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Todología

Elena Medel

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En el escudo que preside la bandera de la ciudad, sustentando en letras doradas el río de un azul idealizado y el amarillo perfil de arquitectura al que Juan Bernier cantó, un lema hipotético: «así y asá». «Así» porque «esto se soluciona así», y «asá» porque «esto se resuelve asá», con pulcra fidelidad al carácter de quienes habitan Córdoba —o de un alto porcentaje, de acuerdo; tres cuartas partes de la Viñuela, cuatro quintas partes de Ciudad Jardín, así, a vuela pluma—, y a su espíritu todólogo. «Esto se soluciona así. Esto se resuelve asá», por encima.

Un cordobés sabe de todo. Otra opción para el lema pudiera ser, muy culturalmente, pues —como todos sabemos, hasta los cordobeses raros— la cultura es el motor de la ciudad, su fábrica sin humo, su futuro de crecimiento económico y humano; de buscar otra opción, retomo, yo barajaría el «contengo multitudes» de Walt Whitman, que sirve igual para un roto que para un descosido, o el sentido «nada humano me es ajeno» de Terencio, y de esta forma conectamos con el sedimento romano que late en las raíces profundísimas de la Córdoba eterna.

Y es que el cordobés medio —medio porque derrama su sabiduría en la barra de la taberna o de la peña o del bar de barrio que, sin ser nada de eso, aspira a convertirse en ello, por ética o por estética— posee una opinión para juzgarlo todo con la severidad que imponen la copita en la mano derecha y el codo derecho apoyado en la barra y ya imaginen la posición del resto del cuerpo y el palillo de dientes quizás —este en el lado izquierdo de la boca, por descompensar—, mientras mueve la mano izquierda con un ritmo entre la comunicación no verbal transalpina y la cadencia diaria del director de la Orquesta de Córdoba, mano aquí, mano allá, así y asá, echando a volar una idea brillante para deshacer todos los entuertos, cazando mientras el enésimo charco en el que su ingenio cordobés retozará.

Todo cordobés es una muñeca rusa. Contiene un gestor público que tiene la receta para acabar con el paro y la precariedad —generalmente, los pasos a seguir casi siempre pasan por la hostelería o la construcción—, un experto en recursos humanos, un abogado y un juez —todo al mismo tiempo, así y asá—, un arquitecto, un gestor cultural y un ambientólogo, además de un cocinero con existencia y gusto consagrados al paladeo y la posterior valoración del perol y el salmorejo. Todas las personas que caben en un cordobés, todas las opiniones con basa y arquitrabe que un cordobés alberga en sí mismo, pueden crecer, pueden aumentar, pueden multiplicarse: mucha atención a las futuras sabidurías del cordobés todólogo, mucha atención a su experiencia en Patios, mucha atención a sus conocimientos sobre las cosas de Bretón o la labor samaritana de Rafael Gómez.

Yo no sé cómo el cordobés todólogo duerme a pierna suelta. ¿Le bastará con abrir la ventana un poco, para aprovechar el fresquito de las últimas noches? ¿Tendrá chalé en Trassierra o parcela ilegal más allá de Orión? ¿El cordobés todólogo, de tanto que piensa, de tanto que da vueltas a la cabeza y de tanto echar humo en su actividad intelectual frenética, precisa de aire acondicionado en su dormitorio con tapetes de ganchillo y fotos de todos los acontecimientos eclesiásticos familiares? ¿Cuál es la valoración del cordobés, así y asá, whitmaniano y terenciano, su cadena de oro, su sello de oro, su pulserita de oro —¿es también joyero en retirada el sobrio sabio cordobés?— sobre este verano no verano que nos toca? ¿Tiene opinión para los asuntos que ocurren cuando se deja atrás Alcolea, o su furor todólogo, su saber expansivo, no ocupa lugar ni entiende de geografía?

Cuando el cordobés catedrático en Todología abre la boca, el mundo calla y mastica con lentitud una tapita de aceitunas.

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