La grieta
Ten cuidado cuando salgas a la calle. Ten cuidado cuando bajes al supermercado o al banco o cuando pasees hasta el trabajo o incluso en el autobús: reza para que el conductor tenga cuidado en Vallellano o el Vial. Ten cuidado si te asomas al balcón.
¿No la ves?
Ten cuidado con la quebradura que parte Córdoba en dos. La divide y a un lado quedan otros y al otro lado quedan otros. No hay tierra de nadie: la frontera es un vacío, y quedarte solo significa perderte, decir adiós con la manita.
Aunque no es la Grieta de Benamejí. No es el Tajo de Ronda. No es la Gran Muralla China, ni el Muro de Berlín ni el de Gaza.
A veces se llama río Guadalquivir: los del sur y el resto.
Los participantes en la manifestación del Primero de Mayo y los entusiastas de la Batalla de las Flores.
Los asistentes a las Cruces colapsando Alfaros y quienes se instalan en un bar lejos del bullicio.
Los que reclaman la protección de la Filmoteca de Andalucía y quienes (eso ya lo explicó mucho mejor Ángel Ramírez) se preguntan, entre la inocencia y la retórica, por la asistencia a «ese recinto».
Los que hacen y los que deshacen.
Los que hacen y los que miran.
Los que hacen y los que protestan.
(Estas tres categorías anteriores podrían fusionarse en alguien que hace algo, no sé, cambiar una bombilla, mover una valla, mientras cinco o seis personas le indican cómo hacerlo, sin ayudarle).
Quienes se montan (o montan) una plataforma digital y quienes no saben utilizarla. Quienes se entusiasman ante la posibilidad de dialogar con el camarero vía móvil, y quienes se empeñan en llamarle «jefe», con la manita levantada, mientras señalan el vaso vacío.
Quienes no tienen internet y se van a enterar de la movida de los Patios en la puerta mismita.
Los voluntarios de los Patios y los parados del sector del turismo.
Los que montan un bar y los parados.
La Asociación de Casetas Tradicionales (y demás puntos de encuentro de hombres con corbata: el Círculo de la Amistad, la Casa de las Tradiciones o esa incorporación de última hora del Círculo Fernando III el Santo, que tan hondo entusiasmo me provoca) y el resto de seres humanos que transitan por esta ciudad.
Los que van a la Feria y los que no.
Los hombres que friegan y los hombres que bajan a la Peña.
Quienes usan el mismo champú (¿cuál?) que Sandokán y Francisco Castillero. Los de Deliplus.
El flamenquín con mayonesa —con mucha mayonesa— frente al tataki de atún.
El yogur helado frente a La Flor de Levante.
Los que en el autobús escogen el pasillo y quienes prefieren la ventana. Quienes, sentados en el pasillo, se bajan y permiten que el de la ventana salga sin descoyuntarse; quienes fijan al asiento su culito y mueven las piernecitas y ya tú, que has osado perturbar su calma, te las apañas.
Quienes salen a brazo descubierto. Quienes se protegen con unas rebequitas (según el día y según la circunstancia).
Lo de antes, claro, es una metáfora.
Los que se quieren marchar. Los que prefieren quedarse.
Y etcétera, y etcétera.
Ten cuidado cuando salgas a la calle. Ten cuidado cuando bajes al supermercado o al banco o cuando pasees hasta el trabajo o incluso en el autobús: reza para que el conductor tenga cuidado en Vallellano o el Vial. Ten cuidado si te asomas al balcón.
¿No la ves?
Ten cuidado con la quebradura que parte Córdoba en dos. La divide y a un lado quedan otros y al otro lado quedan otros. No hay tierra de nadie: la frontera es un vacío, y quedarte solo significa perderte, decir adiós con la manita.
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