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Ven aquí, Jack Sparrow...

Rakel Winchester

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La suerte de trabajar en un bar cercano al teatro le permitía tener, como quien dice, entradas siempre en su bolsillo. Bueno,  evidentemente si no tuviera un don especial para conversar y escuchar, no tendría la suerte de que hasta el apuntador acabara siempre en su local de trabajo ofreciéndole la posibilidad de una visita gratis.

Pero por unas cosas y otras nunca tenía con quién ir, estaba demasiado cansada,  o empezaba demasiado temprano, o demasiado tarde, o tenía el día demasiado ocupado... Excusas. Lo que le daba era vergüenza dar su nombre en la puerta por si se les había olvidado dejar su pase.

Los domingos nunca fueron momento de hacer cosas, además. Era su único día libre, venía agotada de la semana y casi que lo disfrutaba enteramente en su sofá en bragas.

Los actores de la obra que se estrenaba acababan cada noche cerrando la persiana de su bar. Y, en este caso, un mes en cartelera daba ya para alguna que otra confianza. Muchos de ellos repetían cita por formar parte del reparto de varias funciones en diversas fechas del año.  Se sentía como mujer de puerto pesquero, ansiando las visitas de los marineros que venían a tierra a descansar.

Le extrañaba mucho que aquel actor secundario no se hubiera dignado a cruzar palabra con ella ni una sola vez. No era la primera vez que visitaba la ciudad. Es más; hubo otro compañero suyo que hacía más de 7 meses le había dicho con dos copas de más encima: “La semana pasada vinimos Jack y yo aquí y no estabas. Me hizo conducir casi una hora después de finalizar nuestra actuación en un pueblo únicamente para verte”.

Nunca lo entendió. Ni tan siquiera la primera vez que vino existió la más mínima chicha entre ellos. “¿Para qué coño se pegaba el viaje entonces? ¿verme a mí? ¡Pero si ni me ha saludado!”.  Y ella, por puro orgullo, hacía lo propio: ignorarlo. Al menos de manera visible. Aunque así, con disimulo, solía espiarlo. No por nada, por curiosidad.

Tenía los ojos... no sabía exactamente el color. Marrón, miel, verde... Era una mirada tan profunda y parada que casi se alegraba de que no le hiciera el menor caso. No sabía si hubiera sido capaz de mantener sus ojos fijos en los suyos. Algo le decía que usaba Kohl, si bien no sentía continuamente la necesidad de creer que todo en él fuera un truco.

Y serio. El más serio del mundo entero. Con lo que a ella le gustaba una risa. “Bah... Mejor... ni caso.”

Un bigotito muy bien recortado y su barbita perfilada de mosquetero,  casi con tiralíneas,  le hacían sospechar que debía ser un maniático de cojones. Y esa melena tan perfecta... “Seguro que se echa laca el muy pelmazo. No me creo que no se le mueva ni un pelo de manera natural”... Claro está que como era medio inmóvil, siempre muy tieso que parecía que se había tragao un paraguas, era normal que estuviera así, impecable. “A un concierto de Barón Rojo me llevaba yo a éste, pa que supiera lo que es dejar respirar el casco”.

Le caía fatal y, sin darse cuenta, no dejaba de analizarlo. Pero es que era la última noche que lo iba a poder investigar de arriba a abajo, porque al día siguiente era el fin de función y marcharía.

“¿A dónde irá éste con las botas de De los Apeninos a los Andes en pleno Agosto?”.  No podía parar de criticarlo sin saber el motivo. Bueno sí: que era invisible para él.

Y esas cosas que pasan, esas conjunciones de los astros, que yendo por tabaco ese domingo, se encontró a una buena amiga que precisamente trabajaba en el teatro y le facilitó la tarea de entrar y colocarse en la primera fila a la izquierda, butaca que le asignaban cada vez que la invitaban.

La obra estaba relatada en verso al más puro estilo Quevedo, pero él parecía sacado de una película de piratas. No pegaba ni con cola. La ironía de los textos, la tristeza, la alegría...  de su boca y con su monogesto hacían desaparecer toda intención.  Mas pudiera ser que el problema estuviera en la mente de ella, nada atenta, que se recreaba en poder, por vez primera, pasar por el escáner de su lado más crítico a ese tipo sin tener que esconderse.  Y aun sospechando a ciencia cierta que sus diálogos eran mirando al público por exigencias del guión... le pareció más interesante pensar que le hablaba a ella.

No sabía el motivo. Pero siempre le pasaba igual. Con la misma fuerza que rechazaba a un hombre o vivía como extra en la película de su vida, un pequeño detalle podía dar la vuelta completa a sus sentimientos. Bastaba tan sólo un gesto, una pequeña acción,  para que la flecha de Cupido se le clavara en lo más profundo del alma. Qué rabia le daba eso. Nunca había tenido el gusto de sentir el amor poco a poco como el resto de los mortales. Ella se enamoraba en un instante y ya lo quería todo.

Su boca se llenó de saliva. No era normal. Era imposible que por el simple hecho de ver en esa última escena a Jack señalando hacia ella gritando “Espérame” se hubiera puesto cachonda. Pero sus bragas eran una prueba irrebatible de que algo en su cuerpo estaba echando chispas.

...Y mientras más lo miraba, más se iba encendiendo. Ya no escuchaba nada. El teatro estaba en silencio. Y aquel actor se movía a cámara lenta a sus ojos.  Agarrados de las manos escuchaban los aplausos del público, colocados en la parte delantera del escenario, pero ella tenía anulados todos los sentidos menos el de la vista y su mirada sólo lo enfocaba a él. A sus pantalones amarrados con cuerdas a la parte baja de las rodillas, su cinturón ancho de bandolero, sus botas con los cordones abiertos, su chaleco...

Si le llegan a preguntar de qué iba la obra, no habría sabido qué contestar... “¿Por qué va vestido de pirata?”

Era su cabeza la que lo veía así. Era su mente, nada más...

Después de despedirse en los camerinos, puesto que ese día no abría el bar y ellos viajaban temprano, marchó. Y ese sentido de la orientación disperso mezclado con que no recordaba cuántas escaleras había subido ni bajado, cuantas puertas había o no atravesado y cuántas plantas o ninguna había recorrido, le llevó a un mundo desconocido de decorados medio en ruinas y entresijos sólo conocidos por los funcionarios del lugar.

-Te has perdido, ¿verdad?

(socorro...)

-Para nada, tan sólo observaba... -contestó mintiendo como una bellaca y un poco rabiosa porque precisamente fuese él quien la hubiese pillado despistada, cosa que además le producía tremenda ansiedad.

-A ver, listilla... ¿Ahora qué toca, subir o bajar escaleras?

-Pues... subir - contestó, aunque hubiera gritado “VETE A LA MIERDA” con todas sus letras y seguro se habría quedao más a gusto.

-Pues yo te sigo, porque no tengo la menor idea de dónde está la salida...

Cada escalón tenía una copa de plata  a la izquierda adornando, posiblemente para colocar en ellas una vela, fruto de los restos de averigua qué obra de teatro. Estaba inquieta. Él iba detrás y seguro que le estaba mirando el culo y se sintió estúpida por permitir aflorar sus complejos más ocultos e intentar caminar menos patosa que de costumbre.

Llegaron a otro nuevo decorado. Una habitación. Y una cama cuadrada con dosel y kilos de tela transparente rodeándola. Y sin salida. Cuatro paredes y la puerta por donde entraron ocupada por Jack.

-¿Nos fumamos un cigarro y luego seguimos pensando el camino?

Ella se sentó en una esquinita con exacta proporción de ira que mesura por parte de su acompañante. La estancia era oscura a juego con su ropa. La interior, digo.

Mientras le daba fuego, el láser de su chakra situado junto al corazón percibió todos sus bloqueos. Siempre tuvo un sexto sentido para la energía. Y él,  frío como un glacial, estudiaba cada gesto con deseo... pero sin sentimiento.

Dio un giro y se colocó boca abajo abrazando un almohadón de terciopelo y con la cara hacia el lado contrario de esa mirada obscena. Y él se tumbó a su lado. Unos minutos eternos de silencio y la mano de aquel pirata acariciaba su cabello. Aunque en el intento apenas  “rascaba”. A la intención le faltaba el fluir. No flotaban corazones en el ambiente.

Ella sintió el reto al instante. Volvió la mirada hacia él, que se la retiró con disimulo.  Con miedo. Con hielo. El desafío acababa de nacer. El depredador se tornaba presa. Y allí no había nadie. ¿Qué más daba? Demasiado tormentosa y poco atractiva era la vida como para desaprovechar esa oportunidad de introducirse en esa roca.

Echó el brazo sobre su vientre y él lo apretó como el que acompaña a cruzar el semáforo a una anciana.  Se acercó a un centímetro de su rostro, pero no consiguió entrar en su boca. Su boca de madera.

Se incorporó, no hacía falta hablar, iba a ocurrir,  le atraía enormemente de repente ...y al intentar desprenderse de la camiseta...

-No, no te la quites... me da morbo que la lleves puesta.

Deseo concedido. Se despojó como pudo del sujetador  sacándolo por las mangas y desabrochó sus vaqueros. Y se los quitó. Y se tumbó boca arriba.  Y levantó las rodillas. Y abrió sus piernas. Y, mirando al techo... esperó.

Ahora ella fría también.

Minutos eternos.

Unos dedos excesivamente calientes rozaron esa zona sólo suya por encima de sus bragas... Metió la mano abierta por un lado, comprobando la generosa lubricación... amasó diez segundos, apenas doce... y de manera inesperada la penetró con fuerza. Empuñó su espada de pirata,  sin más, en honor al bandolerismo marítimo, y la introdujo profundamente entre sus muslos una y cien veces, con ensañamiento, hasta ganarse el puesto de corsario en esa vagina recién saqueada.

Sin un beso, sin una caricia, sin una palabra...  En posición de misionero y escondiendo la cara tras su cuello, regalándole jadeos ausentes de pasión que enturbiaron sus sentidos aun estando descolocada.

Ella sentía placer, pero su cara denotaba algo distinto. Pensaba que ese pene iba a perforarla traspasando hasta su barriga. El relax  y la química que provoca un beso tierno en esos instantes estaba ausente... y ninguna mano agarraba con cariño mezclado con fuerza su cintura, ni rozaba nadie su espalda... no había habido un susurro previo, un contacto de lengua... Era una clase de dibujo lineal, y ella ansiaba una de dibujo artístico.  Podía correrse en cualquier momento con tan sólo estimularse unos instantes, tenía una capacidad impresionante de conocer su cuerpo y dominar su placer, pero necesitaba algo más... que él no le iba a regalar, estaba claro.

Sacó sus brazos como pudo, levantó su vientre para hacerse hueco, y comenzó a masturbarse sensual... Jack se arrodilló y por primera vez no escondió sus ojos...

-Si sigues tocándote así, me voy a correr enseguida...-dijo con esa formalidad que ella deseaba ametrallar.

-¡VEN AQUÍ, JACK SPARROW Y MÍRAME A LOS OJOS DE UNA PUTA VEZ!!!... -salió como un torrente de sus labios...

...Entonces... un silencio.

El mundo se paró.

El único sonido de sus dedos frotándose.

El telón de su mirada que cae de golpe ... y pasó.

La penetró despiadado observándola y sin quitar ahora la vista de sus ojos...  Así sí...  Así su boca se engrosó, su lengua generó chorritos de saliva de nuevo, su clítoris se incendió y comenzó a sentir ese dolor metálico que vaticinaba que ya sí estaba preparada para el paraíso del orgasmo brutal... Así sí, con los ojos frente a frente reduciendo la visión al ángulo justo que abarcaba la distancia de pupila a pupila, sintiéndolo muy dentro, a golpes, suspirando a la vez, goteando sudor en sus labios y bebiéndoselo, percibiendo sin miedo cada sentimiento... Gritaron juntos, gozaron juntos, y cuando él hizo un intento de esconderse para eyacular, ella agarró su cara temblorosa fuertemente ignorando sus dientes apretados y su rabia, y chilló en lo más oscuro de su boca esa última exhalación de delirio que no se puede controlar y que rompió sus muros de un cañonazo destruyendo las barreras que impedían al semen disparar.

-Ahí llevas, pirata... Disfruta tu tesoro.

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