Jaizkibel

Hace un par de domingos estaba en Jaizkibel, bajo la lluvia y entre la niebla. Lo subí o lo volví a bajar en bici por el lado de Hondarribia del frío que tenía, para entrar en calor, en pleno julio. La segunda subida la hice poco antes que los ciclistas del Tour, con miles de aficionados en las cunetas y junto a miles de ciclistas más, pros, globeros, muchas chicas y, sobre todo, muchos niños. Los más aplaudidos.

Creo que llevo siguiendo el ciclismo por la tele desde los ocho años. Y aunque he visto algunas etapas de La Vuelta en Córdoba jamás me imaginaba lo que supone el Tour y, desde luego, una afición como la vasca en un deporte donde se aplaude a los primeros pero mucho más a los últimos. Es competitivo, y mucho. Pero sigue siendo un deporte en el sano sentido de la palabra. En la última edición de la Bicicleta Vasca, un danés que hoy ganará su segundo Tour de Francia disputaba la última contrarreloj contra dos ciclistas de la casa. Los aplausos que recibió el danés fueron casi tan fuertes como los de los vascos. Y eso es algo que jamás vamos a ver en el deporte de masas por excelencia, donde se ama de manera incondicional y se odia de forma irracional al rival.

La vida, últimamente, se ha convertido en una especie de Madrid-Barça continuo, y a mí eso es algo que me agota. O eres de los míos o estás contra mí. Sin medias tintas, sin grises, sin puntos de encuentro. Y se vota, y se comporta uno, a la contra. Nunca a favor. Siempre contra algo o contra alguien.

Las redes sociales, pero no solo, nos han ayudado a aislarnos en lo que supuestamente nos gusta o representa. Si el algoritmo ha detectado que te gusta la historia imperial de España no dejarán de salirte post en Facebook con batallas gloriosas de aquel imperio en el que jamás se ponía el sol. Si por el contrario ha visto que te gusta el senderismo, tendrás propuestas (casi todas de pago) a diario para hacer rutas. Pero si observa que tienes interés en las noticias políticas a derecha o izquierda te ofrecerá post, casi todos también de pago, cada vez más escorados, cada vez más virales, cada vez más aislados.

Me gusta poco también el adanismo, el pensar que es la primera vez que nos pasa algo así. España vivió una terrible Guerra Civil entre 1936 y 1939. El siglo XIX fue una guerra civil detrás de otra.

Todo es digno de estropearse. El ciclismo ha estado roto durante muchos años. Pero lo que viví hace tres domingos me reconcilia con el deporte, con la afición y en parte con el ser humano. Es bonito mientras dure.