Espectros
Uno de los rasgos profundos de la historia del western clásico consiste, en palabras que sólo rozan la complejidad y la hondura del asunto, en la conversión de los modelos originales (rígidos, como todos los ritos) de este tipo de películas en un lenguaje universal abierto, transferible desde los antiguos tiempos, lugares e historias del viejo Oeste a la representación de otros asuntos relativos a otros tiempos, otros lugares y otros argumentos.
Vidas rebeldes es una de las notables incursiones del espíritu del antiguo cine del Oeste en historias, individuos y situaciones de distinta época y, sobre todo, diseñados en distinta clave poética. El guionista, Arthur Miller, y el director, John Huston, depositaron en las secas y apasionantes imágenes de la película (fotografiadas en un prodigioso ejercicio de rescate del banco y el negro como colores primordiales del cine) a unos despojos en carne viva de la vida de mediados del siglo pasado, y de ellos extrajeron un juego de signos altamente precisos y bellos acerca del eterno poema de la caza, la desesperación y del arrojamiento del hombre fuera de la historia, constantes todas ellas del viejo western, que aquí adquirieron una poderosa y directa referencia a la contemporaneidad. La película es una estremecedora mezcla de dolor y vitalidad, de violencia y delicadeza, de dureza y fragilidad que la paciencia y humildad de Arthur Miller y John Huston hicieron posible al dejar a los actores ser los protagonistas, en sentido absoluto, de la obra, y en cierto modo sus verdaderos autores. Modificaron diálogos, inventaron situaciones, matizaron casi la totalidad de lo escrito, revisaron cada réplica en función de quienes la interpretara, y así lograron extraer de Marilyn Monroe, Montgomery Clift y Clark Gable las fibras más amargas de sus por entonces amargadas vidas.
Marilyn Monroe, Montgomery Clift y Clark Gable eran, cuando rodaron Vidas rebeldes, tres espectros de sí mismos, tres condenados a muerte y, en lo que respecta a los dos primeros, también poseían ese adorno adicional de la muerte que sobreviene en los alrededores de la locura. Y todo esto está allí, materialmente, visiblemente, formando parte sustancial de las imágenes, en la médula de esta irrepetible película. Fue Vidas rebeldes el último filme que intrepretaronn Clark Gable (que cayó fulminado por un infarto poco después del estreno) y Marilyn Monroe (que, en estado fantasmal, sobrevivió casi un año a este terrible ensayo de su tragedia personal), y uno de los que abrieron el camino del último infierno de la existencia de Montgomery Clif. Y se nota.
De ahí proviene el extraño clima enfermizo que emana en Vidas rebeldes del juego de estos monstruos de la pantalla: esa su aludida situación de encontrarse en carne viva, atrapados por un destino personal sin el menor resquicio para una salida optimista. En especial Marilyn Monroe, que se encontraba durante del rodaje de la película en una situación crítica, hasta el punto que hubo que interrumpirlo para que la actriz efectuara una cura siquiátrica, y que lleva aquí a cabo su interpretación más conmovedora y la que, debido probablemente al conocimiento que de ella tenía su marido, el guionista del filme, más nos acerca a las claves de su tragedia personal.
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