Vila Real de Santo Antonio
El siglo XVIII deja un nuevo concepto urbanístico hecho realidad gracias a terribles desastres como el terremoto de Lisboa de 1755. Portugal, nuevamente rico con el oro del Brasil y el comercio de su imperio protegido por los ingleses, da cuenta de las nuevas e ilustradas ideas que rescatan las ciudades clásicas greco-romanas, basadas en manzanas perfectas y rectilíneas calles, solo rotas por plazas equilibradas. En fin, la perfección hecha plano urbano. Un plano que un siglo después se vería en los ensanches burgueses nacidos en Francia y desarrollados luego en el Eixample de Barcelona y barrios como el de Salamanca, en Madrid.
Pues bien, en el sitio más insospechado (solo conocido antes por ser sitio para comprar toallas), a orillas de la desembocadura del Guadiana y en un rincón olvidado por la autopista y el puente interfronterizo que une Huelva y el Algarve, está Villa Real de Santo Antonio, uno de los más curiosos experimentos arquitectónicos de la Portugal del marqués de Pombal. Como haría en la Baixa de Lisboa, Pombal, ilustrado aristócrata/urbanista parte de cero en este pequeño núcleo pegado a España, arrasado por el temblor de 1755 con tsunami incluído y construye un cuidado conglomerado de manzanas de casas abuhardilladas que bien merecerían algún reconocimiento internacional por su valor patrimonial. La ciudad en si se construyó en apenas unos meses (dicen que 5), a base de piedras y piezas prefabricadas en Lisboa que llegaron aquí en barco y se colocaron de manera tan perfecta que en nada se han movido tras más de 300 años. El objetivo: crear una ciudad para el comercio transfronterizo, el cuidado de las aduanas y el desarrollo pesquero.
La ciudad ha seguido creciendo pero lo que nos interesa, el núcleo pombalino, apenas agrupa una veintena de manzanas dispuestas en damero. Al este queda la orilla del Guadiana y el puerto, hecho casi mar y al oeste la fértil campiña del Algarve y su espectacular costa mirando al Atlántico, con eternas playas de arena blanca. Aquí hay mucha información aportada por viajeros.
Paseo por el dieciocho portugués. Lo mejor para conocer Villa Real es arrancarse por un paseo desde el puerto deportivo, con preciosas vistas al Guadiana, sus marismas y justo delante, Ayamonte y el extremo oeste de Huelva. En este frontal al río, con un precioso paseo que sirve de acceso al puerto deportivo, verás una perfecta línea de casas con fachadas pombalinas, preciosos marcos de piedra, buhardillas y tejas, cuya armonía solo rompe algún que otro torreón con cierta influencia indiana (se nota la mezcla de elementos que venían de las colonias portuguesas de Asia). Desde ahí se alcanza en un par de minutos la Plaza Marqués de Pombal, genialmente conservada y las grandes arterias comerciales de la ciudad: las Ruas 5 de Outubre y Teófilo Braga. Este era el paraíso español para comprar toallas y textiles hasta hace un par de décadas. Ya no tiene el ambiente de lugar de visita exprés para comprar gangas pero ha sabido conservar su vida comercial a base de reconversiones más o menos afortunadas. Verás desde tiendas de souvenirs, a locales de menaje para casa aún a precios y con diseños interesantes. En torno a la plaza no te pierdas la iglesia parroquial, un sencillo templo del más puro y racionalista neoclásico portugués, el Ayuntamiento y la Casa da Guarda. El conjunto es simple, bello y cargado de armonía.
Paseo por el litoral. A menos de un par de kilómetros al sur te encontrarás con el litoral del Algarve que se enfrenta al océano sin prejuicios. Por delante un larguísimo cinturón de arenas doradas que conforma una playa casi eterna, solo rota por algún que otro espigón y algún que otro humedal. La destrucción originada por el turismo de masas no ha sido tan bestia como en España lo que permite disfrutar aún de kilómetros de costa casi casi virgen. Junto a Villa Real está Vila Nova de Gacela, Monte Gordo y Altura y más allá, a minutos por autopista, Tavira, a la que ya dediqué espacio y de la que soy fan absoluto desde siempre. En todos estos puntos la infraestructura turística es más que digna. Hay de todo y para todos los gustos y lo mejor es que ni siquiera en verano hay sensación de masificación. Las playas son enormes, no hay mega urbanizaciones cutre-horteras y la gran masa de turistas ingleses y tal se concentra más hacia el oeste, camino de Faro.
Comiendo y comprando comida. No dudes en repostar energías a base de buen bacalao, una cataplana, o un buen pescado fresco en sitios tan concurridos por público español como luso. A Cheminé, en Monte Gordo, es uno de los clásicos que nunca defraudan. En el centro histórico de Villa Real hay pastelerías que rescatan la tradición portuguesa por los bolos, los mega dulces artesanos y el café bien hecho. Y un consejo personal: no dudes en pasarte por un super o ultramarinos y hazte acopio de vinos tintos del Alentejo y Douro (hay muchas más regiones vinícolas interesantes), quesos alentejanos y/0 mantequillas de las Azores (talismanes de la maravillosa calidad agroalimentaria lusa). Entre los locales más concurridos y a buenos precios: Pingo Doce, con aparcamiento y gran surtido de buena comida portu.
Para llegar. Lo habitual es por carretera, desde el puente que cruza el Guadiana y une Portugal y España. Está a poco más de 5 kilómetros. En verano se recuperan los ahora desaparecidos servicios de ferrys, como los que había antes del puente y que conectan la ciudad pombalina con la siempre recomendable Ayamonte.
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