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La realidad era esto

Ángel Ramírez

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Uno termina de ver el programa Salvados y se va inquieto al dormitorio dudando de si va a encontrar la cama que dejó por la mañana, y abre las puertas de su armario para comprobar que sigue allí, desordenada, la ropa. Tras cinco días de trabajo, y un fin de semana de sol, palabras y plazas, Jordi Evole, parafraseando la sentencia romana, te susurra al oído recuerda que eres esclavo. Con sus programas te das cuenta de que la crisis no comenzó en 2007, sino que lo hizo el día que aceptamos la primera mentira. Las primeras mentiras son como los primeros cigarros o las primeras cervezas, saben amargas, te parece imposible que la gente viva con eso en la boca, pero sabes que tienes que acostumbrarte para madurar, para que te tomen en serio. Así que te esfuerzas y te fumas uno y otro hasta que ese olor y ese sabor asquerosos son el sabor y el olor del mundo, y ya no puedes vivir sin ellos. Ahora nos preguntamos, como Santiago Zavala en Conversación en La Catedral, ¿en qué momento se jodió el Perú?, y lo hizo en ese preciso instante en que perdimos el sentido del sabor y del olor y la basura se convirtió en nuestro hábitat, y nosotros nos convertimos en basura.

Los expertos nos dicen que la verdad está en la letra pequeña, y que todo lo que nos pasa es nuestra culpa por no haberla leído. Claro, que para eso la ponen pequeña. Mi chica me cuenta que salió de Matrix el día que se puso a leer con detenimiento una factura de la luz. Le dio un irracional ataque de curiosidad, empezó por las letras pequeñas y ahora anda medio loca entre primas, subastas, coeficientes, déficits tarifarios, tiene la mirada perdida, porque cree que nada volverá a ser lo mismo. Cada cartita de esas mensuales que nos llega es un mensaje encriptado que nos cuenta lo que de verdad está ocurriendo, por eso sentimos ese leve pellizco cuando las vemos en el buzón y las rompemos casi sin mirarlas, con miedo a ver por descuido algo que nos lleve por un camino sin retorno.

Ahora nos hemos puesto a leer con detalle las facturas y hemos descubierto que somos trabajadores y trabajadoras (qué gracioso aquello de los cuellos blancos y azules, los profesionales y las clases medias…), que los poderosos tienen el poder, que no somos iguales, que el sur sigue estando al sur y el norte al norte, que donde manda patrón no manda marinero, y este ataque de realidad se nos está haciendo muy duro. Nos hemos pegado años con transiciones ejemplares, consensos sociales, superaciones históricas y 60 canales de televisión en los que era imposible ver un programa tan sencillo como Salvados (documentalistas, una cámara, un canijo impertinente, un micro y curiosidad). Andábamos paseando, tan orgullos de todo eso, y de repente una banda de pelaos se ha liado a darnos una somanta de palos en una esquina, y con nuestras manos no sabemos si evitar el puntapié en el hígado, que nos salten un ojo o que nos rompan la nariz. Y estamos deseando que todo esto acabe pronto para ver si nos curamos y podemos, por fin, echarnos un cigarrito.

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