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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

La dominación vergonzante

Palacio de Justicia francés.

Anna Freixas

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Aunque parece que la prensa está algo más desinteresada del tema de Gisele Dignidad, de vez en cuando siguen apareciendo informaciones que desvelan detalles iluminadores de la perversidad sin límites. Se trata de un goteo de noticias que nos permiten atar cabos e ir relacionando situaciones que todas tienen un denominador común: la sexualidad miserable de algunos hombres basada en el abuso sin paliativos que constituye la llamada sumisión química, mejor nombrada como la ‘dominación vergonzante’.

He estado pensando mucho acerca de la violencia sexual que se ejerce sobre mujeres y niñas que están dormidas, drogadas, sometidas químicamente, por lo que no pueden defenderse, no pueden reaccionar y tampoco sustraerse a este abuso sin paliativos sobre su cuerpo. Voy a poner algunos ejemplos para que vayamos nombrando lo que no debemos pasar por alto.

Por supuesto, el caso de Gisele Dignidad nos ha puesto delante de los ojos un tema de enorme importancia. La violación durante años de una mujer, con la venia de su marido que la drogaba para que sus compinches pudieran hacer barbaridades con su cuerpo inerte. Un asunto que afecta a nuestras hijas, hermanas, amigas, nietas.

Pero no es el único caso y, por lo tanto, no es la excepción. No. Voy a hacer un pequeño repaso. Hace un tiempo, no mucho, leí una novela de Miriam Toews, Ellas hablan, publicada en 2020 por Sexto Piso ―llevada al cine por Sarah Polley en 2023― en la que se narra un hecho real ocurrido en una comunidad menonita en la que numerosas mujeres y niñas eran violadas sistemáticamente mientras dormían. Me pareció un horror sin límites y supongo que también a quienes habéis leído la novela o visto la película. Ocurrió, no es ficción.

Más hechos horribles: hace unos días leo en El País el caso del juicio que se está llevando a cabo contra un cirujano francés llamado Joël Le Schournee que entre 1989 y 2014 abusó impunemente de 299 pacientes en diferentes hospitales. Eran niñas y niños con una edad media de sólo 11 años (sí, has leído bien, sólo 11 años). Este ser tenía documentadas una por una todas sus fechorías con dibujos, notas y relatos manuscritos. La mayoría de las víctimas lo fueron estando anestesiadas o en proceso de despertar o simplemente sedadas y no fueron conscientes de estos hechos hasta que la policía se puso en contacto con ellas. Tomad nota de que a este criminal lo habían denunciado en 2006 pero los servicios hospitalarios no tomaron ninguna medida, ocultando los delitos como si no hubieran ocurrido.

Pero la cosa no queda por ahí, fuera de nuestras fronteras. No, en casa también tenemos problemas de esta índole. No olvidéis el delito potencial ―y real― que constituye el hecho de que cuando salen de copas las mujeres están constantemente bajo la amenaza, el miedo y la inseguridad de que algún desalmado les eche droga en la bebida, momento a partir del cual dejan de ser dueñas de su cuerpo y sus deseos. Las comisarías están plagadas de denuncias al respecto, aunque pocas salen adelante. También es esto sexo sin consentimiento y bajo sumisión química.

Todo va de lo mismo ―Gisele Dignidad, las mujeres de la comunidad menonita, las jóvenes a quienes se droga en situaciones festivas y aparentemente placenteras, las niñas y niños franceses víctimas del cirujano sin alma― va de la dificultad para aceptar la libertad de las mujeres para decir no. Estos individuos perversos saben perfectamente que esa sexualidad que pretenden no la conseguirán dado que sobrepasa todos los límites de la decencia, de la igualdad, del respeto, de la justicia. Saben que las mujeres jamás la van a aceptar y por lo tanto se documentan y preparan para el delito. Planean sus fechorías en la clandestinidad y se apoyan en el compadreo. Parece que eso del consentimiento no es un asunto que vaya con ellos. Menuda pesadez tener que acordar hasta dónde, qué, cómo, cuándo, cuánto, de qué manera, sobre todo cuando lo pueden conseguir por las bravas, disponiendo incluso de clases particulares para no cometer errores con la dosis, no vaya a ser que la víctima se despierte en mitad de la violación.

¿Qué problema tienen algunos hombres con la sexualidad que necesitan someter a las mujeres y anular su capacidad de decisión? ¿Tan fuerte es el deseo de dominio sin límites que prefieren cometer un delito a negociar? La igualdad parece que no ha llegado a la mente de algunos hombres ni a la cama de quienes desean tener relaciones con seres inertes, no interactuantes.

Hablando con mi primo Ramón, anonadado, estábamos de acuerdo en que urge que los ellos se planteen un debate colectivo sobre el tema, pongan nombre a este modo de actuar y se planteen acciones directas que pongan en evidencia estos delitos de manera que no den cobertura a estos bandidos.

Una revisión a fondo acerca de la sexualidad masculina y el deseo. A fondo.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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