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Un paseo por el campo en la sala Galatea

FOTO: MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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La Casa Góngora acoge la muestra 'Paisajes hermenéuticos', de la fotógrafa Nathalie Mohadjer

De origen alemán e iraní, Nathalie Mohadjer ha pasado buena parte su carrera volcada en la recogida de instantáneas con fuerte carga social: campos de refugiados, casas de acogida de personas sin hogar, cárceles... A finales del pasado verano residió durante un tiempo en el convento de Santa Clara de Belalcázar, con La Fragua, por donde más de 40 artistas han pasado para realizar trabajos durante sus estancias. Nathalie Mohadjer no olvidó el carácter humano de sus fotografías, pero se volcó en la introspección del paisaje. Así ha nacido Paisajes hermenéuticos, que se exhibe en la sala Galatea de la Casa Góngora hasta el 24 de febrero.

Los líquenes de las encinas se acercan al espectador. La profundidad de campo juega. El tamaño de las fotografías, también. No son tres dimensiones, pero algunas lo parecen. Los madroños son acariciables y la rugosidad de alcornoques sobresale de la ampliación. Es un paseo por la sierra de Córdoba. Parece pisarse la tierra reseca, olerse la jara sudada y solo falta el canto monocorde de la chicharra o el zumbido molesto de los moscardones. Casi da sed.

La vuelta continúa. Uno sale de esa sala y se topa con un olivo. Tienta tocarlo. Es real. O lo parece. Pero podría una de la experiencia de Mohadjer. Se sortea con algo de miedo de poder rasgar el posible papel de revelado. Aunque si es una foto, se esfuerza en hacer la fotosíntesis. Tal vez es un olivo real. Tal vez.

Real o no, detrás hay otra sala. El paseo por el campo llega a una cañada. Cursos de agua. Presencia humana aunque no hay nadie. Allí por donde el hombre ha pasado, ha dejado una impronta en forma de basura, cables, plástico u hormigón. Y el paso del tiempo se encarga de hacer esa contaminación más cercana al entorno natural. Casamatas de cemento que se mimetizan con la roca natural, que se remeten en la colina; cables enredados como jaramagos resecos.

No hay nadie. Ni en las fotografías ni en la sala Galatea. No hay nadie en el patio. Solo el olivo que parece real. No hay nadie en la oficina de recepción. Solo un puñado de retratos inmensos de vecinos de Belalcázar en la sala de la entrada. Los habíamos dejado atrás. Son la única licencia de Nathalie Mohadjer al grueso de su carrera: la gente. Aunque, a decir verdad, sus caras parecen un paisaje.

Ha terminado el paseo por el campo.

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