Se acabó el 2021 con todas sus singularidades. También con momentos que guardaré en el cajón de lo que de verdad importa. Y ahora, cuando empieza un nuevo año, es inevitable plantearnos qué cambiaríamos en nuestra vida.
Es entonces cuando empiezan a correr ríos de tinta sobre los anhelos y propósitos. Que si practicar yoga; que si ponerte a dieta y estar cual sílfide; que si dejar de fumar, aprender inglés, correr la media maratón, bailar salsa o claqué y un largo etcétera que puede incluir hasta cambiar de casa, o de pareja. Cambiarte a ti mismo sabes que es imposible. Luego están todos esos otros propósitos sobre la bonhomía. Ser mejor persona, ser puro y sincero, crear una ONG, ayudar mucho más a los demás (como si ya lo hiciéramos) y bla, bla.
Creo que nunca cambié lo que hasta con imaginación proyecté 2 de Enero así que, a esta edad que arrastro, he decidido que es mucho menos frustrante pensar que lo guay es seguir siendo lo que soy y hacer lo que ya hago. Pero con más insistencia, como si no hubiera un mañana. !Virgencita que me quede como estoy!, que caer una y otra vez en lo que ya sé que me gusta, es también un gran propósito vital.
Hacer testamento se convierte para muchos a primeros de año en uno de esos propósitos. Doy fe de ello en el despacho. Llegan como si mañana se acabara el mundo. Como tratando de consumir el último soplo de vida, ordenando de repente la muerte. Y yo me digo ¿después de los gusanos importa algo?.
Testamentos vitales; testamentos ológrafos, íntimos, personales y manuscritos de puño y letra, con cláusulas que de otra manera no serían capaces de ordenar; o el testamento notarial clásico de siempre, con la última voluntad, aunque no sea ni la última, ni la voluntad de verdad.
En este repentino deseo de ordenar la muerte, he visto testamentos con bellos epitafios (“es una casa tan transparente la ausencia, que yo sin vida te veré vivir y, si sufres mi amor, me moriré otra vez” ); testamentos en los que la abnegada esposa, por fin, le decía al marido lo que pensaba en forma de retorcida cláusula testamentaria; testamentos que ponían en su sitio a hijos desalmados e interesados y testamentos injustos, o muy desafortunados. La venganza, aunque sea un plato que se sirve frío, no lo puede ser tanto como para llegar cuando eres ya fiambre.
Vivir en paz obliga a morir de la misma forma. Asi que cuando empieza un año que se intuye cuanto menos diferente, no se compliquen con propósitos que no cumplirán; mantengan la regla de ser lo que son y hacer lo que quieran, sin ofender a nadie; no pierdan el tiempo con quienes no estén felices y hagan justo lo que harían si supieran que mañana se acabará el mundo. El testamento, si eso, otro día. Y recuerden, nadie es dueño de nuestro destino y menos de nuestra riqueza.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
0