¡Peligro!
Cordobeses: estamos en peligro.
La situación se percibe en los pasos de peatones. Al aparcar en segunda fila. En el pánico en los ojos de quien se sienta frente a ti en el asiento de cuatro en el autobús y no se trata de pánico ante la idea de esquivar tres pares de piernas para bajarse. Se percibe también en el terror que envuelve a las señoras que aceleran su sorber en el puesto de caracoles. Esta angustia es un chuperreteo veloz. Es un extraer el caracol con la cuchara y acercarlo a la boca y comenzar la maniobra y ayudarte del palillo si es preciso y hacerlo todo con la urgencia de quien intuye que se acaba el caldo —que se acaba— y no podrá pedir ya otro vasito, por favor.
Se debe esta zozobra no al paro ni a la perspectiva de futuro. Tampoco al fin inminente del bonobús tal y como lo conocieron el hombre y la mujer de la ciudad, en papel y con su publicidad reciente de mayonesas Musa y supermercados Deza.
La irrupción en la Fiesta de los Patios de un comando de voluntarios boicoteadores nos puso en la pista, dio la voz de alarma, erizó el vello de los cordobeses puros. Alguien trataba de dinamitar nuestra fiesta desde dentro, inspirado quizá en el caballo de Troya que nos describió Homero en la Odisea, armados ahora con chaleco azul marino y smartphone lector de códigos QR. Asistíamos, pues, a un ataque a las entrañas de la cordobesía: y quién sabe, por desgracia, oh, quién sabe, si una cédula de loquefuera no impidió en su día que los asistentes a la Cata almorzaran o cenaran o al menos degustaran una de croquetas caseras en una de nuestras bellas tabernas típicas —o en uno de los bares de nueva apertura que, jornada tras jornada, enriquecen nuestra oferta—, porque con el estómago vacío la bebida sienta peor, y quién sabe si por desgracia, por desgracia, la misma cédula u otra corrompió las bebidas de las Cruces para transformar el buen líquido en garrafón cualquiera, y así quedó la cosa.
No sé ustedes, pero yo no salgo tranquila a la calle.
Yo no salgo tranquila a la calle desde que a los voluntarios boicoteadores de los Patios se unieron, en su negro frenesí, los críticos saboteadores de la Feria: un grupo de enemigos a la gestión en el consistorio, que lo especificó La Fuente Municipal Máxima, que atacaban de forma sistemática la instalación eléctrica de la Feria para que la portada no brillase con un esplendor que cegara a sevillanos, malagueños, linarenses y puertollaneros, y subrayara así el poderío en El Arenal metío del que Córdoba puede pavonearse. Imagínense: la noria panorámica —y la Berral también— detenidas con cordobeses en sus cabinitas, las cocinas de las casetas funcionando con un camping gas, ¿y qué sucedería con los puestos de viandas que solo se consumen la última semana de mayo? ¿Qué sucedería con las patatas asadas, con el vino y barquillo? ¿Puede alguien confirmarme si hay puestos de yogur helado en la Feria?
Yo no salgo tranquila. Yo por las noches me despierto cada dos o tres horas por si ha surgido de las profundidades de la calleja del Pañuelo otro nuevo guerrero contra la cordobesía; alguien que tapa los chorritos de las fuentes en la Judería para que los pernoctadores abandonen nuestra ciudad sin escuchar sus sonidos característicos. Se lo tomarán a broma, pero algo ocurre: alguien o álguienes que pretenden limpiar con la lejía de la infamia las esencias del Mayo Cordobés, y por ahí se empieza, y se termina infiltrando a una prima fea en la elección de la Sultana del Carnaval para que gane —si existe el Sultán del Carnaval, a la categoría masculina presentarán a su hermano, que se coronará con laureles—, o a un cocinero esforzado que termine el perol antes de tiempo en el Día de las Peñas.
Cordobeses: estamos en peligro. Seres oscuros intentan desestabilizar lo que más nos importa. Observen a su vecino, por si en lugar de enmarcar una lámina de Romero de Torres para su salón elige una de Murillo; por si corona el salmorejo no con jamón, sino con atún. Conspiran en silencio, al otro lado de la pared, en tu propia casa, con un plano recortado de un periódico local en el que han señalado con rotulador amarillo fluorescente la Calle del Infierno. Pueden ser tu hijo y tu nuera. Puede ser tu marido o tu madre.
No traman nada bueno.
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