Ángel Salvatierra: “Hoy peligra la sanidad pública”
El doctor Ángel Salvatierra nos recibe en el vestíbulo del Reina Sofía. Son las 11.00 de la mañana y aún no ha pegado ojo. La noche anterior tuvo que desplazarse urgentemente al hospital a las doce y media de la noche para atender a un paciente. Terminó a las 4.15 de la madrugada. Ya no regresó a casa. Se dirigió a su despacho, tomó asiento frente al ordenador y siguió trabajando.
PREGUNTA. ¿Eso le pasa a menudo?
RESPUESTA. Es frecuente.
P. Y, por supuesto, usted no cobra horas extras.
R. No, no, no.
P. Lo de las 40 horas semanales es una cosa que está en el Estatuto de los Trabajadores, pero usted no sabe qué significa.
R. Hay que estar cuando hay que estar. Y hay que hacerlo vocacionalmente. A determinada altura de la vida, lo importante es tener la conciencia tranquila y hacer lo que debes de hacer.
P. ¿Todo el mundo aquí tiene ese compromiso?
R. Creo que sí. Hay mucha gente que lo tiene. Es lo que te puede hacer feliz. No creo que nadie que no cumpla con su misión evolucione como ser humano.
Una vida indigna no es vida
P. ¿Y cuál es su misión como ser humano?
R. Tengo dos perspectivas. Una es la ayuda. Cuanto más ayudas y te entregas, más feliz eres. Es una experiencia universal. La segunda es la búsqueda de algo intangible, inefable, que debe estar en alguna parte o dentro de nosotros mismos. Llamémosle belleza, bondad, luz o Dios.
P. ¿La bondad le define?
R. No. No creo que sea eminentemente bueno. Intento no molestar ni hacer daño a nadie.
Punto. Ángel Salvatierra (Puerto de Santa María, 1954) es uno de los estandartes del hospital Reina Sofía. En su hoja de servicios, figura alguno de los hitos históricos de la sanidad andaluza contemporánea. Por ejemplo: protagonizó el primer trasplante de pulmón de Andalucía. Ahora se cumplen precisamente 30 años de aquella gesta que catapultó la medicina cordobesa y española hacia la modernidad. Y en 2016 fue declarado Hijo Predilecto de Andalucía.
A sus casi 69 años, dirige el Servicio de Cirugía Torácica, que integra a un equipo de alta capacitación compuesto por medio centenar de profesionales. Sus jornadas son ingrávidas. Interminables, queremos decir. Se levanta a las 6 de la mañana, se ducha, desayuna y se sienta en el ordenador a revisar el correo electrónico. A las 7 está cruzando el recibidor del Reina Sofía. Pasa una primera visita a sus pacientes y se reúne con su equipo. Salvatierra sabe cuándo entra en el hospital, pero no cuándo lo abandona. Muchos días come en su mesa del despacho. “Una comida ligera y rápida. Me la traigo aquí para seguir trabajando”, puntualiza. Así es su vida. La que siempre quiso tener.
P. Con 14 años ya tenía claro que quería ser médico.
R. Tuve muy buenos ejemplos. El médico de casa era un magnífico médico. Agustín Fernández. Era amigo de mi padre y de mi familia. Me encantaba cómo trabajaba. Con qué amor, con qué dedicación, con qué entrega. Era un cúmulo de lo que me gustaba ser. Entregado y feliz. Un ser que vive para algo más que para la simple supervivencia. Había una trascendencia humana.
P. ¿Ser médico ha sido lo que usted imaginaba?
R. En lo que es el fin, sí. En lo que es el trayecto, no. Yo pensaba en un contacto más intimo y permanente con el ser humano. Luego vi que en la medicina hospitalaria no había esa intimidad durante tanto tiempo. Había muchas horas de sesiones clínicas, de formación, de pruebas diagnósticas y menos tiempo para la relación médico-paciente.
Mi jefe del hospital de EEUU me dijo: "Con ese seguro, si tienes un apendicitis, tienes que vender la casa"
P. Y lo ha echado de menos.
R. Yo he intentado siempre que eso nunca desaparezca.
P. ¿Qué descubrió en la universidad?
R. Que, al margen de formarte como médico, la formación como ser humano era incluso más trascendental.
P. En 1984 ingresa en el Reina Sofía. Tenía 30 años.
R. Entré con 29 años. Venía del Ramón y Cajal, de Madrid, que era un hospital muy intenso y despersonalizado. Prevalecía la técnica sobre la humanidad. Era un gran hospital y se hacía una gran medicina. Cuando llegué aquí me pareció más familiar. Aparentemente no tan científico y avanzado, pero más humano. Eso me gustó. Había gente de una calidad humana, intelectual y científica extraordinaria. Aquí se formó un hervidero de profesionales muy activos que querían hacer de este centro un gran hospital. Se empezaba a hablar de trasplantes y esa fue una gran meta para todos.
P. ¿Qué ha significado el Reina Sofía en el sistema sanitario andaluz?
R. Si no es el mejor, el Reina Sofía es uno de los mejores. Fue el primero en Europa en tener todos los tipos de trasplantes. El desarrollo de la medicina en este hospital fue inmenso y de muy buena calidad. Atrajo una enormidad de buenos profesionales. Y se supo abrir a la sociedad. Todos estamos orgullosos de pertenecer al hospital. Los ciudadanos también.
En EEUU no todos los seres humanos tienen derecho a la sanidad. Y eso es una barbaridad
P. ¿Aquella clave del éxito se mantiene 40 años después?
R. Como todo en la vida, el curso no es lineal. Hay altibajos. Algunos provocados por nosotros mismos, por épocas de desilusión o por imposiciones de determinados hechos. Por ejemplo, las dos crisis económicas, que nos permitieron ser más eficientes pero que también hicieron que este hospital perdiera posibilidades de tecnología. Nos conformábamos con mantener un gasto muy por debajo y eso probablemente nos haya tarado para el futuro. Había un plan director después del famoso incendio y con la crisis quedó absolutamente anulado.
P. ¿Recuerda su primera operación?
R. Debía tener 24 años. Consistía en quitar unas bullas que se forman en el pulmón y crean un neumotórax espontáneo.
P. ¿Cómo se sintió en el quirófano?
R. Había ayudado mucho previamente y me sentí seguro. Estás acompañado de gente experta. Cosa diferente es cuando ya eres el último responsable del paciente.
P. Y vas sin red.
R. Exacto.
P. Y se pasa miedo.
R. Muchas veces en la cirugía se pasa miedo. Nunca hay que perderle el respeto. En nuestra especialidad, a veces, un accidente llega a ser mortal.
Cuanto más conozco la sanidad del mundo, más amo la sanidad española
P. ¿Qué se juega un médico en el quirófano?
R. Lo que se debería jugar es la vida o la función de un determinado órgano del paciente. Y nada más. Todos tenemos un ego, quieres hacerlo bien y que te consideren un magnífico cirujano. Lo fundamental es hacer lo que tienes que hacer de la mejor manera posible. Haciendo el menor daño y causando el menor gasto posible para que puedas aplicar lo que te sobra a otros pacientes y que haya verdadera equidad y justicia en la sanidad pública.
P. ¿Y hay equidad y justicia en la sanidad pública?.
R. Yo creo que sí. La protocolización persigue eso. Debes de hacer la operación que sea óptima. Si el tratamiento A vale equis elevado al cuadrado y el tratamiento B vale solo equis, y no hay diferencia significativa en el resultado, no utilices el caro. ¿Por qué? Porque la tarta es limitada y hay que repartirla en porciones que sean equitativas entre todos los comensales.
P. ¿Hay eficiencia en la sanidad pública?
R. Sin lugar a dudas. Y cada vez la perseguimos más. La eficiencia es algo que nunca se llega a perfeccionar del todo. En primer lugar, debes preguntarse qué es lo que verdaderamente requiere el paciente. A veces, nos llevamos muchas sorpresas. Porque el paciente igual no quiere una larga vida como primera meta, sino que quiere una vida digna, autónoma, confortable, aunque sea menos larga.
P. ¿Una vida indigna es vida?
R. Yo creo que no. Porque la dignidad es intrínseca a la persona. Lo que le hace tener valor pero no precio. Puede llegar el momento en que el dolor lo hace indigno. Una muerte digna no se le puede negar a un paciente que cumpla una serie de requisitos.
En mi primer trasplante de pulmón había niebla y el piloto no pudo aterrizar aquí
P. Trabajó usted en el Barnes Hospital, de Estados Unidos, uno de los más prestigiosos del mundo.
R. Fue una experiencia no solo inolvidable sino marcadora e impulsora. Una experiencia que tiñe el resto de tu vida profesional. Es un hospital donde se ejercía una medicina de altísimo nivel, con personas extremadamente cualificadas.
P. Y, cuando llegó, su jefe le pidió el seguro médico.
R. Sí. Yo fui con un seguro relativamente barato. El que me ofrecía aquí la Seguridad Social. Y otro que hice por mi cuenta. Me hice muy amigo del jefe de Cirugía Vascular del hospital y comíamos prácticamente todos los días juntos. Un día me dijo: “Ángel, ¿tú te has traído un seguro, no?”. Le dije que sí. Y me dijo: “Quiero verlo. Tráelo y déjaselo a mi secretaria”. Al día siguiente fuimos a comer. Y me dijo: “Con ese seguro, si tienes un apendicitis, tendrías que vender tu casa para hacer frente a los costes”.
P. En EEUU, hay 50 millones de personas sin cobertura sanitaria. ¿La meritocracia era esto?
R. Yo creo que es una meritocracia muy mal llevada. Desgraciadamente, allí no todos los seres humanos tienen la misma piel. Y es dramático tener decir esto. No todos tienen las mismas oportunidades. No todos tienen el mismo derecho a la sanidad. A mí eso me parece una barbaridad. Yo creo que el ser humano, por el simple hecho de serlo, ya tiene dignidad como para requerir que algo tan absolutamente vital como la salud lo tenga cubierto.
P. ¿Cuanto más conoce la sanidad del mundo, más ama la sanidad española?
R. Sin duda alguna. Y no es perfecta. Ojalá. Siempre digo que es la joya de la corona. No todas las joyas son esmeraldas y brillantes. Hay algún cristalito. Alguna bisutería. Pero, en conjunto, es la joya de la corona.
Ningún gobierno ha dado respuesta a lo que se requiere en sanidad
P. ¿Y la sanidad pública en España peligra?
R. Sí. Yo creo que en este momento peligra. No creo que a corto plazo, porque ningún gobierno dirá que se acaba, pero sí que la puedan ir dejando agonizar.
P. ¿Cuál es su principal amenaza?
R. Habría que abrir un debate a nivel nacional y autonómico sobre adónde queremos que vaya la sanidad pública, con qué medios contamos y qué deberíamos de hacer. Pero que se consulte con los que verdaderamente saben.
P. ¿Y os consultan?
R. Desgraciadamente no. Desde hace ya varios años hay menos consultas. No hay una verdadera disposición al diálogo.
P. ¿Y eso tiene que ver con el signo político del gobierno?
R. Quizás en parte. Pero yo lo quiero alejar de las ideologías. Desgraciadamente ninguna últimamente ha dado respuesta a lo que realmente se requiere. Hay una alarma que es clara. Sentémonos, deliberemos quitándonos las máscaras de partido, de ideología y de prejuicios, y escuchémonos unos a otros por el bien común.
P. ¿Sigue soñando con Mary?
R. Sí. Lo cuento mucho. Mary es un ejemplo y es el que más me llegó al alma. Había tenido un contacto en los días previos con ella y con el padre. Y requería un trasplante pulmonar. En la reunión para ver qué candidatos eran válidos para el trasplante, la trabajadora social del Barnes Hospital dijo que no tenía un seguro lo suficientemente importante como para poder hacer el trasplante. Y simplemente se desechó. Luego hubo que decirlo al padre y a la niña que estaba allí con los ojos perplejos llenos de lágrimas. El padre no sabía dónde mirar. Yo le dije que se podrían hacer tómbolas para sacar dinero.
Mary me miraba con los ojos llorosos y el padre sabía que se iba a morir porque no tenía dinero para el trasplante
P. Ese ha sido uno de los trances más duros de su vida.
R. Sin lugar a dudas. Aquí jamás pasaría eso. Y encontrarte allí, con esa niña que te miraba, que había cogido confianza conmigo, con esos ojos llorosos. Y el padre sabiendo que se iba a morir porque no tenía el suficiente dinero. Fue una situación tremenda y tuve que irme de allí prematuramente.
P. Se le cayó el mito de Estados Unidos al suelo.
R. En gran parte sí.
P. Año 1993. María Ángeles. Primer trasplante de pulmón en Andalucía.
R. Me acuerdo perfectamente de todo. Recuerdo el viaje a Almería de donde fue la donante. Una donante embarazada. Recuerdo quién me acompañaba. Quién era el cirujano que lo extrajo. Recuerdo la niebla que hubo al venir para Córdoba. Mi insistencia al piloto para que aterrizara aquí y no hubiese demasiado tiempo perdido de isquemia. Recuerdo la rigidez absoluta y, por supuesto, justa del piloso al decirme que no. Que me sentara, que no me iba a hacer caso y que él no arriesgaba vidas por aterrizar antes. Recuerdo mi malestar y cómo tuvimos que ir a Sevilla, coger una ambulancia y venir para Córdoba. Y cómo la ambulancia no corría demasiado mientras yo le metía prisa al conductor. Y recuerdo que cuando vine aquí me tranquilicé. Le pusimos el pulmón a María Ángeles y no me costó ningún trabajo. Fue uno de los trasplantes más fáciles que he hecho.
P. A María Ángeles se le regalaron diez años de vida.
R. Sí. Creía que todos los trasplantes iban a ser así. Pero no. Hay otros enormemente complicados.
P. ¿Quien salva una vida salva a la humanidad?
R. Eso es una hipérbole. Realmente quien salva una vida salva una vida. Pero, si todos salvamos o intentáramos salvar una vida, la humanidad sería muy diferente.
Veo poco necesario tantas derivaciones a la privada
P. Han pasado 30 años ya de aquella operación pionera. ¿Cuántos trasplantes tiene en sus manos?
R. Muchísimos. El otro día le dieron un premio a una trasplantada que llevaba ya 25 años desde la operación.
P. Eso es un milagro.
R. Sí. Y hay gente con más. Es una satisfacción. Pero también fundamentalmente lo que hay que venderlo es como una esperanza. Una gran esperanza para pacientes que sufren enormemente por no poder respirar. Porque no poder respirar es muy doloroso. Muy angustioso, tremendamente desequilibrante y que ofrece una calidad de vida ínfima. No poder hablar, no poder casi peinarse, no poder vestirse, no poder dar dos pasos sin ahogarse. Eso es tremendo. Y el trasplante de pulmón es una gran esperanza para estos pacientes.
P. Leo en la prensa lo siguiente: “Andalucía privatiza la atención primaria”. ¿Hacia dónde vamos?
R. Yo espero y deseo que eso sea una exageración periodística. No creo que la atención primaria se pueda ni se deba privatizar. Hay que prestarle mucha más atención de la que se le presta. Deberíamos sentarnos los administradores, los facultativos, los enfermeros, las personas de la organización sanitaria a dirimir dónde están los problemas e intentar ponerles solución.
P. ¿Cree en la teleasistencia?
R. Creo en la teleasistencia para aquello que se puede controlar con teleasistencia. No para evitar encuentros médico-pacientes que son imprescindibles.
P. También leo en prensa lo siguiente: “Un millón de pacientes derivados a la sanidad privada en 2022”. ¿Vamos bien?
R. Esto no debería de ocurrir. Es verdad que la sanidad privada es muy honesta y está totalmente legitimada. ¿Cómo lo veo yo? De una manera probablemente simplista y quizás si tuviera más inteligencia o más datos diría lo contrario. Pero aquí hay muchas tardes donde los recursos se podrían utilizar durante más tiempo. Y, por tanto, veo quizás poco necesario tanto número de derivaciones.
No creo que la atención primaria se pueda ni se deba privatizar
P. ¿La inteligencia artificial revolucionará la sanidad?
R. Sin duda alguna. Una inteligencia artificial con datos bien extraídos de fuentes, estoy convencido de que va a ayudar enormemente a la salud.
P. Usted cumple 70 el año próximo y está aquí al pie del cañón. ¿No piensa en la jubilación?
R. Yo no me quisiera jubilar mientras esté bien. No veo necesidad. Comprendo que nadie es imprescindible y que tiene que venir gente joven que traiga otros proyectos. A lo mejor yo ya no debería de ser a partir de una determinada edad jefe pero igual sí consultor. Yo creo que tendremos alguna visión que podamos aportar.
P. ¿Un médico de verdad muere con la bata puesta?
R. Yo creo que sí. Hay personas que dicen que ya se ha acabado la vocación y que la medicina es una profesión más. Eso sería una visión muy poco latina de ver la vida. Una visión anglosajona de derechos y deberes. Aquí vivimos más la vocación. La virtud. Hacer de tu vida algo bueno. La vocación no se acaba nunca.
P. ¿Qué hará al día siguiente?
R. Quizás pueda ayudar a alguna ONG.
P. En su casa no se va a quedar sentado.
R. No. Yo no me voy a quedar sentado.
P. Regresará al Puerto de Santa María.
R. Volveré con más asiduidad. Disfrutaré de la playa, de la literatura, de la música, pero no perderé el punto de vista de que en la adolescencia decidí ser médico y quiero morir siendo médico.
P. Usted ha dicho: “La medicina sin humanidad no vale nada”.
R. Absolutamente. No hay calidad si no hay calidez. Los seres humanos no somos mercancías. Jamás dije a un paciente que era un cliente. Me parece la mayor de las aberraciones.
La inteligencia artificial ayudará enormemente a la sanidad
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