Historia de un fracaso
Hoy es 19 de mayo de 2013. Las fechas importan. Nos ayudan a situarnos: no qué día es hoy, qué día fue ayer o qué día será mañana, sino cuánto tiempo hace desde algo, cuánto tiempo pasará hasta algo.
Más o menos.
No es lo mismo que una pareja cumpla treinta años de relación que un año y medio. Tampoco año y medio hasta cobrar una factura que dos meses.
El Centro de Estudios Gongorinos, o el proyecto que lo guiaría, comenzó a forjarse en 2003 (hace diez años) con el entendimiento supuesto entre el Ayuntamiento y la Diputación. Más concebida para investigadores que orientada para la divulgación de la obra y la figura del autor, obedecía a un interés manifestado tiempo antes, lo que suma casi tres lustros de historia para una institución que aún no existe más allá de convenios sin cumplir y titulares de prensa. El espacio, en el número 3 de la calle Cabezas, se inauguró en noviembre de 2006 (hace seis años y siete meses) y, a falta de actividad propia, se ha reconvertido en sala de exposiciones: la solución a la que se recurre en Córdoba cuando no se sabe en qué invertir varias salas vacías.
A partir de ahí, la nada.
El 4 de octubre de 2008 (hace cuatro años y ocho meses) se anunciaba que el Centro de Estudios Gongorinos empezaría su actividad «el próximo año» (verbigracia, 2009: tres años ya).
El 10 de diciembre de 2008 (hace cuatro años y siete meses) se difundía la noticia sobre la creación del Patronato del Centro, uno de esos combos ilusionantes que reúnen a las fuerzas con corbata de la ciudad (Ayuntamiento, Diputación, Universidad; ¿y la Junta?) pero que demuestran que la coincidencia en el espacio físico no implica la existencia del entendimiento (véase la Fundación Zombi Córdoba Ciudad Cultural). Los estatutos, recordemos, tardaron diez años en redactarse.
El 15 de noviembre de 2011 (un año y siete meses) se publicaba que el Ayuntamiento se quedaba solo en su interés por «acelerar» la existencia de vida en la Casa Góngora, pese a que un día antes la presidenta de la Diputación —impulsora del Centro, en cierto modo, como financiadora del Foro Góngora Hoy, en el que surgió la idea— subrayaba su interés «contundente». Ya será menos.
El 7 de abril de 2012 (hace un año y un mes), el Ayuntamiento confiaba en dar «un nuevo impulso» a la Casa Góngora. Pero flojito, no se vaya a romper.
ABC publicaba el pasado domingo que se barajan tres opciones para dotar de contenido al equipamiento: el Centro de Estudios Gongorinos para el que se restauró, complementado por una Casa de las Letras; su cesión a AFOCO para un espacio de la fotografía; y una muestra de artesanía permanente, propuesta que ya goza de un antecedente delirante (fechado, por cierto, en 2005).
La historia de la Casa Góngora es la historia de un fracaso. De un fracaso de las instituciones, sin color político: quince, diez, cinco años desde sus fechas fundamentales (la idea, el anuncio, la firma) han contemplado diferentes corporaciones con distintos nombres y partidos políticos, sin que nadie haya sido capaz de sentarse y sacar adelante la propuesta, de poner de acuerdo a tres instituciones (dos de ellas casi siempre del mismo partido) y de reformular el proyecto cuando la situación económica lo ha requerido.
Pero el fracaso de la Casa Góngora y el Centro de Estudios Gongorinos es también el fracaso de quienes no hemos sido capaces de convencer a políticos y burócratas de la importancia de un espacio sobre Góngora y sobre la literatura cordobesa; de quienes no hemos presionado, de quienes no hemos armado jaleo para que este proyecto se sintiera prioritario. De quienes escuchamos que la literatura es la disciplina artística que difunde de manera más contundente el nombre de Córdoba y nos creemos el runrún y las palmaditas, de quienes nos conformamos con tres grandes eventos a lo largo del año —la Feria del Libro, Cosmopoética, ahora las jornadas de novela en otoño— y algún guiño en otro ciclo y las actividades de la Biblioteca Central y ya está, se terminó la atención —pasiva— a la literatura, y ya tú te lo guisas y tú te lo comes. Pienso en una situación similar para los artistas visuales o la gente del teatro, en un espacio prometido y construido y sin habitar, y no me los imagino de brazos cruzados.
Por mucho que la opción del Centro de Estudios Gongorinos o la Casa de las Letras o el nombre o el formato con los que lo aliñen se impongan a las otras —eh, que AFOCO correría con los gastos y eh, que la muestra de artesanía se vendería a los turistas: el fantasma de la viabilidad recorre la Judería—, un espacio que tarda quince años en encontrar su sitio es un espacio fracasado. La culpa, en este caso, es de todos.
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