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Aceite de víbora y carne de momia: así era una farmacia “mágica” de la Córdoba del siglo XVI

Una de las páginas del inventario de la botica.

Alejandra Luque

4 de agosto de 2025 20:03 h

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Córdoba esconde historias que no aparecen en los libros, pero que están escritas —literalmente— en tinta antigua, sobre papel rugoso y con firma notarial. Y una de ellas acaba de salir a la luz gracias a la iniciativa El archivo recomienda del Archivo Histórico Provincial de Córdoba, que este mes de agosto ha rescatado un documento tan fascinante como revelador: la escritura de traspaso de una botica de 1564, situada en pleno centro histórico, que nos permite asomarnos a cómo se curaban (y qué creían) los cordobeses del Siglo de Oro. La misma botica aparece documentada más de 200 años después, en 1768, en la misma ubicación y regentada por otro farmacéutico cordobés, Diego Trujillo. Lo que sugiere una continuidad histórica que va más allá de lo simbólico: aquella farmacia estuvo operativa durante siglos.

No estamos hablando solo de una farmacia. Estamos hablando de aceite de víbora, carne de momia, ungüento de lombrices y sangre de toro. De botes de barro etiquetados a pincel. De balanzas, almireces, espejos mágicos y retablos con imágenes de los Reyes Magos. Estamos hablando de una mezcla entre la medicina, la alquimia… y la magia.

El documento, fechado en 1564, recoge un acto aparentemente común: el boticario cordobés Pedro Ruiz de Valencia vende su establecimiento a otro profesional, Gaspar Gutiérrez, procedente de Badajoz. La botica en cuestión estaba ubicada justo frente a la Puerta del Perdón de la Mezquita-Catedral, en una de las zonas más transitadas de la ciudad. Pero el valor del documento no está solo en la compraventa, sino en lo que detalla: un inventario exhaustivo de todo lo que había dentro del establecimiento. Desde el mobiliario hasta los ingredientes más insólitos, pasando por los frascos, las herramientas, y los remedios preparados. Y ese inventario, conservado hasta hoy en el Archivo Histórico Provincial, es una fotografía del pasado más real que muchas crónicas.

Casas frente la Puerta del Perdón donde se encontraba la botica de Pedro Ruiz de Valencia

Una farmacia entre la ciencia y el encantamiento

El inventario menciona, por ejemplo, 89 botes grandes y 59 medianos de barro rotulados, 130 medicamentos “simples”, que eran hierbas medicinales como manzanilla, cáñamo, hierbabuena.; ungüentos compuestos de fórmulas complejas, aceites y jarabes de toda clase -de alacrán, de zorra, de ajos, de momia…-; y utensilios como balanzas, cucharas de estaño, almireces, destiladores, retortas, alambiques. A partir de estos “simples”, se elaboraban los medicamentos compuestos, donde los principios activos habían pasado por algún tipo de procesado. Los había de varios tipos: polvos, jarabes, almíbares, aguas, aceites, emplastos, ungüentos, píldoras, trociscos y electuarios.

El documento también incluye elementos decorativos y simbólicos: un retablo dorado con los Reyes Magos, por ejemplo, colocado en un lugar visible del local. Como si el espacio no fuera solo un sitio para curar, sino también para inspirar confianza, fe y asombro. Y en medio de todo eso, emergen los ingredientes más llamativos: carne de momia egipcia pulverizada, estiércol de lagarto, huesos de ciervo, sangre de toro, ungüento de lombrices… Productos que hoy suenan a brujería, pero que entonces eran medicina respetada. Así, la grasa de serpiente podía aliviar los dolores musculares. En relación a la carne de momia, el Archivo explica el origen de la misma: una confusión en la transcripción. Los médicos persas utilizaban un remedio conocido como mumiya, una especie de betún usado como cicatrizante en heridas y fracturas de huesos. El error surgió de su parecido con el término latín mumia (momia). El concepto degeneró hasta convertirse en “la carne embalsamada de un muerto”. Al principio se “importaban” auténticas momias egipcias, pero finalmente la “materia prima” fue sustituida por cadáveres embalsamados – a menudo, reos ejecutados – para que parecieran verdaderas momias.

Además, la botica era más que eso. En una ciudad como Córdoba, que fue cruce de culturas, las boticas eran también centros de reunión intelectual. Se sabe que algunas, situadas cerca de la Judería, servían de lugar de tertulia para eruditos, médicos, clérigos y viajeros. De hecho, el Archivo Provincial de Córdoba recoge que en una de estas antiguas farmacias tenía su tertulia Cristóbal Colón durante los años que fijó su residencia en Córdoba.

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