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Donde la vida ya no duele más...

Rakel Winchester

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Ella sabía que después de aquella noche todo iba a acabar. Estrujó al máximo las posibilidades. Derramó litros de lágrimas en otros hombros cuando no le cedió los suyos... Confesó  miles de secretos a otros oídos cuando aquellas murallas de desinterés hacían rebotar sus palabras hacia su garganta de nuevo. Se dejó estrechar por tantos brazos ajenos... todo por cubrir esa inmensidad de carencias y permanecer a su lado. Mas siendo la reina del aguante, su “se acabó” se convertía en “para siempre”. Radical.

Detrás de cada puerta de su hogar había un cristal roto. Debajo de cada cuadro unos nudillos marcados en la pared. En el envés de cada puerta, un agujero con forma de punta de bota.

Aparentemente todo era calmo, mas rebuscando... todo estaba cojo. Cual metáfora, los grifos atrancados, las tuberías goteaban... Las pomos de las puertas oxidados impedían la intimidad.

Y por las ventanas...se escapaba el aire.

Él la amaba con todas sus fuerzas... pero de una manera enferma. Ella, en cada situación, había sido capaz de ponerse en su lugar e interpretar su comportamiento. Y se moría de tristeza. Se moría de tristeza porque él ya no era capaz de sentir nada aun viéndola amarrada con su soga.

Harta de pedir perdón por ser como era.  Harta de tener que hacerse la tonta para que no se sintiera velado. De verse desde fuera y darse pena. Porque ya no podía hacer más. Ya no...

Cada mañana le despertaba con una sonrisa... pocas veces correspondida.

-Voy a tener que dejarte- y ella permitía que él la amenazara haciéndola creer “la abandonada”- porque siempre sacas lo peor de mí y un día de éstos te haré daño...

DAÑO dice...

Ella hubiera preferido un buen puñetazo a todas esas humillaciones. Al menos curando su mandíbula habría calmado tanto dolor.

Cuántas veces intentó huir de allí. Paralizada por el miedo. Llegando a mearse encima de los pantalones mientras él le gritaba directamente en la cara hasta dolerle. Y él, observando aquel charco en el suelo, se enfurecía más. Y a ella no le salía ni la voz. Ni el aire. Y se escondía en el cuarto de baño y respiraba dentro de una bolsa. Y abría los grifos para llorar. Porque él odiaba su debilidad.

-Eres papel mojado. ¿Y qué piensas hacer? Tú no tienes amigos. Porque ellos saben lo hipócrita que eres a sus espaldas. Estás sola- y ella, sabiendo que era mentira, se asfixiaba en pena por tan solo imaginar que pudiera ser cierto. Por no entender cómo podía gritarle esas palabras tan feas. A ella, a su amor.

Y, cuando sus piernas volvían a la vida y se lo permitían, echaba a correr por las calles asustada, resonando gritos cada vez más bajito, a medida que se alejaba del hogar, para luego volver y encontrárselo en el suelo convertido en pavesa reclamando perdón... convencido de que tenía derecho a amenazarla de muerte sin finalmente matarla.

“Ven, cuéntame despacio

como los locos cuentan la verdad.

No, no me vengas con esas

besos no quiero... ni que me quieras más

Si todo esto no es sano

sal de mi vida y no vuelvas nunca a entrar.“

Iban a amarse con las caras hinchadas de llorar. Pero no como otras veces. Iba a ser la última vez. Se acabó el consuelo del polvo tras la ira. Ese gran error.

Aquellos preliminares envueltos en la ternura que deja el berrinche...

Abrazos de horas... secándose las lágrimas mutuamente. Portando ella ahora el bastón de mando y él acurrucado como un gorrión en sus brazos.

-No me hagas caso cuando te diga esas cosas... sabes que no las pienso, es que estoy enfadado...

Claro. Cómo olvidar tanta palabra hiriente. Tanto insulto, tanta amenaza... Cómo borrar la sensación de todos los huesos de su cuerpo soldados, desapareciendo sus articulaciones, al sentir el aire que movía su puño levantado, que nunca le llegaba a tocar quedándose a apenas unos milímetros...

-Siempre estaremos juntos, siempre...

Amaba profundamente a ese hombre. Hombre que hablaba un lenguaje conocido para ella desde su más tierna infancia y que reafirmaba cada día lo que ella sentía por sí misma. Ella lo eligió, nadie la obligó. Fue ella. Y solo ella podía escapar de aquello.

Sabía que iba a ser duro. Sabía que en psicología una ruptura de tantos años, independientemente de quién tomara la decisión, se curaba como si de la muerte de un familiar se tratase. Idéntico duelo. Y más cuando no era por falta de amor, sino por maltrato. Formaba parte de una estadística.

Y le besó en los labios como hacía tiempo. Porque llevaban años follando sin besos. Y recordó al saborear su lengua de nuevo esos días lejanos en que se sentía arropada por él.  Esos besos ferreteros. Y se preguntó qué pasó para que dejara de mimarla. Y se dio mucha penita.  Qué fallo cometió para que dejara de importarle de esa manera tan cruel y no se conmoviera con su llanto.

Y notó sus grandes manos acariciar su cuerpo. Aquel tacto tan conocido. Sabiéndose el ritual que le sobrevenía a la perfección.

Acariciaría sus brazos, de hombro a muñeca, con aquella dulzura que hacía acto de presencia únicamente en la cama. A ella le daría un escalofrío, y los dos sonreirían...

...ella montaría sobre él, agarraría su enhiesto pene, mojaría su glande en las humedades de sus piernas, y se estimularía el clítoris con movimientos circulares, recreándose en cada surco, en cada pliegue, y haciendo con gesto lascivo pequeños altos en el camino para regalarle sus suspiritos pa adentro, mirándose fijamente con esa confianza que exclusivamente se posee cuando ha habido roce eterno...

...Sacando a cada segundo los tuétanos del placer... rabiando porque él no iba a luchar por ella, porque perder otra batalla le reafirmaba la cobardía intrínseca en sus venas, pero sin dejar de jadear...

....y arrimaría el oído a su boca, pues sólo envuelto en gustito se endulzaba su respiración. Y a ella le gustaba escucharle... Y... mientras... él agarraría salvaje sus pechos abundantes, creyéndolos de su propiedad... y ella se incorporaría para acelerar la velocidad de sus movimientos buscando el climax...

...porque él siempre permitía que ella disfrutase la primera, aun a riesgo de correrse deleitándose en el arte de la observación de ver disfrutar a su princesa...

...y todo ese aire que su boca había aspirado a golpecitos... saldría con fuerza en forma de jadeos de tono dulce... hasta gritar y convulsionar, y apretarse su molletito con las dos manos por no poder soportar ya más gozo...

...y no conforme con eso... él se sentaría, la tumbaría de lado boca arriba sobre su cuerpo, besaría su vientre, y su lengua devolvería el estremecimiento a su cuerpo y, cuidadosa, saludaría a su clítoris inflamado y aún sin recomponer...

...y comenzaría a mordisquear, girándola, girándola, como el que da bocaítos a una manzana...

... y la tumbaría boca abajo.

Ella agarraría su fresca almohada con aroma a frutita, y se dejaría hacer... como tantas otras veces...

...Se dejaría besar la espalda, erizándose toda la piel de su cuerpo, y permitiría que su mano le levantara el vientre y la colocara de rodillas,  abriera sus piernas... e introdujera su boca entre sus muslos, penetrándola con la lengua desde atrás, gruñendo y haciendo un sonido de bestia animal... acto que, por su brutalidad, volvía a ponerla super cachonda. Lamiendo como un lobo su sexo... hasta rotar la cara y terminar de comerse aquel chocho ahora suyo hasta casi desfallecer...

...para salir de aquel surtidor de placer... montar sobre ella y penetrarla apretando el torso contra su espalda... con el cuidado del que sabe que nunca cabrá entera... a punto de reventar de tanto aguantar aquel goteo,  escuchando ella sus gritos con la nuca...

...gritos tan conocidos como para saber en qué momento exacto su sabia mano conocedora absoluta de su clítoris tiene que terminar de tocarse y correrse a la vez... Siempre a la vez.

Y él caerá como un plomo sobre ella... esperando los segundos reglamentarios para saber el su maravilloso mundo de sus emociones decidirá si risa o si llanto...

...y si es risa, morirán de ella... y si es llanto la estrechará fuerte fuerte hasta que cese la pena....para acurrucarla en su pecho permitiendo que se agarre a su dedo gordo que tanta calma le da...

“Vuelvo otra vez a las noches sin sueño

donde la vida, ya no duele más...

...y ya sé, que dos tercios de una vida no dan más

que la sombra de un momento al despertar,

mientras tanto,

seguiré con mi camino...

...por no ser

la que siempre llega tarde a su destino

la del andén prohibido, 

la que nunca....“

Se levantó sin hacer ruido, sin dar explicaciones a quien no quiso escuchar, salió a la calle, respirando ya el dolor que le esperaba. Y esta vez, para siempre.

“Y mientras tanto....

me dejo llevar, me dejo llevar, me dejo llevar...YO, ME DEJO LLEVAR...“

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