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Lista 3 (II)

Ángel Munárriz

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Diez cosas que no:

6. Salir a correr. Por supuestísimo que sí. ¿Quién osaría decir lo contrario? Hay que salir a correr. Con tu walkman, tu chándal del Decathlon y tus deportes de suela gorda. Si llueve, con impermeable. Si hace calor, con gorra. Y siempre con algún cronómetro o similar, para luego tuitear tus tiempos. El lunes mismo estoy saliendo, a ser posible a las 6 de la mañana. Y en verano hay que correr a las 4 de la tarde, con dos cojones. Corriendo mantienes la línea, cuidas tu corazón, evitas la oxidación celular. Y para nada haces el ridículo; al revés, refuerzas tu autoestima. Si sales a correr con la suficiente constancia se te pone cara como de deportado, con las venas de la frente marcadas y los ojos hundidos, y eso mola. El deporte es lo más de lo más de lo más. Correr, saltar, quedar con los colegas para jugar al fútbol, al baloncesto, alquilar una pista y darle al tenis, al pádel, al squash. Lo importante, el verbo sagrado, es sudar. Sudar es purificarse. Sudar y luego ducharse: ésa es la cima, ése es el clímax. Sudar, ducharse, cenar ligero, sentirse muy a gustito, dormirse en el sofá y levantarse con agujetas y una contractura cervical. Eso es vida: dolor localizado y estabilidad vascular. Y luego está nadar. Eso ya es otra división. Nadar. Sólo decirlo y ya te pones un poco en forma. Nadar no es que sea buenísimo, es que es como rozar a Dios. No hay nada mejor. Nadar prácticamente lo hace a uno inmortal. Te pase lo que te pase, tú nada que se te quita. La espalda jodida, el estrés carcomiéndote las entrañas, las encías hinchadas como labios, un quiste como una pelota de golf en el lóbulo occipital: tú nada que se te quita. Si nadas lo suficiente puedes llegar a los 150 años hecho un chaval. Todo eso lo sé. Es fundamental hacer deporte. Mens sana in corpore sano. Y ya si el deporte es tipo rural, la hostia. Senderismo, alpinismo, trekking, coger setas, hacer el puto Camino de Santiago. Hasta torear un becerro es chachi si lo haces en campo abierto. Estar en casa tocándote la huevada, mal. Todo lo que sea deporte, bien. Si ya lo que haces acaba en “ing”, la rehostia. Lo entiendo. Porque con el deporte segregas endorfinas, ésa es la clave. Y te sientes como si estuvieras... ¿cómo decirlo?, como si estuvieras drogado, o borracho. Lo que pasa es que, ¿cómo decirlo también?, hay una forma aún más fácil de sentirse borracho. Empieza por tomarse uno una birra.

7. Prever. Hay que prever, está claro. Hombre precavido vale por dos. Hay que renovar el DNI antes de que caduque, hay que llevar el coche al taller antes de que se desequilibren los niveles, hay que apuntar el móvil del típico pesao justo cuando te lo da, porque si no luego se te olvida, y mañana te va a mandar un whatsapp y no vas a saber quién coño es, y le vas a preguntar “¿quién coño eres?” y se va a mosquear... Hay que prever, adelantarse a los acontecimientos. Si hay que pasar la ITV, hay que pasarla cuando toca. Porque, sí, la ITV es obligatoria. No vale empalmar de un año para otro, por más que la idea suene bien. Se dan cuenta. Y te multan. Por cierto, que las multas hay que pagarlas por adelantado, para ahorrarse el piquillo. También hay que ir de vez en cuando a una revisión médica, y hacerse la limpieza bucal anual, en previsión de piorreas y amarilleamientos. Y hay que comprarse la tele nueva antes de que se inventen un sistema para jubilar la antigua. Hay que ahorrar un poquito, hay que hacerse un plan de pensiones, hay que escribir la entrada del blog durante la semana para no fallar el fin de semana, hay que sacar el cadáver del sótano antes de que empiece a oler. Hay que sacar dinero cuando pasas por el cajero, porque luego no va a haber un cajero cuando necesites la pasta y vas a tener que pedirla otra vez cuando llegue la cuenta, gorrón. Hay que comprar tabaco cuando pasas por la máquina, gorrón. Hay, por supuesto, que sacar del sótano la ropa de invierno antes de que acabe septiembre, y la ropa de verano antes de que acabe febrero. Si no, acabarás en abril con pantalones de pana y camisa de franela, y eso es la muerte social. En fin, que hay que prever. Ya lo sé. Pero me da, tú sabes, me da pereza. Porque por mucho que pases la ITV a tiempo, el coche se va a acabar jodiendo. Por mucho que te renueves el DNI a tiempo, te vas a dar cuenta de que lo has perdido justo en el aeropuerto, con los billetes a Nueva York en la mano. Por mucho que te esmeres en sacar el cadáver del sótano, algún cabo suelto vas a dejar y vas a acabar en la cárcel. Por mucha pasta que saques al pasar por el cajero, a la hora de invitar cuando necesitas quedar bien vas a estar sin un pavo y vas a quedar fatal. Así que no. Paso de prever. Más vale ir a matacaballo, y ver venir. A lo que salga. Según mis previsiones, así todo saldrá bien.

8. Leer a los clásicos. Sin los clásicos, los Clásicos, no hay nada. Son la base, el punto de partida, la condición sine que non. El diletante superficial lleva gafas de pasta y lee a Houellebecq en el metro; el profundo erudito lleva gafas culo botella y lee, a solas en su estudio, Andrómaca de Jean Racine, mientras espera su turno Dune, de Frank Herbert. Y ya el colmo es releer en un atril a Stendhal, digamos La cartuja de Parma, sin traducir. Todo lo que no sea La tregua de Benedetti y Bomarzo de Mújica Láinez son mariconadas. ¿Borges? Basura comercial. Cualquier esfuerzo de intelectualidad, ¡qué digo de intelectualidad!, cualquier pretensión de mínimo entendimiento crítico del mundo es estéril sin haber pasado por Homero, Esquilo, Sófocles, Herodoto, Eurípides y tantos otros homosexuales barbados... También sin Maquiavelo, Erasmo, Rabelais, Shakespeare, Poquelin, Perrault, Beaumarchais, Chateaubriand, Goethe, Lord Byron, Balzac, Victor Hugo, Alejandro Dumas, Poe, Dickens, Dostoievsky, Tolstoi, Julio Verne, Mark Twain, Lewis Carroll, Henry James, Oscar Wilde, Salgari, Kipling, Pirandello, Gorki, Proust, Joyce, Virgnia Woolf, Kafka, Pessoa, T. S. Elliot, Dashiell Hammett, Lampedusa, Steinbeck, Orwell, Margarite Yourcenar, Graham Greene, Samuel Beckett, Onetti, Sábato, Cortázar... Ya lo sé, ya lo sé que hay que leerlos a todos. El problema, no sé, es que ya me da hasta un poco de pereza leer sus nombres, así todos seguidos, con lo que no me quiero imaginar emplumarme sus tochos. Pero sé, sé que hay que leer a los clásicos. Sobre todo a los nuestros. El Arcipreste de Hita, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Cervantes, Calderón, Tirso de Molina, Valle Inclán, Blasco Ibáñez, Baroja, Machado, Benet, Goytisolo... Qué maravilla, si es que son todos la releche. Hay que leerlos, sí. Pero, ¿por dónde empezar? Son tantos, y tan buenos, que empezar por uno sería desmerecer al otro. ¿Con qué cara me leo El libro del buen amor y tengo esperando El Buscón? ¿Quién soy yo para anteponer Baltasar Gracián a Daniel Defoe? Que no, que no lo veo. Que me espero a las pelis.

9. Ordenar. Ahí sí que sí. Nada que decir. Tengo que ordenar mis cedés, mis pelis, mis libros, mi ropa, mis facturas, mis cuentas, mi listín telefónico, en general todos mis papeles, mis asuntos pendientes, mis pensamientos, mis prioridades. Tengo que ordenar la cocina, el salón, el cuarto de baño, el sótano. Tengo que ordenar hasta las llaves, que tengo un manojo que parezco un bedel y la mitad ni me sirven. Tengo que ordenar las cajas del altillo, los archivos del ordenador, las fotos, los vídeos, el escritorio de mi cuarto y el del curro. Eso sí que sí, vamos. Cien por cien. El lunes me pongo, si eso.

10. Cambiar: Está claro. Vamos todo el día como aborregados, con las orejeras de burro. Hay que romper con la rutina. Tomar distancia, ver las cosas de distinta manera, replanteárselo todo. Reenfocar, tomarse un respiro. Hacerse preguntas. ¿Qué es la vida?, ¿adónde voy?, ¿es esto lo que quiero?, ¿cuántos años me quedan para acabar de pagar la puta hipoteca?, ¿en qué lugar del camino perdí las referencias y me aboné a Gol TV? Hay que levantar la cabeza y dar un volantazo. Llámalo locura, si quieres. Un año sabático para un viaje en bici por Asia menor. Dejar tu oficio y montarte un huerto en el pueblo. ¿Por qué no? Lo de las ONG da mucho juego como punto de inflexión. Y si no te va el rollo radical, hay que hacer locuras puntuales, del tipo raparte al cero, o dejarte melenas, o ponerte peluca, cualquier cosa con el pelo. O con el vestuario. La cosa es cambiar, salir de la vía marcada. Hay que hacerlo. Quebrar las inercias, reinventarse, un poco como Madonna. Superar tus limitaciones, dialogar con uno mismo. Lo sé. Lo sé. Coño, que hasta lo he intentado, me lo he propuesto, me he hecho hasta una lista, varias listas, me hice una vez hasta una lista de listas de cosas por hacer, por cambiar, por empezar, por acabar. Y acabé convirtiéndolo en rutina, convertí en rutina intentar cambiar las cosas. Así que rompo, rompo con esa rutina. Se acabó. Toca cambiar. Voy a dejarlo todo exactamente como está. Eso sí que es un cambio radical, dejar de intentarlo de una vez por todas y además, con dos cojones, asumir que no cambiará nunca y que está bien como está.

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