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Dos machirulos, dos imperios

Donald Trump y Vladímir Putin en una imagen de archivo

Aristóteles Moreno

26 de febrero de 2025 06:00 h

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Estamos dispuestos a compartir con EEUU las tierras raras de Ucrania

Vladimir Putin Presidente de la Federación Rusa

El imperio es el estadio superior de la nación, que, a su vez, es el estadio superior de la tribu, que, a su vez, es el estadio superior del patriarcado. Si uno observa detenidamente a los dos machirulos que están jugando al parchís con el planeta comprende perfectamente en qué consiste la diplomacia testicular. Luego vendrán los politólogos de aquí y de allá para tratar de explicarnos la complejidad geoestratégica del mundo y las mil quinientas.

Trump y Putin tienen la virtud de visibilizar con una claridad estremecedora lo que sus antecesores han intentado edulcorar durante décadas. Quizás siglos. Desde ese punto de vista, les estamos francamente agradecidos. Los dos gobiernan imperios que suman invasiones, masacres y tropelías territoriales como para alicatar un campo de fútbol. Y los dos nos quieren convencer de que se han visto obligados a armarse hasta los dientes para defenderse de sus pobres víctimas.

Produce ternura contemplar a estos dos macarras de barrio repartiéndose el mapa mundi como quien se reparte el botín de un atraco. Para ti Ucrania, Chechenia, Georgia, Moldavia y todo lo que te pille a mano. Que para eso eres el zar del Este. Para mí (y para mi primo Netanyahu) Gaza, Canadá, Groenlandia, las tierras raras de Ucrania, el canal de Panamá y el Golfo de México.

El otro día el señor García-Margallo se puso melodramático y dijo que estamos ante el principio del mundo sin reglas. Pero, vamos a ver, alma de cántaro: ¿cuándo ha habido reglas en este puto mundo? El ex ministro del señor Rajoy no se acuerda cuando el imperio americano se saltó a la piola las resoluciones internacionales de la ONU para invadir (ilegalmente) Irak con la entrañable ayuda de su propio partido. Pues menuda zapatiesta liaron en Oriente Medio el trío de las Azores.

Tampoco se acuerda de Vietnam, ni de Corea, ni de Hungría, ni de Checoslovaquia, ni de Granada, ni de los los Países Bálticos, ni de la limpieza étnica de Palestina, ni del apartheid sudafricano, ni del golpe militar del tío Pinochet, ni de las diabluras de Kissinger, ni de la vergüenza de Guantánamo, ni del archipiélago Gulag, ni de la injerencia de Transnitria, por citar algunos de los atropellos imperiales desde la Declaración de los Derechos Humanos allá por 1948. Todo eso sin contar, por supuesto, a la desgraciada Afganistán, asaltada por los dos imperios, uno detrás de otro, y sometida después al delirio inenarrable de los talibanes.

Y luego están los feligreses de sus respectivas parroquias. Los que consideran una ignominia triturar Ucrania y, en cambio, un triunfo del mundo libre exterminar Palestina. Y los que consideran una ignominia exterminar Palestina y, sin embargo, un triunfo del mundo libre triturar Ucrania. Hoy, unos y otros, han quedado retratados en esa fotografía impagable de los dos machirulos repartiéndose el mapa mundi sin el más mínimo pudor.

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