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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Gisèle Dignidad, nuestra mujer del año 2024

Gisèle Pelicot, tras conocerse la sentencia.

Anna Freixas

9 de enero de 2025 19:49 h

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Cumplo con mi palabra y continúo y termino con el tema de Gisèle Dignidad que inicié con el post Los actos terribles tienen consecuencias. Claro que sí de 23 de septiembre y continué el 16 de octubre con el que titulé La dominación vergonzante. Hoy quiero conversar sobre la grandeza de Gisèle Dignidad.

La inspiración me ha venido porque estos días atrás hemos podido ver un montaje en el que aparecía la foto de Gisèle Dignidad en la portada de la revista Times como si hubiera sido nombrada mujer del año 2024. Se trataba de un buen deseo en el que se sustituía la imagen de Trump, el innombrable, a quien le han otorgado dicho galardón, por la de esta mujer de quien hace medio año no sabíamos nada. Pero no, la revista Times no ha considerado que Gisèle Dignidad merezca este honor. Nos tenemos que conformar con que la BBC la identifique como una de las 100 mujeres más influyentes de 2024 y que el Financial Times la haya incluido como una de las 25 más reconocidas del año.

A mí, sin embargo, y a muchas de las personas de buena catadura moral nos parece que este título lo ha ganado con creces Gisèle Dignidad. Su nombre pasará a la historia de la lucha de las mujeres por la justicia, la dignidad y la libertad de todas y cada una de las que sufren abusos, violaciones y violencias sobre su cuerpo y su espíritu por parte de unos seres que se otorgan a sí mismos la posibilidad de llevarlos a cabo.

Gisèle Dignidad ha iluminado muchas parcelas del espacio silenciado de las relaciones entre hombres y mujeres. Ha mostrado la verdadera cara de la miseria moral y señalado que quien comete una infamia es quien debe sentir vergüenza. Ha invertido el lugar en el que hasta el momento la sociedad había situado la humillación, la ignominia. Gracias a su fortaleza las mujeres de todas las edades que han sido objeto de violaciones obscenas, y también quienes no las han sufrido, o eso creen, podrán a partir de ahora andar con la cabeza bien alta. Con su integridad y valentía ha indicado a la sociedad hacia dónde debe dirigir su enfado, su rechazo.

Nos ha recordado la magnitud del pacto de la fratria. El yerno de Gisèle Dignidad lo dijo con una frase contundente: no puedes imaginarte lo inimaginable. Tampoco Gisèle, en la peor de sus frecuentes pesadillas, podía haber imaginado, antes del día 2 de noviembre de 2020 en que el comisario de policía le comunicó que desde hacía más de diez años era drogada por su marido y violada por más de setenta hombres diferentes, que su adorado esposo fuera un perverso moral y un depredador sexual.

Su valentía ha dejado claro que la violación es un acto consciente, no algo que se hace sin querer, como quien no quiere la cosa. Que violar conlleva la firme resolución de tomar por las bravas lo que se sabe a ciencia cierta que una mujer no consentiría jamás. Y, en este caso concreto, exigía, además, una preparación estratégica, la aceptación de unas normas estrictas dictadas por el marido, un secretismo y la carencia absoluta de piedad.

Por lo demás, espero que el enorme debate social que ha generado este caso cale en la conciencia colectiva y tenga un recorrido legal, de manera que el consentimiento, el acuerdo entre las partes, se sitúe en el centro de la cuestión, dejando claro que es este el constituyente sustancial de la ceremonia sexual. Algo que implica una negociación, nunca un cheque en blanco.

Gracias, Gisèle, nuestra mujer del año 2024.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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