La Taberna El Gallo podría echar el cerrojo tras 83 años de vida
“Cerrado por defunción”. Es el cartel que este jueves se podía leer en la mítica Taberna El Gallo. Un aviso que, para desgracia de sus múltiples parroquianos y de sus queridos taberneros, podría no ser una cuestión temporal, sino el preludio de un cierre total.
El motivo, según ha podido saber este periódico, está en que el fallecimiento de la arrendataria del local puede dar pie a que la propiedad del mismo ya no se avenga a renegociar la continuidad de la Taberna El Gallo en su tradicional local de la calle María Cristina, donde permanece prácticamente intacta desde su fundación, en 1936, por parte de Manuel García Zamora.
El Gallo es una de las tabernas decanas de Córdoba, solo superada en antigüedad por un puñado de espacios centenarios -Taberna El Pisto, Sociedad de Plateros, la Taberna Regina, la Taberna Salinas, el Bar El 6, todas ellas fundadas en el siglo XIX-. También es una de las más señeras, especialmente, porque, al contrario que todas éstas, su aspecto permanecía practicamente tal como se concibió y no había sufrido ninguna reforma.
Ubicada a la espalda del Ayuntamiento, a unos metros del Templo Romano, en una calle que se peatonalizó hace una década -aunque ahora vuelven a pasar coches tras las últimas obras en la zona- y en la que los alquileres llevan disparados desde hace tiempo, El Gallo ha sido siempre un lugar consagrado al fino. Y más concretamente el amargoso, pero también al oloroso. De hecho, la taberna cuenta con unas bodegas propias, Bodegas El Gallo, ubicadas en la calle Buen Suceso, que en ningún caso se van a ver afectadas por el cierre de la taberna.
La de la calle Buen Suceso es, además, la única bodega que queda en pie bajo esta marca, pero García Zamora tuvo antes otras: una en la calle Gutiérrez de los Ríos y otra en los soportales de la plaza de la Corredera. En todas ellas solía estar la foto del gallo de pelea que dio nombre a estas tabernas, santo y seña de la gastronomía cordobesa. En el caso de la Taberna El Gallo, igual de legendarios son sus trabajadores, Antonio -ya jubilado-, y Pepe, que han dado servicio a varias generaciones de parroquianos de todas las edades y a los que han iniciado en el mundo del fino Montilla-Moriles, cuyo cartel decora la entrada del local.
Con su cierre se iría un pedazo de la historia tabernaria de Córdoba, una ciudad que se entiende mejor desde sus bares y que se ajusta al dedillo a aquel aforismo del siglo de oro que decía: ciudad bravía, que entre antiguas y modernas tiene trescientas tabernas y una sola librería.
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