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This is the end

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José Carlos León

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This is the end, beautiful friend”. Sí, este es el final. Así comienza The End, la más narcótica y enigmática canción de The Doors, una bellísima y edípica chaladura de Jim Morrison que incluye un incesto explícito y una amenaza de asesinato. Sin pies ni cabeza (ni falta que le hace), la canción sólo es comprensible si se entiende su composición bajo los efectos del peyote en los delirios chamánicos del Rey Lagarto. “This is the end of laughter and softlies; the end of nights we tried to die; this is the end”, concluye, apelando al final de las risas y las suaves mentiras, de las noches en que intentamos morir, del final, al fin y al cabo. Algo que por ejemplo podría cantar cualquier aficionado del Córdoba, un club aún en estado de shock, confundido por su condena al descenso, enfadado con la vida, en pleno proceso de duelo, al fin y al cabo.

Sinceramente, esta entradilla y la referencia al esperpento blanquiverde son una mera excusa para plantear cómo reaccionamos ante una pérdida significativa y cómo vivimos ese proceso tan doloroso pero a la vez necesario que es el duelo. La gran psiquiatra suiza Elizabeth Kübler Ross lo describió hace 50 años (Sobre el duelo y el dolor, 1969) para explicar, en principio, la asimilación y superación de la tristeza que supone la pérdida de un ser querido, pero es aplicable a cualquier ámbito de nuestra vida. La tristeza es la gran emoción de la pérdida, y de una manera u otra la experimentamos igual tras perder a un familiar, pero también un trabajo, una pareja, un amor o según el caso, una categoría.

Kübler Ross describió las cinco etapas que necesitamos atravesar para completar el ciclo del duelo, una teoría que Los Simpson explicaron de forma desternillante cuando Homer se envenena al comer pez globo.

https://youtu.be/glDI_QeZM1s

La primera etapa es la de negación, la de “esto no me puede estar pasando a mí”, una anestésica reacción casi infantil ante la cruda realidad. En el caso del cordobesista ha ido pagando esta multa a plazos, ya que el descenso era algo asumido en toda la segunda vuelta, una tristeza por fascículos como la muerte de ese familiar consumido por la enfermedad y del que sólo esperamos un final indoloro para que pueda descansar al fin en paz. Pena en dosis reducidas que da paso casi de forma inmediata a la segunda etapa, la ira. Ahí anda metido estos días el Córdoba, en la búsqueda de culpables, en el cruce de demandas, en el intercambio de comunicados y declaraciones, en el frentismo, en las protestas y en el cabreo generalizado por el descenso a Segunda B.

Hace 14 años que el equipo no bajaba a los infiernos, lo que supone que para toda una generación millenial (la que ronda o anda por debajo de la veintena) será su primera experiencia fuera del fútbol profesional. Los cuarentones volveremos a tener pesadillas recordando ese ominoso periodo de 17 años en la categoría de bronce, tres lustros largos purgando contra el Mensajero, Los Boliches y demás patulea. Si eso no es para cabrearse…

La tercera etapa es el miedo ante la incertidumbre, el temor ante qué será ahora de mí y de los míos. A menor información, mayor incertidumbre, y el Córdoba es hoy un mar de dudas a 90 días del inicio de la próxima temporada. ¿Quién será el dueño? ¿El presidente? ¿El entrenador? ¿El director deportivo? ¿Los jugadores? A estas alturas no hay ni una sola certeza, lo que unido al cabreo generalizado conduce inexorablemente a la cuarta etapa: la depresión. Es el final, no hay vuelta atrás. La muerte. Si ante una pérdida quedas instalado en este paso durante un largo periodo de tempo quiere decir que no has completado el ciclo y puedes caer en lo que la psicología denomina duelo patológico, un escenario depresivo previo al peor de los estados: la apatía. Literalmente, la falta de emociones, de respuestas ante los estímulos. Cuando la persona cae en la apatía está al borde del abismo, y cuando un club no le interesa a nadie, su único destino es la desaparición. El ciclo del duelo sólo se completa si se supera ese estado y se alcanza la aceptación, la integración de la pérdida y la asunción del dolor a la espera de un futuro en el que todo volverá a ir bien, aunque nada será como antes.

Dicen que más allá de la aceptación, el duelo sólo se completa si existe un aprendizaje tras ese trance tan doloroso. Si no ha servido para nada, si tanto sufrimiento no ha servido para sacar una lección aprovechable para el futuro, el duelo sólo habrá sido un camino de espinas con toda la pinta de volver a repetirse.

This is the end, my only friend, la cuestión es cómo dejamos que nos afecte, porque en el duelo todos entramos igual, y la diferencia sólo estriba en cómo salimos de él.

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