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El viaje de ida y vuelta de Habichuela y Jorge Pardo

Pepe Habichuela y Jorge Pardo en una actuación en el Gran Teatro | TONI BLANCO

Manuel J. Albert

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Los dos artistas actuaron anoche en el Festival de la Guitarra con su espectáculo 'Flamenco Universal'

Hay quien todavía se pregunta por qué el flamenco cautiva a medio mundo. Si esa persona hubiese estado en el concierto de anoche de Pepe Habichuela y Jorge Pardo, en el Festival de la Guitarra, tal vez hubiese empezado a tener algunas pistas. Por algo el espectáculo se llamaba Flamenco universal. Y es que lo de ayer en el Gran Teatro fue cerca de dos horas de viaje transoceánico. Desde lo más hondo del flamenco hispano a los ecos percusivos del Magreb, las fantasías francesas sobre lo español (Maurice Ravel y su Bolero) o lo sueños españoles sobre sí mismos (con El Amor brujo, de Falla). Todo ello, condensado por un cuadro liderado por Pepe Habichuela, a la guitarra y Jorge Pardo, a los saxos y flautas.

Sin duda fue Pardo el que más horas de vuelo echó anoche en el Gran Teatro. Armado con su travesera, alto, trajeado y con pelo largo, había momentos en que parecía David Carredine solo en el desierto americano de Kung Fu, recordando Asia con su flauta. Porque escucharle cantar con la voz arenosa de ese instrumento o de su saxo por bulerías, tarantos, soleás por bulerías, tangos y fandangos libres, daba una dimensión que, sin duda, trascendía el esquema de flamenco que todos tenemos en la memoria. Pero sin manipular su ADN, sin alterar un ápice su genética. Enriqueciéndolo, en cambio, con matices tonales de todo tipo. Tan dispares, a veces, que harían sonreír por su familiaridad a dos personas incluso en las antípodas.

Pepe Habichuela comenzó a andar el camino. De hecho, lo hizo hace décadas como uno de los protagonistas -junto a Paco de Lucía, Camarón, Morente o el propio Jorge Pardo- que empezó a permear el flamenco con más colores y sabores. Aunque anoche, se desperezó en el escenario tirando de dos piezas en solitario de flamenco seco. Dos bocados para iniciar el paseo que, aun siendo piezas de raíz, lucían un cromatismo vivo propio de Habichuela. El maestro estuvo acompañado luego por la percusión del artista Bandolero. Éste comenzó a soltar la cintura con alguna brisa africana surgida de la caja flamenca y de los timbales. Incluso una especie de gong, algo distraído a veces, hacía volar todavía más lejos la guitarra hacia el oriente.

Sobre el escenario no todo era etéreo. La tremenda bailaora Paloma Fantova se marcó verdaderos terremotos de Kobe [Japón, 1995, 7,3 grados en la escala de Richter] cada vez que salía al tablao. Unos zapateados intensos, telúricos e interminables. Movimientos sísmicos que regresaban al escenario en forma de oleadas de aplausos cada vez que ella terminaba un más difícil todavía con sus pies y sus tobillos. Alguno diría, incluso, que aquella mujer era capaz de zapatear en el aire.

Mucho más ligero, casi turístico, fue El Faro, el tema que Pardo, Josemi Carmona, Bandolero y el contrabajista Pablo Báez desarrollaron hacia la mitad del espectáculo. Un momento para recostarse en la butaca y disfrutar de la flauta y las guitarras amables, un hilo musical perfecto para regresar de vuelta a casa. En tren, por ejemplo. Un regreso que luego se animó a ritmo de bulerías y fandangos libres liderados por Habichuela. Pinceladas finales a cargo de un magnífico plantel de músicos y artistas que ejercieron de cicerone para mostrar lo universal que es el flamenco.

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