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Ángel Ramírez

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La vida se ha vuelto un poco rara y nos dedicamos buena parte del tiempo a dejar constancia de ella. Nuestra vida es la que vivimos y el relato que hacemos de lo que vivimos, no ya porque sea nuestra imagen pública, si no porque es parte fundamental de nuestra imagen íntima. Hacemos tantas cosas que nos resulta imposible vivirlas, mucho menos recordarlas, así que no paramos de hacernos fotos, selfies, grabar vídeos y contar lo que hacemos en las redes, y a los pocos segundos ya no sabemos si nuestro recuerdo de la experiencia viene de ella misma o de esas imágenes y relatos que hemos producido.

Todo se ha vuelto tan intenso que necesitamos ser unos cuantos para vivirlo. Nosotros somos nosotros; más ese otro ojo que nos mira y nos cuenta, una especie de cabeza caliente que nos sigue y reconstruye nuestra vida para que resulte mucho más interesante de lo que es; y por último un guionista que intenta estar a la altura de los tiempos. Sin todo eso nuestra existencia es plana, estamos fuera del mundo e incapaces de reconocernos. Cuando dudamos abrimos nuestro perfil, o miramos el archivo de fotos del teléfono y de nuevos sabemos aproximadamente quiénes somos y podemos seguir con nuestra vida. Nos hemos convertido en una obra de arte, y nuestra función en la vida es ser buenos constructores de una historia.

Hoy a las nueve de la noche se inaugura en el Palacio de la Merced una exposición de Ocaña, José Pérez Ocaña, uno de los primeros monumentos artísticos de los que tengo recuerdo. Supe de él por una hermosa película documental en la que él contaba su vida, sus inquietudes, su amor por la libertad y por las vírgenes de su pueblo, Cantillana. Tenía también obra, hoy la podremos conocer, pero yo no veía más que Ocaña, alguien interesantísimo, brillante, sensible. Él, junto con Nazario ( también inaugura hoy exposición en Vimcorsa), fue de los primeros en salir a la calle a reivindicarse, a defender su identidad libre, esquiva, plural, en unas Ramblas que no eran el espanto turístico en que se han terminado convirtiendo. Ocaña, además, tuvo la desgracia de tener el mejor y más cruel de los guionistas, después de una vida corta e intensa, ese “mariquita andaluz” como le llamaba Carlos Cano, se disfrazó de sol celebrando el carnaval de 1983 en su pueblo, el disfraz se prendió fuego, y así murió.  A ver quién lo mejora.

Nota: Representación de Oh Vino, en la última actividad organizada por Luneados. Fotografía de Lola Caro

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