Vientos de cambio
Hace tres semanas escasas, escribía el último de mis rebuznos meteorológicos, en el que anticipaba que la avanzadilla veraniega que tuvimos hasta mediados del pasado mes, llegaba a su fin, al menos a un fin transitorio. Al poco, la casi única baja aislada que nos ha afectado en esta primavera, volvía a meter vientos del norte sobre la Península Ibérica, devolviendo ciertos rigores invernales hasta el mismo sur peninsular.
Desde entonces, a parte del paréntesis invernal de comienzos de feria, España, esta España nuestra, ha tomado un camino que muchos de nosotros llevábamos tiempo añorando. En poco más de una semana, este país ha pasado de votar a dos, a disfrutar gozosamente con el abanico multicolor que amenaza con dinamitar los pilares de esta democracia que comenzase con la transacción del 78. Ha querido la dichosa casualidad histórica, esa que con tanto tino tiende a confluir con la alineación planetaria y los intereses de los que siempre han dispuesto, que el que ha ostentado el cargo de Jefe de Estado en los últimos 39 años, por designación digital franquista, haya decidido deponer el puesto en favor de su hijo menor.
Entramos así en esta nueva era democrática, año 2014 después de Cristo, con un ritual medieval que convierte la soberanía nacional en un paquete hereditario por fundamentos estrictamente reproductivos. La herencia de un país que hunde su legalidad en la transferencia de genes que hace 47 años se diese entre dos individuos bajo (o sobre) las sábanas de alguna cama isabelina. Un hecho que nos sitúa directamente en las antípodas de esa cosa llamada democracia, y que con tanto afán, quienes andan estos días blindando el traspaso de la Casa, dicen defender.
Llámennos locos a quienes añoramos la República, llámennos locos a quienes lejos de la imposición republicana, tan sólo ansiamos un debate sereno acerca de la idoneidad monárquica en pleno Siglo XXI y una pregunta vinculante que desengrase las bielas de un país que se descompone a marchas forzadas por los resortes soberanistas. Pedimos, sí, un Parlamento que tenga a bien debatir, plantear y abrir un proceso constituyente, dentro de la más estricta legalidad y transparencia ciudadana, tan legal y transparente que declare ilegal la última de las reformas que con nocturnidad, alevosía y oscuro entendimiento, obligaron a anteponer el pago de deudas ilegítimas por encima del propio bienestar soberano, por parte, como no, de los mismos oscuros partidos que blindan el traspaso Real y que el 25 de mayo comenzasen un proceso de dilución parlamentaria sin marcha atrás.
Lo más probable es que nada cambie, o que el proceso de cambio sea una mera capa de maquillaje respecto a quienes en verdad son propietarios de la soberanía nacional, pero la fresca brisa que comenzase a soplar el pasado 25 de mayo, supone al menos, un interesante viento de cambio por el que merece la pena soñar, si el verano que ya está aquí, claro está, nos permite conciliar.
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