

'Emilia Pérez': La (im)posible epifanía

Octavio Salazar

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Sobre este blog

Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

Hacía tiempo que no salía del cine con la sensación de haber sido arrollado por una experiencia que, como espectador, me ha zarandeado pecho y cabeza. Después de tanta película reciente empeñada en hablarnos del aquí y del ahora con pretensiones éticas y sociológicas, de tanto creador y creadora insistente en lanzarnos una tesis moral, con ese regodeo de esta temporada en la muerte y en el morir, constituye una enorme alegría encontrarte con una obra que te lleva al borde del precipicio y que, en ese filo, te hace vibrar con una historia que tiene mucho de juego y, por tanto, también de manipulación. La diferencia está en que su director, el siempre sorprendente Jacques Audiard, ha sabido plantearnos el tablero con inteligencia y valentía.

El resultado es una bendita locura, una historia que tiene mucho de culebrón y que es un verdadero musical, ya que en ella predomina las palabras cantadas sobre las dichas, un laberinto apasionado y apasionante que, cuando pareciera que está a punto de caer en el mayor de los ridículos, alza el vuelo y nos regala una experiencia a vivir con nuestros sentidos y emociones. Un regalo que, recordemos, es obra de un francés, está rodada y cantada en castellano, tiene un reparto multicultural y se desarrolla en diversas ciudades, aunque fundamentalmente en México. De esta manera, Emilia Pérez se convierte en el mayor milagro cinematográfico del año, ya que cuando uno sale de verla tiene la sensación de haber vivido algo más que una película. Y además lo hace con el deseo, al menos ese fue mi caso, de quedarme a la siguiente sesión para así continuar el enredo de las cuatro mujeres protagonistas. Como si hubiera descubierto un lugar donde no me importaría quedarme a vivir, donde al menos mi parte más queer me pide devenires que me sorprendan y me hagan bailar. Porque, ya lo saben, si no se puede bailar no es mi revolución.  

Uno de los grandes aciertos de esta apasionada y apasionante película es que, desde el principio, muestra sus cartas y se nos presenta orgullosa de manejarlas. Con la misma inteligencia que suelen hacerlo los encantadores de serpientes y los narradores de fábulas. Desde la primera escena en que descubrimos al personaje de Rita, interpretado y cantado por una deslumbrante Zoé Saldaña, nos queda claro que hemos entrado en otra dimensión, en la que se nos propone avanzar por un camino de baldosas amarillas y en el que, como en el más elaborado de los culebrones, no tendremos más remedio que sucumbir al hechizo de lo excesivo, de lo pasional y de lo extremo. Todo ello que, insisto, podría haber dado lugar a un artefacto insoportable, acaba siendo una experiencia que nos zarandea y nos abre los poros de la piel. Entregados sin condiciones a la peripecia de unas mujeres que parecieran herederas de aquellos personajes de un Almodóvar todavía no engullido por su propio ego. Un invento que no se habría podido sostener sin unas actrices que manejan cual diosas los diversos tonos de la historia y las intensidades emocionales que recorren.