Francisco González: “Antes la fotografía era más libre”
El destino le tenía reservado un confortable lugar como delineante. Su padre era platero de profesión y soñaba con incorporar a sus cinco hijos al negocio familiar. Como cientos de niños cordobeses, empezó muy pronto a echarle una mano en el taller y se matriculó en la Escuela de Arte y Oficios para formarse en delineación. Todo circulaba según lo previsto. Todo no. Al joven Francisco González no le seducía el plan que su padre había diseñado para él. Y así se lo confesó una buena mañana. Tenía 16 años. “¿Qué vas a hacer?”, le inquirió el progenitor. No lo sabía. Por lo pronto, seguiría ayudándolo en el taller hasta que una luz le marcara el camino.
Y llegó el milagro. En abril, sus amigos fueron a la Feria del Libro mientras él cumplía con sus obligaciones en la platería paterna. A la vuelta, salió a tomarse un café con ellos. Sus colegas le enseñaron los libros que acababan de comprar. Y ahí estaba. Una revista de fotografía. Francisco González la cogió en sus manos, la hojeó y se le iluminó el futuro. “Ya sé lo que quiero hacer”, dijo en aquel instante que le cambió la vida. Semanas después ya estaba inscrito en la Escuela de Arte y Oficios, ahora en la especialidad de fotografía.
La segunda rueda de la fortuna no tardaría en llegar. Sucedió no mucho después en casa del periodista Sebastián Cuevas, cuya esposa era prima de su padre. Además de estudiar, hacía la mili y buscaba una ocupación que le reportara algunos ingresos. Y esa misma mañana Sebastián Cuevas le dijo: “¿Qué tienes que hacer ahora?”. “Nada”, le contestó. “¿Tienes cámara?”, le insistió. Y, en efecto, tenía. “Son las diez. Vete a tu casa, coge la cámara y a las doce te presentas en la Diputación para hacer fotos de una exposición de discapacitados. Luego, a las ocho de la tarde, te pasas por la Real Academia. Nos vemos a las nueve en La Voz de Córdoba”.
Acababa de coger el tren de su vida. El ferrocarril que le ha regalado una fecunda carrera de 42 años cuajada de éxitos profesionales y de premios periodísticos de reconocimiento a su indiscutible talento. Son las once de la mañana en su casa de San Agustín. El 17 de diciembre pasado colgó la cámara que lo ha acompañado durante más de cuatro décadas al servicio de Diario Córdoba. En la pared de su despacho, un emocionante tributo de sus compañeros de redacción reproduce su última portada en el periódico: “Francisco González cambia de carrete”. Así. A cinco columnas y sin perder el sentido del humor.
PREGUNTA. Y llegó con las fotografías reveladas a la redacción de La Voz de Córdoba.
RESPUESTA. A las nueve y cuarto.
P. ¿Quién le abrió la puerta?
R. Antonio Mozo Vargas, el redactor jefe. La redacción estaba en un piso de la Avenida de Gran Capitán. Y el laboratorio estaba en un cuarto de aseo. Era más cutre que el laboratorio de mi casa. Mozo Vargas me preguntó qué quería. Y yo le dije que me estaba esperando Sebastián Cuevas para darle unas fotos. Salió Sebastián y me dijo: “¿Tú quieres quedarte aquí como colaborador?”. Y me quedé. Eso fue un 11 de junio de 1981. Tenía veinte años.
El director era Paco Solano. Yo no me había planteado nunca trabajar en un periódico. Lo que sí tenía era un amor inmenso a la fotografía y muchas ganas de trabajar. Poco después, me pasó una anécdota curiosa. Se celebró el Rallye de Sierra Morena y ese mismo día venía el ministro Íñigo Cavero a Córdoba. Me encargaron las fotos y me lo curré a tope. Cuando llegué a mi casa a revelarlas, me di cuenta de que no llevaba el carrete puesto. Se me acababan de joder las dos cosas más importantes que había hecho hasta ese momento.
Se ha terminado una manera de ver la vida
P. ¿Cómo era aquella redacción?
R. Era el salón de un piso que no tenía ninguna decoración. Todas las paredes estaban pintadas de blanco y había cinco mesas para los cinco periodistas que tenía en ese momento. Salvo el director, que sí disponía de despacho propio. En Deportes estaba Ignacio Cid. Y además trabajaban allí Sebastián Cuevas, Ricardo Rodríguez Aparicio y Antonio García, que era periodista y fotógrafo.
P. No había un fotógrafo exclusivo.
R. Antonio García compaginaba las dos cosas. Y cuando aparecí yo, él se fue retirando de la fotografía.
P. Usted entró sin contrato y con un sueldo de colaborador.
R. En aquella época los colaboradores cobraban por foto publicada.
P. ¿Y cuánto pagaban?
R. Doscientas pesetas por foto. Me acuerdo un día que hice diecinueve fotos y estaba muy contento porque eso significaba una pasta. Al final, no me publicaron ninguna.
P. ¿Por qué?
R. Aquel día pasaron mil cosas más y cambió todo de pronto. Mi gozo en un pozo.
P. ¿Podía vivir de aquella colaboración?
R. Sí. Lo que pasa es que todavía estaba soltero y vivía en casa de mis padres. Me casé siendo colaborador. Le había dicho a mi mujer que cuando encontrara trabajo, nos casábamos. Acabé la mili en febrero del 81, encontré trabajo en junio y en agosto del 82 nos casamos. Y sin un sueldo fijo ni ella ni yo. Y los dos estudiando.
A principios de los ochenta, los fotógrafos cobrábamos 200 pesetas por foto
P. ¿Qué se siente cuando se ven las dos primeras fotos publicadas con su nombre?
R. Un sentimiento muy bonito, aunque las fotos eran lo más normal del mundo: un acto de la Real Academia y una exposición de discapacitados. Mi padre las recortó y las puso en un álbum, donde hay muchas fotos mías y de mi hermano.
P. Y usted se dio cuenta de que aquel era su camino.
R. Sí. Hay tres personas a las que le debo lo que soy profesionalmente. El primero es Sebastián Cuevas, que me dio la oportunidad de entrar en un mundo en el que no había pensado. Luego Antonio Mozo Vargas, mi primer redactor jefe, porque tuvo una infinita paciencia conmigo y por enseñarme. No me pegaba broncas. Me decía: “Paco, ven. ¿Por qué has hecho esta foto?”. Y hacía que yo le explicara por qué la había hecho. Si no era buena, yo mismo lo iba descubriendo. Y, si era buena, me decía: “Fenomenal”. Y, con infinita paciencia y sabiduría, ese verano me dejó orientado. La tercera persona es Antonio Ramos. Fue quien me hizo madurar en la profesión.
P. ¿Cuándo entró en el Ayuntamiento por primera vez a fotografiar a Julio Anguita?
R. Ese mismo otoño. Era un chavalito de veinte años. Un niño. Siempre he sido una persona muy tímida a pesar de que hablo mucho. Y llevaba esa timidez a la cámara también. Me parecía que molestaba y no quería ni toser. El alcalde, para mí, era lo más. Si venía algún personaje de relevancia nacional, como un ministro o como Calvo Sotelo, ya era la leche. Y cuando venían actores de primer orden alucinaba en colores.
P. ¿Quiénes eran entonces los fotógrafos en activo?
R. En La Voz de Córdoba estaba yo como fotógrafo único a pesar de ser colaborador desde finales del 81 y en Diario Córdoba estaba Ricardo y su hijo Rafael Rodríguez Aparicio, que también compaginaba el periodismo y la fotografía. En la última época de La Voz de Córdoba prácticamente mi competencia era Rafalín Rodríguez Aparicio.
P. También conoció a Ladis.
R. Ladis padre estaba en aquella época también, junto a Ladis hijo, Ricardo y Framar, que colaboraba con Diario Córdoba y había trabajado para la agencia EFE, Europa Press y otra serie de periódicos de nivel nacional. Compaginaba las bodas y la fotografía social con el periodismo. Cuando yo entro en La Voz, Framar empezó a cubrirme los días que yo descansaba, que entonces era uno a la semana.
P. Ricardo y Ladis iban siempre en traje.
R. Sí. Framar también. Incluso Ladis hijo ha seguido con traje hasta que se ha jubilado.
Ricardo, Ladis y Framar siempre iban en traje. Y eso retrata a una época
P. Eso retrata una época.
R. Totalmente. La Voz de Córdoba fue un periódico que rompe con todos los esquemas. Es realmente el periódico de la Transición. Otra manera de hacer periodismo.
P. ¿Qué esquemas rompió?
R. Pues todo lo que era ser un periódico del Estado y sometido a los dictámenes de un Gobierno. Y nosotros decíamos las cosas que había que decir. En aquella época La Voz de Córdoba decía más cosas de las que ahora decimos en la prensa. No es que hayamos coartado la libertad pero ahora sopesamos más las cosas. Incluso la fotografía era más libre. No se hacía tanta foto de pose, ni tanta foto de rueda de prensa. Se hacían más reportajes. Otro tipo de fotografía. Yo intentaba darle aquel aire de los fotógrafos de prensa angloamericanos. Para mí, los referentes a nivel nacional eran los fotógrafos de El País: Raúl Cancio, Marisa Florez, Ricardo Martín, Bernardo Pérez, Chema Conesa. Entonces, yo leía El País todos los días.
P. ¿Qué aprendió de ellos?
R. Se lo voy a resumir con una cosa que me pasó con Pablo Juliá. En aquella época yo viajaba mucho. Diario Córdoba ha estado en todos los acontecimientos importantes de Andalucía. Yo tenía mi acreditación permanente del Parlamento andaluz. Me acuerdo de una visita de los Reyes a Sevilla. Yo veía que todos hacíamos muchas fotos y Pablo Juliá ninguna. Entonces le pregunté. Y me dijo: “Yo no he venido aquí a hacer fotos. He venido a hacer la foto”. Eso es lo que aprendí de ellos. La gente de El País no publicaba muchas fotos. Publicaba la foto.
P. Pero para hacer la foto, ¿no hay que hacer muchas fotos?
R. No. Para hacer la foto hay que hacer lo que hacía Pablo Juliá: mirar, observar, saber a lo que ibas. Si tú sabías a lo que ibas, observabas y estabas atento, conseguías la foto. Tenga en cuenta que ahora con la fotografía digital te puedes dar el lujo de tirar muchas fotos. Pero en aquella época tenías carretes. Y los carretes valían dinero. Y el periódico te daba un número de carretes. Y tú luego tenías que revelar. Tenías que mirar todos los negativos y eso no se miraba como ahora en un ordenador. Mirabas el negativo y ya veías cuál era la foto.
P. Usted dijo en una entrevista para Córdoba Hoy: “Un fotógrafo es la persona que sabe pensar”.
R. En efecto. Tienes que pensar. ¿Tú a qué vas? ¿A dónde vas? Tienes que documentarte. Informarte. A mí me mandaron a un congreso regional del PSOE en el que Borbolla estaba disputándose la secretaría general con un candidato y tenías que informarte y saber quién era.
Nos metieron en el furgón y el policía me pidió el carrete. El bueno me lo metí en el calcetín y le di uno que estaba en blanco
P. ¿Un fotoperiodista es más fotógrafo o más periodista?
R. Ambas cosas van ligadas. Tú no puedes ser fotógrafo o periodista. Tienes que ser las dos cosas. Un periodista sabe a lo que va. Lo único que pasa es que un periodista lo va a trasladar a la escritura y el fotógrafo a las fotos. La foto que yo conseguí de aquel congreso fue Rodríguez de la Borbolla mirando a su competidor de reojo como diciendo “te lo vas a llevar”. Y esa foto fue portada del periódico.
Cuando Anguita accede por primera vez a la secretaría general del PCE, nos mandan a Madrid a Manolo Fernández y a mí. En aquel congreso Marisa Florez, de El País, no me quitaba el ojo porque se dio cuenta de que Anguita estaba a todas horas con nosotros. La foto de aquel congreso fue cuando lo eligen como secretario general del PCE y se escapa de toda la prensa por una puerta de emergencia. Alguien de Córdoba me avisa, miro por la ventana que daba a un patio y veo mucho movimiento. Salí disparado y Marisa Florez se vino detrás mía corriendo. Yo llegué justo a tiempo cuando Anguita estaba saliendo por aquella puerta que ponía ‘Salida de emergencia’. El periódico publicó esa foto a cinco columnas con un titular que decía: “Anguita, la salida de emergencia del PCE”.
P. Usted estuvo varios años en La Voz de Córdoba.
R. En el año 84, Diario Córdoba sale a subasta pública como medio de comunicación del Estado y algunos accionistas de La Voz lo compran. Todo el personal pasamos a Diario Córdoba.
P. Entonces no tenía contrato.
R. El último año en la Voz de Córdoba ya me hicieron un contrato. La figura del fotógrafo no estaba todavía reconocida como redactor gráfico. Entonces la Asociación de Fotógrafos de Prensa intentaba ponerse de acuerdo con las empresas periodísticas para solicitar ya la categoría de redactor gráfico para los fotógrafos. Y a mí ya me habían hecho redactor gráfico.
P. ¿Cuánto era su primer sueldo?
R. Cuarenta mil pesetas.
P. ¿Y con eso se vivía entonces?
R. Con eso y con lo que ganaba mi mujer, que era un poco menos, vivíamos los dos.
No sé si Castillejo compró Diario Córdoba para salir en las fotos. Pero, desde luego, salía en muchas
P. Y, de pronto, se convierte en el fotógrafo principal de Diario Córdoba, el periódico más importante de la provincia.
R. Yo ya venía de ser el fotógrafo principal de La Voz. También estaba Framar. Y, como teníamos un volumen mayor en Diario Córdoba, con dos fotógrafos no andábamos. Entonces se contrató a Juan Carlos de la Fuente porque Framar seguía con sus bodas y no disponía del tiempo completo. Y se quedó de colaborador para sustituirnos cuando nosotros descansábamos.
P. Y os fuisteis a la Torrecilla.
R. Sí. Pasamos del centro a la Torrecilla a un edificio más grande y una redacción con más gente. Ya en La Voz de Córdoba, conforme iba creciendo, iba incrementándose la plantilla y pasamos a ser bastantes más periodistas.
P. ¿Todos en el salón de Gran Capitán?
R. Ese mismo año que yo llego entran Rafael Camacho, Paco Luis Córdoba, Pepe Murillo y luego José Luis Blasco.
P. Periodistas que después han sido referentes en Andalucía.
R. De Rafael Camacho también he aprendido mucho. Hemos sido periodistas de calle y de hacer reportajes. Paco Luis Córdoba igual. Hemos crecido juntos. Ellos han tenido su trayectoria y yo la mía.
P. Cuando llegó a Diario Córdoba, ¿quién dirige el periódico?
R. Es un momento de transición porque en La Voz acabábamos de quedarnos sin director y entonces cogió las riendas Rafael Camacho, que era el redactor jefe, hasta que vino Gómez Cardeña de Sevilla. Conforme fue pasando el tiempo, fueron llegando otros fotógrafos colaboradores, como Javier Barbancho o Sánchez Moreno. También estuvo Larrea.
P. Y pasasteis de un periódico crítico a un periódico institucional.
R. Poco a poco se fue institucionalizando para tener ese equilibrio. Todavía al principio tenía esos aires de libertad que traía de La Voz de Córdoba.
P. ¿Qué tiene que tener una buena foto de prensa?
R. Que cuando la miremos ya sepamos qué es lo que ha pasado. Una buena foto de prensa depende del encuadre y de la luz. Y que el titular esté reflejado en la foto.
Antes hacíamos más calle; ahora hay mucha foto de pose
P. Eso es difícil de conseguir.
R. Y cada día más. Porque ahora se hace otro tipo de fotografía de prensa.
P. ¿Qué se hace ahora?
R. Antes se hacía más calle, más reportajes. Ahora hay mucha rueda de prensa y mucho acto institucional. Hay muchas fotos de pose.
P. ¿Y por qué caemos en esa trampa?
R. Porque tenemos que quedar bien con todo el mundo. La gente no entiende que lo importante es el acto y no las personas que salen.
P. Pero caerle bien a todo el mundo va en contra del periodismo.
R. Eso es un análisis que tiene que hacer el propio periodismo y las empresas periodísticas.
P. ¿Las ruedas de prensa arruinan el fotoperiodismo?
R. No sé si lo arruinan pero yo las quitaría todas.
P. ¿Y por qué no las ha quitado? Usted ha sido el jefe de los fotógrafos durante años.
R. En los últimos años, hemos ido a muy pocas ruedas de prensa. Ahora con los gabinetes nos hemos surtido con sus fotos, que van a la web. Y en el papel hemos intentado ir eliminando ese tipo de fotografías y yendo a otro tipo de imágenes y, por tanto, también a otro tipo de temas periodísticos.
P. ¿Usted se ha sentido libre?
R. Yo sí. Siempre he hecho lo que quería.
La Voz de Córdoba fue un periódico que rompió con todos los esquemas
P. ¿Cuáles son las presiones que tiene un jefe de fotografía?
R. ¡Buf! Las tienes por arriba, por abajo, por delante, por detrás, por la izquierda y por la derecha. Pero bueno: al final yo lo he tenido muy claro. Hay que entender que las empresas periodísticas mandan en la línea editorial y a eso hay que plegarse. Es normal. Y, dentro de que tienes que seguir una línea editorial, yo creo que tenía bastante libertad para poder publicar lo que he querido como jefe de fotografía en Diario Córdoba durante veinte años. Muy pocas veces se me ha dicho esa foto no se publica.
P. ¿Qué foto ha tenido que guardar en el cajón?
R. Ninguna.
P. Me acaba de decir que algunas veces sí.
R. Te pueden decir “cuidado” con esa foto, pero yo no he dejado ninguna en el cajón.
P. ¿Cuáles son las zonas prohibidas del periodismo en Córdoba?
R. Yo no he sentido que haya tenido zonas prohibidas. Yo siempre se lo he dicho a mi equipo: las fotos hay que hacerlas todas. Luego vemos si se publican o no. Los presidentes de Estados Unidos llevan un fotógrafo que tiene orden de hacer todo porque es la historia de su país. Eso trasládelo a Córdoba. Todo lo que fotografiamos es parte de la historia de nuestra provincia. Que luego se publica o no, ya veremos.
P. ¿La historia oculta es la más interesante?
R. En fotografía no hay historias ocultas, porque si lo fotografías deja de serlo. La cosa es sacar a la luz todo aquello que incluso, a veces, no se quiere que salga a la luz.
P. ¿Le ha gustado ser jefe?
R. Sí. Pero no porque yo tuviera ansias de serlo. Yo lo que tenía ansias era de poner a la fotografía y al fotógrafo en el sitio que merecía. He luchado toda la vida. A nivel andaluz fui el primer redactor gráfico que conseguí tener ese estatus en contrato. Que me equipararan con los periodistas. Ahí pasé de las 40.000 a las 61.000 pesetas que ganaban los redactores.
Nunca he tenido que dejar una foto en el cajón
P. Antes los fotógrafos tenían un estatus inferior a los redactores.
R. No eran ni auxiliares, ni eran redactores. Eras fotógrafo y tenías un sueldo como fotógrafo.
P. ¿Anguita ha sido el rey de la fotogenia?
R. Yo creo que sí. Ha sido una persona que ha dado muchas fotografías.
P. ¿Qué tenía Anguita?
R. Carisma. Y tenía algo. Sabía estar en los sitios. No estaba preocupado de la cámara nunca. Él estaba preocupado de su idea, de su política, de lo que tenía entre manos. Y yo creo que ese era el éxito. Cualquier persona, en el momento que se olvida de la cámara, ya congenia con la cámara.
P. ¿Cuántas portadas llevan su nombre?
R. Ni idea.
P. Cientos.
R. Sí, claro. Cientos seguro.
P. ¿Y qué portada colgaría en su salón?
R. Yo creo que la más significativa fue la de Anguita en el Gran Teatro cayéndole ese rayo de luz. Además se ha publicado dos veces: en La Voz de Córdoba y luego en Diario Córdoba. Esa foto es icónica porque retrata a Julio Anguita.
P. ¿Qué dice esa foto de Anguita?
R. Pregúntele a todo el mundo que la ve. ¿Y por qué Diario Córdoba la repite el día de su fallecimiento con las miles de fotos que se le han hecho a Anguita?
P. ¿Pero qué dice para usted?
R. Para mí, representa justo lo que es Anguita. Esa deidad que atrae a justos y pecadores y a personas que son de su palo y no lo son. Es un icono.
Un jefe de fotografía tiene presiones por todos lados
P. ¿Qué reportaje gráfico marcó su vida?
R. Han sido muchos. En la época de Antonio Ramos hacíamos muchos reportajes. Nos mandaba a todas partes. Me está viniendo a la mente uno sobre robos en el campo, que se tituló “Pistolas en el olivar”. Los empresarios optaron por meter seguridad privada. Y allá que nos fuimos. Me acuerdo de la foto que abría el reportaje: un primer plano de una pistola con las mujeres recogiendo aceitunas. Y también me acuerdo que nos mandó a Bosnia a Manolo Guerrero y a mí durante una semana cuando estaba allí la Brigada Córdoba. Eran reportajes distintos a los que se estaban haciendo en ese momento. Luego volvías y hacías tu trabajo tranquilamente. No tenías la rapidez que te da el digital. Se maduraban las cosas. Me gustaba cómo se editaba, cómo se presentaban aquellos reportajes tanto desde el punto de vista literario como fotográfico.
P. Suyo es el reportaje gráfico de la muerte de dos mineros en Espiel.
R. Fue la primera vez que me enfrentaba a la muerte. Era un tío joven y en mi familia no había fallecido todavía nadie. Saltó la noticia de un accidente en una mina de Espiel y salimos corriendo para allá. Cuando llegamos acababan de sacarlos de la mina y los tenían en una nave sobre una mesa. Pude hacer aquellas fotos y se publicaron. Hoy en día no se publicarían.
P. ¿Y por qué no se publicarían esas fotos hoy en día?
R. Hay que tener un equilibrio entre el respeto a la persona y la libertad de expresión. Hoy estamos rozando unos límites que me parece que se están sobrepasando. Nos estamos pasando con el tema de los niños y de la privacidad. Yo no me puedo meter en tu casa a hacerte fotos si tú no quieres. Eso va contra todo derecho. Pero en la calle yo creo que estamos rozando los límites de lo que no se puede hacer.
P. ¿Qué foto no debió publicar nunca?
R. No me arrepiento de nada. Ni tengo en la mente ninguna foto. Hay fotos que se han publicado y luego hemos ido a los tribunales.
P. Como la foto del asesinato de la colonia de La Paz.
R. Por ejemplo. Y además se falló en contra nuestra. Yo miro esa foto hoy y todavía no tengo claro si se puede publicar o no. Pero bueno: hubo sentencia y hay que acatar lo que dictaminan los tribunales.
P. Os denunció la familia.
R. Sí. La sentencia decía que se había traspasado el honor de la víctima. Era más porque parece que se le veía el pecho a la mujer [En la fotografía, aparecía una mujer asesinada en plena calle medio tapada por un cobertor forense. Fue víctima de un crimen machista]. No era una cosa escandalosa. Ni era un primer plano. Estaba rodeada de policías y sanitarios. Y era de noche.
P. ¿Cuáles son los límites del fotoperiodismo?
R. Los límites, a veces, te los pones tú mismo. Pero insisto: hay que llegar hasta donde se pueda y un poquito más allá. Luego siempre tienes la oportunidad de decidir si lo publicas o no.
P. ¿Dónde estaba el día del atraco al Banco de Santander?
R. Estaba en la cama. Había terminado muy tarde aquella noche y esa mañana fue mi mujer quien llevó a mi hija al colegio. Cuando volvió, me llamó para que hiciera una foto. Se había roto una cañería y el Realejo estaba medio inundado. Salí corriendo para hacer las fotos y me encuentro a una mujer policía llorando. No me cabía en la cabeza que estuviera llorando por una inundación. Me dijo: “Acaban de tirotear a dos compañeras y las han matado”. ¿Cómo? ¿Dónde? Salí corriendo al Pretorio con la moto y me encontré a la policía, al coche y a los sanitarios. Acababa de ocurrir. No había dado tiempo todavía ni de vallar el sitio.
Del mundo analógico añoro la capacidad de pensar antes de hacer la foto
P. ¿Estaban todavía las policías municipales muertas en el coche?
R. Sí. No se las veía porque pusieron algo para taparlas. Si se hubieran visto yo las hubiera fotografiado evidentemente. Y luego ya hubiéramos decidido si esa foto era oportuno publicarla.
P. ¿Y qué sintió al apretar el botón de la cámara en el atentado de ETA en Carlos III?
R. No sientes nada en esos momentos. La noticia surge corriendo y tú lo único que piensas es en llegar lo antes posible y fotografiar lo máximo que puedas. Me dijeron: “Ha muerto un sargento”. “¿Dónde?”, pregunté. “Ahí está”. Y estaba todavía tapado. Lo fotografías y ves el coche destrozado. Estás viendo el bloque con los daños que tiene. Subes, haces fotos desde arriba y desde abajo. No eres consciente en esos momentos de tener un sentimiento. Es luego cuando piensas.
P. ¿Qué hay detrás de la cámara: seres humanos o un objetivo profesional?
R. Yo veo a la persona. Veo al ser humano. ¿Que eso va ligado a un objetivo? Sí.
P. ¿Qué foto le ha costado hacer?
R. En una ocasión los trabajadores de Electromecánicas no cobraban la nómina y cortaron la avenida de Gran Capitán. Estábamos Rafael Camacho y yo. Llegó la policía y empezó a pegar palos. Me puse a hacer fotos y me dieron en el brazo. Yo creía que era Camacho y le dije: “Déjame que estoy haciendo fotos”. Me ponen una placa y me dicen: “¡Policía!”. Me piden el carrete y fui a buscar a Rafa. Nos metieron en el furgón a los dos y los manifestantes se olvidaron de sus reivindicaciones y pusieron el furgón a dos ruedas pidiendo que nos soltaran. La Policía se pone nerviosa, uno saca la pistola y el otro me pide el carrete. Quito el carrete pero le doy el cambiazo y le entrego uno que estaba en blanco. El bueno me lo metí en el calcetín y tomaron nota del DNI. A la hora fuimos a Comisaría y las fotos ya estaban reveladas y copiadas.
P. ¿Es verdad que don Miguel Castillejo compró Diario Córdoba para salir en las fotos?
R. Pues no lo sé. Pero que salía mucho en las fotos, sí es verdad.
P. Y de pronto llegó la revolución digital.
R. Y lo cambió todo. Pero yo soy una persona que siempre mira hacia adelante. Nunca me he cerrado a nada y mucho menos a las nuevas tecnologías. He tenido que esforzarme por ponerme al día porque lamentablemente no nos daban cursos de reciclaje ni nada.
P. ¿Qué añora del mundo analógico?
R. La capacidad que nos ha dado de pararnos a pensar y a reflexionar antes de hacer las fotos. Desde el punto de vista técnico, es verdad que lo digital nos da más calidad y más rapidez.
Todo lo que soy profesionalmente se lo debo a Sebastián Cuevas, Antonio Mozo y Antonio Ramos
P. ¿Cómo ha cambiado internet la prensa?
R. Lo ha cambiado todo. Hemos pasado de una forma de enfrentar las noticias con cierto relax a la inmediatez. Estás cubriendo el acto y ya se está publicando. Ahora es más trepidante y más estresante.
P. ¿El estrés es un enemigo o un estímulo?
R. Es un enemigo mortal. Esto se tiene que regular. No podemos ir con tanta prisa. No podemos dar tanta información en tan poco tiempo. La gente no digiere, no reflexiona. ¿Qué hacemos? Correr, correr, correr.
P. ¿La prensa escrita se muere?
R. No creo.
P. ¿La prensa de papel se muere?
R. La prensa de papel, sí. Cada vez más.
P. ¿Y qué viene después de la prensa de papel?
R. No lo sé. Yo creo que la prensa ha entrado en su propia crisis y está buscando su sitio. Cambiará el concepto de enfrentarse al papel. La prensa diaria de papel ya realmente no es necesaria. Yo me acabo de jubilar y me han ofrecido suscribirme al periódico. ¿Para qué? Si lo veo en el móvil todas las mañanas.
P. Hay fotógrafos que cobran cinco euros por fotografía.
R. Me parece mal que a alguien por su trabajo no se le esté valorando. Eso pasa también en la prensa escrita.
P. ¿Que ve si mira hacia atrás?
R. Veo una época que ha terminado. Y una manera de ver la vida. Me siento orgulloso. Dicen que he sido referente de esa etapa. Lo agradezco. Pero, desde luego, lo que agradezco es haberla vivido.
P. Usted ya es parte de la historia gráfica de esta ciudad.
R. Sin falsa humildad, sí. Eso es una realidad. Son 42 años y medio. Y eso es mucho tiempo.
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