AMA...me, es una orden.
“Mi Señora, le mando el contrato rectificado. No tengo intención alguna de que brote sangre de mi cuerpo, ese sería el pacto. Si la cosa funcionara y, siempre con su absoluto consentimiento, pasaríamos a renovarlo por un periodo de 4 meses transformándolo en un 24/7. Mi casa está preparada para su llegada y tiene todo lo necesario.
Atentamente y suyo...
dog.“
Contesté histérica al mail:
“Una objeción: la palabra clave AMARILLO será sustituída por ASUL, con ”s“. Llegaré a las 10 de la noche en punto. La puerta estará abierta. Me esperarás desnudo en el salón, con mordaza de cuero. Quiero poder verte los ojos y el cabello. Espero encontrarte a cuatro patas y mirando al suelo. No se te ocurra levantar la vista hasta que te lo ordene.
LA LOBA.“
Sólo a mí se me había podido ocurrir, desesperada por conseguir dinero, haber concertado una cita con un SUMISO que reclamaba los servicios de una dómina. Había investigado por encima el tema, le había mandado un contrato encontrado en la red y, suerte la mía, no iba a tener que hacerle daño físico, lo cual me hizo suspirar de alivio porque me sabía incapaz. Total, por lo que ví en el texto que me mandó, con su grado de sumisión bastaba con ponerle cachondo y pasar de él; no me podría tocar, ni exigir nada, y estaba obligado a hacer cosas como tareas del hogar, obediencia y sometimiento, sin límites de tiempo y espacio, dejarse humillar, comerse lo que yo ordene (ya sea limpio, sucio, crudo, cocinado, masticado...). Sólo se pondría los complementos que yo mandara, tenía que ir físicamente como a mí me diese la gana... Yo alucinaba. Y encima me pagaría la visita y, si salía perfecta la cita, las facturas, ropa, una cantidad mensual... Y SIN SEXO! Lo que viene a ser un esclavo, vamos... pero un esclavo CONSENTIDO. Si de repente el tipo era repugnante, bastaba con castigarlo donde yo no lo viese... y ya. Eso sí, tenía claro que yo de AMA tengo lo que de monja y un sexto sentido me chivaba que no iba a ser tan fácil por lo que me autoconvencí de que iba a “jugar”, que sería algo irreal.
Aun sabiendo que no pensaba follar, no pude evitar preparar mi cuerpo suavizándolo con cremas y embriagándolo de almizcle como si fuese a vivir la pasión de mis sueños. Tenía muy claro y marcado mi objetivo de seducirle hasta hacerlo morir. Eran casi las 8 y debía apresurarme, por lo que me embutí en un vestido negro de latex, cuya parte de atrás dejaba una franja de más de 10 cm de anchura al descubierto, tan solo cubierta por el cordón cruzado que lo sujetaba. Mis botas de charol de tacón de aguja... y sin bragas. Cogí el collar de mi perro -donde previamente había escrito con un rotulador plateado “dog de LA LOBA”-como quien lleva un vino a una cena. Menos mal que él tenía el kit completo en casa, porque yo no tenía ni un miserable “Látigo Cobra”.
A las 10:pm exactas estaba entrando por su puerta. Socorro. Me santigüé por inercia y todo.
Y allí estaba él, arrodillado y con los codos apoyados en el suelo. Con el pelo recogido en una coleta pequeña y parte del flequillo suelto y desaliñado a causa del arnés de la mordaza... y un cuerpo precioso. No me lo podía creer. Nunca lo hubiera imaginado así. Me senté de lado sobre su espalda, crucé las piernas y, sin saludar, me dispuse a pensar cómo quitarme la calentura que me embargaba de repente atraída por el recuerdo de alguien no muy lejano. Mientras, me coloqué una especie de máscara fabricada en casa con unas medias de red que únicamente permitiría que intuyese mi rostro, dejando al descubierto tan sólo el largo de mi pelo, la vista y mis morros brillantes de gloss rojo chupachup.
Me puse en pie, aflojé mi vestido por la parte de abajo y monté sobre él ordenándole que me llevase a la sala BDSM . Me agarré cada tacón con su mano contigua para no rozar el suelo... y al hacer contacto mi vagina desnuda con su piel... hice... como ventosa, recibiendo una descarga que me electrizó desde los tobillos hasta la nuca.
Le mandé tumbarse boca arriba para así poder ver con disimulo sus ojos. Su expresión, triste de un verde intenso... afloró en mí de nuevo aquel recuerdo. Ese paralelismo que me infectaba el alma. Ese hombre que me lastimaba tantísimo. Que me adoró, que me ilusionó, que me hizo vibrar... y que un día de repente me olvidó causándome tremendo dolor... Sin explicación. Con la velocidad y agonía de una cuchillada.
De repente me encontraba en una habitación llena de sogas, látigos, fustas, mordazas, esposas... (ay, si yo na más que quiero un poquitín de amor) con alguien que sabía que me desearía en breve... pero cuyo placer residía en sufrir por estar siempre a un máximo de dos centímetros de mí, sin poseerme. De nuevo. Otro que no me iba a querer. Empezaba a disiparse la función de mi visita mezclándose con mi amor equivalente.
Escogí un juego de bondage que, gracias a una cruz de cuero y anillas, inmovilizaba muñecas y tobillos a la altura de su trasero según estaba arrodillado. Él miraba al suelo, según lo pactado. Me coloqué frente a él y con la punta de mi bota brillante, lentamente, lo tumbé hacia atrás esperando que el dolor de piernas y brazos de semejante postura compensara mi exceso de suavidad.
Esa mirada... volvía a rasgarme el alma... Piel tostada por el sol, nariz prominente y sugestiva... que rememoraba aquella despedida de gesto lloroso y labios manchados de mi propio carmín. La garganta me dolía por retener ese nudo infame que quería escapar y sollozar. Pude entonces investigar su cuerpo de arriba abajo. Y, entretanto, abrí mis piernas y me puse en pie sobre él, aferrando mis tobillos a sus brazos.
Esos ojos... no podía soportarlos. Profundos y llenos de angustia que, por alusión a mi vida fuera de allí, activó mi deseo, aun sabiendo que no debía...
Comencé a remangar mi vestido de látex hasta dejarlo a la altura de mis caderas, obligándole a tener un primer plano de mi coño desnudo en línea recta y dirección a esas pupilas que ya me estaban matando... Con dos dedos abrí mis labios, esperando que el exceso de humedad que me embargaba no restara credibilidad a mi posición de AMA. Jugueteé con ellos absolutamente lasciva... Los paseé por toda esa abertura rosa encendida, de lado a lado, de arriba a abajo, ayudándome por mi propia lubricación. Haciendo esfuerzos sobrehumanos por contener mi excitación. Tenía que contenerme. “Tienes que contenerte”-me obligué. Ansiaba arrancarle la mordaza, frotarme endemoniada con su boca de cerca, eliminar para siempre esos centímetros de aire obligatorios que nos separaban... Pero no debía. No debía.
Me arrodillé manteniendo mi posición dominante y, arrastrando las rodillas en cortos pasos hacia atrás, me aproximé a sus ingles tan sólo para comprobar el poder de mi seducción. Y allí estaba ella, cual pieza engrasada, en su máximo tamaño y a punto de reventar. Me escupí en los dedos y me recreé en su glande con rudeza. Como quien abre una botella con tapón de rosca y la vuelve a cerrar. Sellé los ojos y sentí ardor... y me sentí empapada. No era el camino, no lo era... Lo sabía, mas mi anhelo me subyugaba... Apreté con la mano derecha sus testículos con fuerza...y de nuevo no pude evitar presionar apasionada ese punto tan próximo a su ano... devorando mis suspiros y atragantándome de ansia.
Roté a tiempo colocando mi vagina entreabierta en su nariz con dos únicos movimientos. A dos centímetros. A esos putos dos centímetros que ahora odiaba, detestando a ese hombre al que me recordaba. Mi boca ahora se acercaba lentamente a su prepucio viscoso, mientras mi mano se aferraba a su polla escondiéndolo y asomándolo hasta querer reventarle esa piel tirante... y mordí sin controlar la presión con tantísima rabia que...
-¡ASUL!- gritó- ¡ASUL!
Me puse en pie presa de la ira... El AMA desconocida que habitaba en mí surgió como una LOBA de las profundidades:
-¡Arrodíllate! ¡Boca abajo! ¡No quiero verte! ¡No me mires! ¡No te muevas de ahí hasta que vuelva!!!- lanzándole una patada, presa del llanto corrí a refugiarme en el cuarto de baño, dejándolo arrinconado -sin salir de su pobrecito cuerpo ni un leve sonido- en el frío suelo de aquella sala que ya aborrecía por todo lo que me removía. Aaaarrrggggg...
Me senté en el bloque de la cisterna. Las lágrimas me impedían mirar nítidamente al frente. En el espejo ví reflejados los escombros de lo que fuí. La basura que quedaba de mí. Me arranqué el vestido y me cobijé en la toalla. Lloré desconsolada, herida, rota... ¿por qué él dejó de quererme? ¿por qué? ¿por qué no me daba explicaciones? ¿por qué ese silencio? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?
Sin bajarme de la tapa del wc y tan solo enfundada en aquellas botas brillantes de tacón, estiré la mano hacia el lavabo y agarré uno de los botes de lubricante de forma alargada que lo adornaba. Abrí mis piernas y me observé en el espejo Necesitaba calmarme. Necesitaba desfogar. Y así, como hipnotizada, embadurné mi clítoris e imaginé que mi mano era la suya. No me estimulé como de costumbre. Quería alargar los tan sólo tres minutos con los que yo me basto. Rocé con suavidad aquel bultito que se inflamaba a una velocidad que asustaba. En redondo me acaricié y exageré mis jadeos mirándome a los ojos como desde los suyos. Ahhhh... Ahhhh... Ahhhh... Mi vientre se encogía y se relajaba al son de mis dedos. Ahhhh... Ahhhh... mordía mis labios. Entreabría la boca y chupeteaba con mi lengua la saliva que brotaba por mis comisuras. Sin retirarme la vista. Mordiéndome los hombros. Abrí ahora más la mano, deslizando ya tres dedos de arriba abajo y, cada vez más veloz ,por todo lo ancho de ese monte ardiente que suplicaba penetración. La vagina abierta en un círculo perfecto. Encogía los músculos cortando mi flujo y dejándolo resbalar...para volver a relajar aquella abertura y... ahhhh... ahhhh... Besando la piel de mis brazos sin apartar la mirada del espejo... introduje aquel bote en mi entrepierna hasta lo más profundo que pude, y lo saqué, y lo metí... y enloquecí. Levanté en uve mis extremidades apretando mis abdominales, excitándome cada vez más por la tensión de mis músculos y, mientras me penetraba como una burra, continué mi estimulación clitoriana agigantando los movimientos y añadiendo impostura a mi actitud. No dejé de chillar, no dejé de mirarme a los ojos desde los suyos... hasta que caí abatida en ese subidón del clímax apretándome el chocho hasta no dejar pasar la sangre.
Salí perturbada, con la cara alienada, sin máscara en un rostro hinchado y lleno de churretes y corrí hacia él. Desaté sus correas, le arranqué la mordaza, le abrí los labios como quien tasa a un caballo y comprobé que sus dientes delanteros eran rectos. Encima. Para mi desgracia. Tenía esas paletitas rectas que me volvían loca. Ay... Y ante su perplejidad... intuyendo que lo que me disponía a hacer sería la causa de que no me quisiera ver nunca más, saqué voz no sé ni de dónde e imploré:
-¡ÁMAME... te lo ordeno! ¡Ámame!.... y caí derrumbada a su lado sollozando de puro dolor.
Oh...
Con sumo esmero me puso de pie y apoyó mis manos en la mesa. Sollocé con daño. En un instante regresó y meticuloso me colocó el vestido, anudando despacio el cordón a mi espalda, a mi trasero, a mis piernas... Metió la correa de perro que nunca utilicé en el bolso que colgó en mi hombro y me acompañó a la puerta.
Se dejó abrazar y me apretó con fuerza mientras mis lágrimas empapaban su rostro. Se dejó besar con cariño. Me besó con dulzura. Y nos miramos inmóviles largo rato como aquella vez. Aquella mirada triste y profunda y aquellos labios levemente tiznados con mi carmín. Mirada que nunca comprendí. Que supuró amor a la vez que adios. Mirada que el coraje transformó en odio sin yo querer... y a la que quise añadir un escupitajo, pero como no sé, se me cayó a mí encima.
Nada ha cambiado. Nada cambiará. Y quién sabe hasta cuando seguiré buscándole... porque la sumisa ahora... SOY YO.
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