Se puede ser actor y pingüino
Somos actores, no pingüinos
Así enunciado, el titular entrecomillado que encabeza esta página deja en evidencia el talento dramático de sus protagonistas. Un actor que no es capaz de transfigurarse en pingüino, pongamos por caso, no es un buen actor. O dicho de otro modo. Si eres actor, entonces es que estás preparado para convertirte en cualquier cosa. También en un pingüino.
La frase, en todo caso, tiene su gracia. Mucho más como eslogan estudiantil para denunciar el frío polar de la Escuela de Arte Dramático de Córdoba. El pasado jueves un centenar de alumnos recorrieron las calles céntricas de Córdoba para exigir condiciones climáticas dignas para sus aulas. El día anterior el termómetro se había desplomado hasta los cinco grados. Que no es el Polo Norte pero tampoco las Bahamas. Y cinco grados es una temperatura suficientemente gélida como para embutirte en un traje de pingüino y presentarte ante la Delegación de Educación para cantar la Traviata.
Antes de que los negacionistas acusaran a los progres de inventarse la milonga del cambio climático para cargarse el capitalismo, los charcos de mi barrio se congelaban camino del cole en las frías mañanas de invierno. El hielo se ponía tan duro que podías caminar sobre la lámina de agua como Jesucristo en el Mar de Galilea. Luego llegabas al Zumbacón y atravesabas aquellas galerías gélidas hasta que tomabas asiento en los bancos de madera. Los esquimales pasaban bastante menos frío en sus iglús. Como don Pedro, que disponía de un brasero eléctrico debajo de la mesa para calentar sus rodillas ateridas.
Han pasado muchos años y los alumnos de Arte Dramático tienen todo el derecho a no pasar frío y reivindicarse como actores. Pero un buen actor, si verdaderamente lo es, tiene la cualidad milagrosa de transfigurarse en pingüino cuando el guion lo requiere. Exactamente igual que en nuestra niñez caminábamos sobre charcos de agua helada antes del cambio climático. No lo olvidemos nunca.
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