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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

El niño de Canet y Rita. Los lapidados

El niño de Canet y Rita

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El fanatismo religioso o ideológico preside gran parte de los actos violentos que copan el telediario; de las palabras y mensajes agresivos que como piedras en una lapidación inundan las redes cada día.

Hay un documento, “ Carta por la compasión ” de Karen Amstrong, premio Princesa de Asturias 2017, pensadora e investigadora sobre el rol de las religiones en el mundo, que habla de la única regla de oro, la máxima común e indiscutible de todas las religiones: la compasión. Es simple, “ no hagas lo que no querrías que te hicieran a ti ”.

Los grandes héroes de la compasión - Confucio, el rabino Hillel, Jesús, Mahoma o Buda - vivían en sociedades violentas y difíciles, nada idílicas, cada vez más parecidas a la nuestra, en donde el egoísmo y la codicia hacían mella y todos, sin excepción, coincidieron en lo mismo. Hay que ponerse en el lugar del otro, sufrir si lo hace, “sentir con”. No hay religión que se sustraiga a la regla de oro: no impongas a los demás lo que tú mismo no deseas; trátalos siempre como te gustaría que te trataran a ti.

Y todo esto enlaza con el espectáculo cruel al que asistimos a diario por el acoso y derribo de los que diluidos en masas cobardes, causan tanto daño a personas inocentes, incluso a niños, que encima ni son culpables, ni lo serán nunca. En el código moral de cada uno de nosotros debiera venir inscrito con letras de fuego indelebles que, además, todos somos inocentes mientras no se demuestre otra cosa y que la infamia tiene un precio.

El niño de Canet de Mar y el brutal acoso mediático de los que incluso quieren que se conozca su cara, donde vive y a que se dedican sus padres. Para hacer más daño. ¿No tienen hijos? ¿No son capaces de sentir que podria ser el suyo?. El mosso Albert Donaire, que ya declaró en el 2019 en el TS y que fue el que dijo “ Siempre a su servicio, Puigdemont”, ese mismo, va ahora y jalea “hay que dejar solo al niño en clase”. Como lo oyen.

O Rita y el rotundo archivo del “pitufeo valenciano”. ¿Habrá quien mire ahora al cielo? ¿Nadie se puso otrora en su lugar?. Una alcaldesa que lo fue 24 años, seis mayorías electorales consecutivas y se la cargaron con falsas verdades, trampas y derribos planeados. Y ahora cuando los tribunales hablan es -siempre- tarde. Lo peor no es la crueldad de los que la lapidaron, sino la falta de compasión de los que la expulsaron de su propio partido. La falsa compasión es peor que ni tenerla.

La compasión requiere mirarnos y descubrir lo que nos da dolor y negarnos bajo cualquier circunstancia a infligir ese dolor a otro. No un día, ni cuando se tienen ganas, sino como señaló Confucio, “todo el día y todos los días”.

Pobre niño, pobre Rita. La verdad no interesa. Solo apedrear mentiras. ¿Dónde está la compasión que nos salva?

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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