Martes Santo

Recuerdo una Semana Santa donde el silencio era uno de esos elementos inmarcesibles, que dotaban de personalidad, atmósfera y hasta espiritualidad, oscura espiritualidad, para aquellos que en los 80 y 90 aún retenían algo de fe. En la que hoy llena las calles, lejos de la intimidad que pudiese encontrarse según qué momentos, el silencio sólo se escucha cuando retumban los tambores con tono de épica romana.

Esta semana, a ojos de un ateo manifiesto, aún guardaba algo de folclorismo bien medido, pero que con el devenir de los tiempos, cierta impostura ideológica e impulso institucional puramente electoral, ha llenado las calles de tipitos que uno no alcanza a comprender. La sobreabundancia de banderas, exaltación del tópico y una línea estética un tanto añeja , ha expulsado a esa extraña minoría, que arrinconada en su propia ciudad, clama al cielo por el secuestro de un tiempo, que lejos de lo que pudieran creer, no detiene el pulso que sigue viviéndose en barrios ajenos al desfile, siguiendo su propia celebración primaveral.

No tan lejos de la Carrera Oficial la vida sigue, dependiendo como los primeros, del estado del cielo. Los paseos se llenan, bares y terrazas hacen caja según llueva o salga el Sol. El de hoy, cenit de la Semana de Pasión, pasará por ser, amén del último de marzo, el más caluroso de la presente semana, y muy posiblemente como uno de los más cálidos que vayan a registrarse sin haber pisado aún abril.

Tanto si forman parte de la bulla en el Casco Histórico como si vegetan de puesto en puesto de caracoles, no abusen del abrigo y provisiónense más bien de ropa ligera. El de Azores sigue rondándonos, hoy más que nunca, trayéndonos hasta el pescuezo un tomate anticiclónico que no dejará lugar a Cabildo de Aguas alguno. Un tiempo el de hoy que seguirá, al menos hasta el domingo, regalándonos la que podría ser primera Semana Santa de pleno, desde que abriese San Lorenzo hasta que cierre, en unos días, el portón de Santa Marina.