El guante
Estaba ya con el pantalón de deporte, la camiseta, y buscaba los guantes para irme a la sala de máquinas. Tengo las manos delicadas y en cuanto no me los pongo me salen ampollas, siempre me ha pasado. Escudriñando en el bolsillo lateral saco uno de los guantes, uno de esos sin dedos, ya están bastante gastados, la almohadilla de la palma muy resquebrajada. No recordaba lo mucho que huelen estos vestuarios, a sudor, a humedad, a cuerpos. Por más que busco no encuentro el izquierdo, debió caerse la última vez, seguro que ya no lo recupero.
Tendré que comprarme otros guantes. Las tiendas de deporte son otra cosa, esos brillos. Me encanta adentrarme por sus pasillos, los colores planos, perfectos, las imágenes, el movimiento, la libertad. Yo necesité unos guantes y unos me compré, pero no sabía nada más, y la verdad es que eran muy normalitos. Después vi a los de halterofilia, u otros que tienen guantes con muñequera, me recordaban los carteles de la guerra civil española o la revolución rusa, con aquellas manos obreras enormes. Ahora buscaré uno de esos, y ya de paso otros pantalones y alguna sudadera.
Escudriño un poco más y, en la esquina del bolsillo, los encuentro. Sigue el olor, esa neblina y los charcos. Me los pongo, subo a la sala y me hago treinta minutos de cinta.
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