Escrache a un voluntario
Hoy, igual que el alcalde, hablaré sobre los parados.
Córdoba es una ciudad de 49.258 parados (según las últimas estadísticas).
No hablo de los cadáveres del poema de Dámaso Alonso. Hablo de tu cuñada, de tu vecino, de tu pareja. Es posible que parafrasee a Bécquer, y tú me lo preguntas, y hable de ti.
Córdoba es una ciudad de 49.258 parados según las últimas estadísticas (con fecha de 31 de marzo).
Córdoba es —también— una ciudad que tropieza con la misma piedra una vez cada tres meses, y que cada tres meses, y a ese respecto, no dribla el obstáculo sino que aumenta el daño. Esta zancadilla se llama fe en que una labor por la que se suele cobrar puede obtenerse gratis mediante el voluntariado. Esta zancadilla tú te la imaginas en un empresario decidido a amasar una fortuna sin importarle a costa de qué, y esta zancadilla desentona si se trata de una administración pública que ha apostado por la mano de obra ya no barata, sino con presupuesto cero.
Que está feo, vamos.
Y que alguien, en algún punto de esta ciudad con 49.258 parados, se frota las manos con la idea.
Cada cierto tiempo, en coincidencia con algún Gran Evento, el personal de apoyo —quienes acompañan o informan a participantes y asistentes, quienes realizan otras tareas que se perciben menos, pero resultan igual de necesarias para engrasar la máquina— no recibe a cambio un sueldo, sino la satisfacción íntima y loable de apoyar la buena marcha de un proyecto que repercutirá en la buena marcha, a su vez, de esta ciudad de 49.258 parados registrados, más los que no, más quienes malviven con sueldos basura en condiciones ídem.
Pero las sanas intenciones no pagan el alquiler ni la hipoteca, las facturas de la luz, el recibo de autónomos o la compra en el supermercado. Todo esto se paga con dinero: el que quien se ha formado para atender a un turista en la puerta de un patio, para orientar a alguien con dificultades de acceso, recibiría por unas pocas jornadas cotizando y sintiéndose útil. Disculpen la tangibilidad, una cualidad tan fea que ni siquiera aparece en el diccionario. No queda bien referirse en público al dinero.
Sin embargo, en lugar de aprovechar para crear empleo durante algunos días, y actuar como se espera —o se esperaba, no sé: ingenua que es una— de una administración pública, se recurre a la clásica táctica de los voluntarios, queriendo jugar en la máxima competición sin profesionalizarnos. Y los voluntarios guiarán, y los voluntarios gestionarán, y si un turista de allende Despeñaperros llama a la puerta de un patio sin código QR y se tiene que solucionar el entuerto porque el turista tuiteará alguna barbaridad lo solucionarán, y si se arma algún jaleo por cualquier motivo —te me has colado, tú tienes pase de mañana para otra zona, que lo he visto— lo intentarán solucionar, y si un día un voluntario falla y no se presenta porque se encuentre mal o salga la noche anterior y total, no cobra, a alguien le tocará solucionarlo.
¿Sí que cobrará ese alguien? El dinero que genere la actividad desinteresada de los voluntarios, la caña con media de salmorejo que ingerirá el japonés en la taberna de la esquina, el alojamiento más desayuno de la pareja conquense, la gitanilla para el televisor del amable matrimonio sueco, ¿generarán dinero y, por mucho que suene a calderilla, quién lo recibirá? Los hoteles, que ya han solicitado su ayuda, ¿aportarán un solo céntimo a la causa, o reclamarán y, como es costumbre, escurrirán el bulto? Los dueños de los patios, que posibilitan el Gran Evento, voluntarios a su modo, ¿seguirán deslomándose durante todo el año para recoger unas migajas?
Y tú, voluntario, voluntaria: ¿tienes conciencia?
Porque Córdoba es una ciudad de 49.258 parados, según las últimas estadísticas, en la que el dinero siempre fluye en las mismas direcciones.
Por cierto: no se pregunten por el título. No es una llamada de atención, sino una idea. ¿O viceversa?
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