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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

La pátina de la vejez

Unas manos de una persona mayor

Anna Freixas

12 de febrero de 2024 20:42 h

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Sugerencias para un auténtico cuidado de madres y padres mayores, dedicadas a las hijas e hijos que muestran un empeño encomiable en lo que ellos entienden por cuidar de sus padres y madres

Desde hace unos años mi vida está repleta de seres queridos que se sitúan más allá de los ochenta, superan los noventa o están cercanos a los cien años. Personas interesantes, con las que mantengo conversaciones estimulantes. Mujeres y hombres que se resisten a la desaparición decretada por la sociedad edadista y que ahí siguen, tratando de permanecer de forma significativa en este mundo.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar ahora mismo, sino de un asunto que hace tiempo que me preocupa de verdad y que ese sí merece la atención delicada y dedicada de la prole que con su esmero podría cubrir aspectos que algunas vejeces ya no pueden resolver con eficacia. Voy a poner algunos ejemplos que facilitarán la comprensión de este asunto que es muy delicado, desde luego.

Llegados a una edad avanzada es muy probable que nuestros sentidos más sociales ―vista y oído― no tengan la agudeza de antaño, que nos desplacemos con menor agilidad que antes porque los andadores de que actualmente disponemos son bastante torpes o simplemente estemos en otro planeta una buena parte del día.

Estas situaciones suelen estar en el origen de lo que yo entiendo por la pátina de la vejez que se evidencia en ropas que tienen manchas de diversos orígenes, pedacitos de galleta o restos de ceniza del cigarrillo furtivo, bolitas ancestrales, botones ausentes; en uñas necesitadas de un buen arreglo o cejas a lo Breznev; en verrugas que claman por una visita a la dermatóloga, pelos en barba y bigote y otras pequeñas señales de que ya no somos quien éramos y que si tuviéramos buena vista y las excelentes condiciones personales que teníamos tiempo atrás nunca hubiéramos querido mostrar. El polvo, las manchas, los dientes, los pelos, el olor, para mí son más importantes que la aburrida comida conveniente o las pastillas.

Gustar gusta, a todas las edades; incluso cuando no somos capaces de llevar las riendas de nuestra vida. Porque en la mayoría de los casos no se trata de que hayamos tirado la toalla, no, es la larga vida o la lotería desafortunada la que nos ha puesto un poco más allá. Porque si tu vista no te permite ver dónde está el botón del ascensor, tampoco puedes ver el polvo que se acumula en esos objetos tan bonitos que tienes en casa, ni las manchas y los pelos aquí y allá. Lo veo a mi alrededor y vosotr@s también, a poco que pongáis la mirada atenta, Y me pregunto si las personas que cuidan no ven lo que yo, o si están tan preocupadas por la administración del pastillamen y la fabricación de comidas poco sugerentes sin esto y sin aquello que no detectan lo que ocurre alrededor.

En estos casos echo en falta la atención silenciosa y eficaz de alguien que desde otro lugar vaya supliendo las carencias y facilitando una imagen de dignidad que tod@s deseamos poder ofrecer en la vejez.

Recuerdo cuánto me gustó ver hace ya unos años a la madre de mi amiga Leonor perfectamente cuidada, como si hubiera quedado a tomar el té con sus amigas, cuando ella ya no podía hacerlo por sí misma. Era evidente que había una mirada que deseaba preservar la dignidad de esa mujer.

Ahí, en estos detalles que pasan desapercibidos, deberíamos emplear ese enorme y desmedido afán de cuidado que mostramos prohibiendo esto y lo otro a nuestros progenitores, (¡no vaya a ser que se rompan la cadera!), para ofrecer una imagen de la vejez que produzca deseo de acercamiento y buen rollo.

Porque en estos pequeños detalles reside el meollo del rechazo hacia la vejez. Y, por supuesto, la clave de la dignidad, del respeto, del cuidado, del amor.

Yo prefiero llegar a la meta con una imagen digna que con todas las pastillas ingeridas. Tomad nota.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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