¿Activamos el 15M o lo embalsamamos a documentales?
La historia de la democracia en España es breve y no demasiado brillante. Sus intentos republicanos acabaron dramáticamente, el segundo con una reacción autoritaria que sumió al país en una larga dictadura. Desde la aprobación de la constitución del 78 se inicia un periodo democrático con luces y sombras, un periodo que tras décadas de reconocimiento quizás excesivo está sufriendo fuertes revisiones históricas que cuestionan tanta excelencia.
Sin entrar a valorar cual de las dos lecturas de la transición y nuestro sistema democrático es la más ajustada a la realidad, lo cierto es que la participación de la ciudadanía en todos estos procesos requiere su análisis. En general, y exceptuando la participación electoral que es alta la mayoría de las veces, podríamos decir que nuestra transición se explica más por omisión que por acción. La democracia llegó tras la muerte del dictador porque la mayoría siguió a sus cosas mientras determinados sectores, unos de las élites, otros de los nuevos actores políticos, pactaban los cambios necesarios para instaurar una democracia homologable en nuestro entorno. Esto no niega el valor de la aportación del activismo democrático en los últimos años de la dictadura, ni de determinados colectivos obreros o de víctimas del terrorismo, pero todo ello no es el pueblo español, que optó por un dontancredismo probablemente preferible a los excesos heróicos, pero que da origen a cierto vaciamiento de nuestra democracia.
Una excepción a esta relativa atonía ocurrió el 15 de mayo de 2011. De pronto la generación ya nacida en democracia salió masivamente a la calle a decir que el reparto no estaba siendo justo, que mucha transición modélica pero algunos se estaban poniendo las botas y a ellos les quedaban las migajas, papeles de actores de reparto en la función. Básicamente se demandaba en aquellas plazas llenas de gentes, muchas de ellas neófitas en el activismo político, acabar con la corrupción, que los representantes realmente defendieran los intereses de la mayoría, y mayor igualdad social. En definitiva la cuestión era, y sigue siendo, evitar que bajo la apariencia de democracia se nos colara una plutocracia. Esta aportación del 15m, junto con las posteriores del 8m del movimiento feminista, han sido las dos grandes movilizaciones que dan músculo y legitimidad a nuestra democracia, que convierten nuestro sistema en algo más que un mero acuerdo que certifica el actual estado de cosas, más que el relato heróico de unos cuantos valiosos pero minoritarios colectivos. Tras años de componendas y no poca desmemoria la gente ha aparecido para decir que la apariencia democrática no vale, que quiere igualdad, oportunidades para todos y todas, porque si no, “le llaman democracia y no lo es”.
Aquel movimiento que empezó con unos pocos y terminó desbordando las plazas de muchas ciudades españolas inició un nuevo periodo de la democracia española. Dinamitó el sistema de partidos que pasó a ser fragmentado frente al bipartidismo imperfecto anterior, impulsó nuevos partidos y nuevas formas de hacer política que eluden la representación en favor de la elección directa, y forzó a una mayor depuración de comportamientos corruptos por parte de las élites políticas.
¿Así que las cosas van bien? Pues tampoco. La corrupción sigue, la desigualdad también, y los nuevos partidos no siempre solucionan adecuadamente los problemas señalados, además de haberse producido una rabiosa reacción materializada en la aparición de formaciones como Vox. Pero ha quedado grabado en nuestra memoria que no tenemos por qué ser espectadores de lo que nos pasa, que la democracia no solo es votar, que nadie nos va a regalar nada, y que a veces sí se puede.
Ahora tenemos dos problemas. Por un lado están las hagiografías oficiales que prácticamente lo asimilan a un botellón con ribetes políticos, una mala noche de esos jóvenes a los que les gusta demasiado la calle, aunque alguna razón tenían. Por ahí el 15m tiene riesgo de embalsamamiento, un documental del Canal Historia presentado por Victoria Prego. Y por otro lado, y esto es casi peor, los guardianes del quincemayismo. No hay expresión artística, fenómeno político, o creación interesante a los que no le salga inmediatamente una guardia pretoriana que se erige en padre, intérprete, defensor, cómplice y hasta cuñado de la cosa. Empiezan a repartir carnets de quincemayistas, te cuentan los que estuvieron y los que no, y quien está legitimado para hablar del asunto. Tienden a hacerse pesados y, sobre todo, son el peor enemigo del 15m, porque prefieren antes vivir de su cádaver que permitirle crecer y sumar gentes y experiencia.
El 15m fue un hito fundamental en la maduración de nuestra democracia, y no hay que dejar de recordarlo y tomarlo como referencia. Pero sobre todo hay que ponerlo en práctica, los que creemos en la profundización democrática debemos seguir sus principios y actualizar sus prácticas en los retos que tenemos ante nosotros. Ni ponerle velas al santo, ni convertirlo en un arcano para iniciados, el 15m somos todos y todas las que creemos que sí se puede y lo intentamos. Estuviéramos haciendo lo que estuviéramos haciendo aquel día de hace ahora diez años.
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