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Juan Velasco

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Empecemos por el principio:

palimpsesto.(Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος).

m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

m. Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir.

Y pensemos: ¿Lo que uno borra desaparece para siempre? ¿Cuántos discursos caben en un mismo folio en blanco? ¿Cuántos pintores habrán pintando encima de otros cuadros? La idea del palimpsesto, que es tan poética como ilimitada (basta con borrar una reflexión y empezar otra), está en la base del proyecto homónimo que ha llevado a cabo esta semana el Instituto Municipal de Artes Escénicas (IMAE) en Córdoba.

Un proyecto que nació hace más de un año, cuando plantearon al grafitero Sake Ieneka, uno de los artistas urbanos más reputados de Andalucía, la posibilidad de producir una obra en la fachada del Teatro Góngora que captara la ilusión que supone ir al teatro. Y, no sólo eso, sino que además, se le advirtió de que, hiciera lo que hiciera, la obra no perduraría en el tiempo, ya que, un año después, otro artista urbano ocuparía el mismo espacio.

Lo cierto es que el mundo del arte urbano convive con la idea de lo efímero. No existe grafitero en el mundo al que un rulo de pintura blanca no le haya archivado una pieza. Esa idea está en los inicios mismos del arte urbano, cuando era una forma de expresión clandestina, a menudo perseguida e incomprendida por una ciudadanía que no siempre era capaz de mirar aquellas pintadas sin las gafas de la moral.

De la clandestinidad al apoyo municipal

Con los años, el arte urbano ha acabado aceptado. Sake Ieneka, por ejemplo, lleva decorando paredes desde hace más de 15 años tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Y, aquella sensación de clandestinidad es historia. Ahora, los ayuntamientos que perseguían a sus antecesores, le llaman para trabajar.

Por eso mismo, cuando el IMAE le propuso trabajar en el proyecto Palimsesto no dudó. Dijo sí. Pensó y creó una obra que, hace un año, captó a la perfección el sentir general de la ciudadanía hacia la cultura segura. Y, cuando taponó el spray, escogió a su sucesor. Lo cuenta el mismo artista en el vídeo que ha publicado el IMAE sobre el proceso de creación de estas dos obras.

Sake buscaba una línea distinta al realismo y la figuración que él practica y, en ese ámbito, pocas personas cuadraban mejor que Sota Pérez, un diseñador y artista urbano que está enfocado más al diseño y a lo contemporáneo. “Pensé que esa disparidad de estilos iba a ser muy interesante para interpretar la nueva obra que se está haciendo”, explica Sake en el vídeo, que capta a ambos frente al lienzo que hay en la fachada del Teatro Góngora.

Un teatro casi centenario

Un teatro, por cierto, casi centenario y que, de alguna manera, ha vivido su propio palimpsesto a nivel arquitectónico. Porque, antes de ser el hermano pequeño del Gran Teatro y oficinas del IMAE, este espacio de la calle Jesús y María era el Cine Góngora, uno de los más vigorosos centros culturales de la ciudad de Córdoba.

El edificio se construyó entre los años 1929 y 1932, con un proyecto del arquitecto madrileño Luis Gutiérrez Soto. Fue uno de los teatros más importantes de la ciudad y, en la década de los 80, prácticamente el único, cuando se cerró el Gran Teatro por reformas. Con su decadencia en los años 90, acabó siendo adquirido por el Ayuntamiento de Córdoba en 2004, que lo reformó y reabrió en 2009. De aquel proyecto de restauración se encargó el arquitecto Rafael de la Hoz Castanys.

He aquí el palimpsesto. Fue precisamente este último arquitecto el que borró del proyecto anterior las ideas previas sobre la fachada y convirtió en un lienzo vacío lo que antes ocupaban los carteles y la programación del cine. Ahora, diez años después de aquella idea, la pared izquierda de la fachada ha acabado convertida en un mural de arte urbano. Y así, llegamos a la mente de Sota Pérez.

El espíritu en la tipografía

¿Y qué ha hecho este artista? Pues Sota ha optado por extraer el espíritu de los teatros de Córdoba y, más concretamente, del Teatro Góngora. Lo ha hecho a partir de la tipografía modernista, santo y seña del espacio actual, y que el artista ha convertido en una especie de trazado urbanístico en el que, en un plano cenital, uno atisba a mirar la vida de la propia ciudad, de una Córdoba que no se entiende sin sus espacios culturales.

“Aunque vengo del grafiti que es mucho más libre y haces lo que te da la gana, me gusta mucho esta parte de mural, de crear un contenido con una idea, con un proceso y un fin. Es una manera de gestarlo distinta. Para mí es un reto”, contaba Sota Pérez.

El artista espera tener listo el grafiti en las próximas horas. A partir de entonces, dice, ya no será suyo. Será de los cordobeses, que seguramente tendrán que pararse un poco para captar la esencia de un trabajo que ha ido forjando desde el pasado jueves, cuando comenzó a borrar las huellas de su predecesor.

Y, dentro de un año, pues que pase el siguiente artista. Como en el teatro.

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