Cordobar
Asegura la leyenda —y lo mismo alguna encuesta realizada por alguna institución o compendio de despachitos con sus correspondientes silloncitos con culos calentándolos, todo/s ello/s sin otro asunto en el que ocuparse, que haberlas/os haylas/os— que una rata autóctona del Guadalquivir puede recorrer el término municipal de Cordobar saltando de barril de cerveza en barril de cerveza.
El término municipal de Cordobar incluye los barrios por los que surcan los autobuses que de Aucorsa parecen pero que a la Empresa Municipal de Transportes de Madrid pertenecieron, y también las barriadas periféricas en las que no funciona la aplicación de dicha empresa municipal para iPhone y Android, de forma que la rata autóctona del Guadalquivir inaugura su recorrido en un merendero de Cerro Muriano y lo culmina en una plaza de Villarrubia, y mientras tanto la rata autóctona del Guadalquivir ha brincado por Lope Amargo, Valchillón o la nunca suficientemente atendida pedanía de Los Cansinos, además de los puestos de caracoles repartidos a lo ancho y largo de la bendita y mencionada Cordobar, las tabernas con señores cuyo pedigrí los equipara al dinosaurio del microcuento de Monterroso y las cafeterías con ejemplares de Diario Cordobar impregnados de todas las monodosis de aceite que en el desayuno fueron.
Si ustedes dudan de la verosimilitud del hecho de que una rata autóctona del Guadalquivir salte de barril en barril y de terraza en terraza y de camarero sieso en camarero sieso —los vasos de chicos que no me entere yo que los roza—, cuando para el ejemplo de toda la vida de Dios y del Arcángel se ha mentado a una ardilla, pues es que en algo tendrá que emplear su tiempo la rata autóctona del Guadalquivir, si le han talado las especies autóctonas del Guadalquivir, y así en un bucle metafísico de pertenencia y de río del color de la mierda.
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