Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
Me gusta pagar impuestos
A mí me gusta pagar los impuestos que me corresponden. Me hacen libre, una vieja libre.
Sin embargo, veo a mi alrededor a personas que viven con el objetivo de pagar lo menos posible a Hacienda, a la que consideran una mano negra fagocitadora de nuestro dinero y no el medio a través del cual contribuimos a mantener el Estado de Bienestar, la Sanidad, la Educación, las carreteras y otros elementos de nuestro confort cotidiano. Personas para las que la idea de conseguir saltarse algunos impuestos les produce un placer enorme. Emplean una gran cantidad de energía en conseguirlo.
Así, pretenden llevar a cabo determinadas operaciones inmobiliarias con el objetivo que su prole ahorre impuestos cuando ell@s mueran y sean nuestros legítim@s hereder@s. Es decir, si nosotras en vida les trasmitimos nuestras propiedades, todo eso que se ahorran cuando llegue el momento en que les corresponda ser hereder@s. Claro que, también, mientras tanto no te mueres, pueden aprovechar para vender la casa y dejarte en la calle. No serás la primera.
Me explican que es frecuente que, al morir los abuelos, los nietos traten de convencer a sus padres -legítimos herederos- de que inscriban las propiedades que van a heredar directamente a ellos. Todo ello con el argumento de que estos ya tienen una edad y no les queda mucho tiempo para disfrutar de esos bienes que, sin embargo, pueden ser de gran utilidad para la generación más joven y, por supuesto, con el fin de ahorrarse los impuestos de una transmisión.
Inocentes. Presuponer que a partir de los 70 u 80 años ya no podemos disfrutar teniendo una situación económica más desahogada es una estupidez propia de quien no se ha enterado de que, de acuerdo con las estadísticas, a los 70 años es muy probable que nos quede todavía un cuarto de siglo de vida en buenas condiciones. Tiempo estupendo para gastar y disfrutar una herencia más o menos merecida. Me quedo de una pieza con el argumentario de esos jóvenes que se creen con tantos derechos. Cierto es que les hemos dado tanto, sin pedir nada a cambio, que han terminado por creer que lo merecen.
La misma (i)lógica se produce cuando algunas mujeres se divorcian o enviudan (extraña palabra) y se empeñan en que las propiedades se pongan a nombre de los hij@s. A veces, esto, en los divorcios, se hace básicamente para evitar que la pareja pueda, en un momento determinado, disponer de su parte de los bienes, lo cual resultaría en un detrimento del capital a heredar por l@s hij@s. Me parece una manera de desplumar a una de las partes, no vaya a ser que finalmente nuestra adorada prole se encuentre un buen día sin esa parte del capital. Una estrategia frecuentemente femenina, poco elegante y de consecuencias peligrosas, como he dicho anteriormente.
Una mujer me cuenta que cuando murió su marido, también con la idea de ahorrar a su prole impuestos de transmisión cuando ella falleciera, puso su piso a nombre de estos hijos, quedando ella como usufructuaria del piso en el que ha vivido sola y feliz durante bastantes años. Todo en orden hasta que hete aquí que una sus polluelas, a la sazón gallina talluda, se vio en un momento complicado de la vida y, como era legítima propietaria de una parte de ese piso, sin mediar palabra ni aceptar argumentos en contra, se instaló en él. Adiós libertad, adiós independencia, adiós vida propia y privada y bienvenidos gastos de todo tipo, discusiones y continuas concesiones.
Sí, pagar impuestos nos da libertad y nos permite vivir una vejez digna y a nuestro gusto. Nos proporciona unos derechos por los que hemos trabajado duramente durante muchos años y que podemos ver conculcados de buenas a primeras. Hay ahorros que cuestan muy caros en términos económicos, emocionales y de justicia y libertad.
Transmitir las propiedades en vida es un pésimo programa. Jamás lo hagáis.
Sobre este blog
Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
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