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Raúl Bravo, con los pies en la tierra de Córdoba

Paco Merino

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No lleva ni tres semanas en el Córdoba. Sólo ha jugado un partido en toda su vida en Segunda División. Fue el sábado pasado, ante la Sociedad Deportiva Ponferradina, en El Arcángel. Salió como titular. El equipo ganó -llevaba 38 años sin un debut triunfal en la categoría de plata- y además no recibió ningún gol, lo que supuso una satisfacción añadida para Raúl Bravo (Gandía, 1981), por aquello de que su función principal es la defensa. La gente le aplaude desde que ve aparecer su pelado cráneo por el túnel de vestuarios. Ya se notó el aprecio del auditorio en el día de la presentación oficial, cuando el veterano jugador salió trotando entre cañones de fuego para colocarse en un atril en el centro del campo, bajo un sol inmisericorde, y posar ante las cámaras. El espectáculo terminó con fuegos artificiales. Y a Raúl Bravo le tocaron las palmas después, en el rato que jugó frente al Almería. Los seguidores le han acogido con ese cariño especial que se profesa a quienes llegan con un expediente lustroso bajo el brazo, pero sin alardear de él. Quizá este Raúl no sea, como diría Mourinho, el Real Raúl, sino el otro. El que formaba parte de ese equipo de “zidanes y pavones” que montó Florentino Pérez a comienzos de la pasada década. Raúl Bravo era del segundo grupo, al que dio nombre su compañero Paco Pavón -ya retirado del circuito profesional-, y ponía lo que había que poner para dar cohesión a la dispersa calidad de la celebrada constelación de estrellas. Aquella historia del cemento y el mosaico, que decía Jorge Valdano. Hace falta un coro detrás para que canten los solistas. Los galácticos, les llamaban.

Raúl Bravo estuvo allí. Los seguidores blancos recitarán de carrerilla esta alineación tipo: Iker Casillas, Michel Salgado, Iván Helguera, Fernando Hierro, Roberto Carlos, Figo, Zidane, Flavio Conceicao, Makelele, Raúl González y Ronaldo (The Real Ronaldo). Entrenador, Vicente del Bosque. Ganaron la Liga, la Supercopa de Europa y la Intercontinental. Y lo mejor del asunto: el Barcelona quedó sexto. Raúl Bravo tenía 21 años y metió la cabeza en un par de encuentros oficiales ese curso. Al siguiente, actuó en 32 ocasiones y alcanzó el rango de internacional absoluto. Estuvo en la primera plantilla del Bernabéu seis temporadas consecutivas, lo que tratándose de un chico de la cantera y con nacionalidad española debe interpretarse como un récord en esta entidad, históricamente tendente a comprar el producto hecho en lugar de cocinarlo. A Raúl le dio tiempo a amasar un palmarés excepcional: una Liga de Campeones (2001-02), dos Ligas (2002-03 y 2006-07), dos Supercopas de España (2001-02 y 2003-04), una Supercopa de Europa (2002-03) y una Intercontinental (2002-03). Luego se marcó al Olympiacos griego y ganó una Copa (2009) y dos ligas más (2009 y 2011). Por eso, principalmente, cada uno de sus movimientos desde que aterrizó en Córdoba tiene la banda sonora del aplauso popular.

La gente sabe que este futbolista ha estado en lugares que otros sólo verán por televisión. También porque todos los que han vestido la camiseta de la selección absoluta merecen el respeto general, sobre todo aquellos que vivieron las épocas más duras. Aquellas en las que la barrera de los cuartos de final era infranqueable. Raúl Bravo lució el escudo  de la selección en 14 ocasiones y formó parte del combinado que disputó la Eurocopa 2004 en Portugal, de infausto recuerdo para el fútbol nacional. Fue Iñaki Sáez el seleccionador que apostó por un futbolista que después de aquella cita lusa nunca regresó a las convocatorias de La Roja.

En los dos últimos cursos ha estado enrolado en el Beerschot Antwerpen, de la Liga Belga, donde parecía despachar sus últimas peonadas como defensa multiusos. Le da lo mismo de central que de lateral, atosigando a su marcador con una presión quizá poco estética pero tremendamente eficaz. En un campeonato europeo de segunda fila, en un conjunto con más historia que presente, sin disfrutar ni mucho menos de la condición de pieza clave, Raúl Bravo miraba de frente el adiós... o el retorno a España. Se interesó por sus servicios el Hércules, pero el asunto no cuajó. La verdad es que sus últimas experiencias en España habían sido frustrantes. Del lujo del Real Madrid pasó a las penurias en los vestuarios del Numancia -padeció un descenso a Segunda- y del Rayo Vallecano, donde los planes no le salieron como pensaba. Tuvo que hacer las maletas para encontrar un destino profesional. Cuando era más joven, le mandaron a Inglaterra para foguearse con el Leeds United. Ya en su madurez, le ofrecieron trabajo en Bélgica. Hasta que le llamó el Córdoba.

“Después de dar vueltas por casi toda Europa, decidí volver a España y la verdad es que el Córdoba tiene un proyecto que me gusta”, contó a los medios de comunicación locales, que acogieron con revuelo la presencia de un nombre conocido, uno de esos fichajes que permiten vender la marca del club en los medios oficiales y afines. Un campeón de Europa llega al Córdoba. Un buen titular. Con matices. Raúl Bravo no viene con los humos subidos, ni con ese talante -que tanto exhiben otros, de los de antes y de los de ahora, en el campo, en el banquillo o en el palco- que puede transmitir -de hecho, lo hace- la sensación de que llegan para hacerte un favor. “Para mí, después de la trayectoria que he llevado en mi carrera deportiva, conseguir un ascenso sería muy bonito”, resaltó en su presentación el futbolista. Contó que coincidió con Pablo Villa, actual entrenador blanquiverde, cuando el de Alcorcón jugaba en el Castilla y Raúl en los juveniles. Ambos, aquejados de lesiones, compartieron horas de dolor en manos de los médicos y fisios de la casa blanca. Luego, sus caminos se separaron. Ahora, el destino ha querido reunirles de nuevo en un proyecto singular. Villa debuta como entrenador profesional en El Arcángel, donde es probable que Raúl Bravo termine sus días como jugador. ¿Con un ascenso?

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