Vías rápidas, arreglo lento
En Córdoba hay una decena de vías rápidas urbanas para el conductor, que no para el código de circulación. Dichas calzadas, adaptadas para vehículos motorizados, hacen tanto bien como mal pueden causar. Su empleo diario, a menudo, se lleva a cabo de manera responsable, pero no siempre es así.
No resulta baladí recordar que dichas carreteras de ciudad corresponden a vías de al menos un kilómetro de sentido recto que se conocen como las avenidas de Carlos Tercero, La Arruzafilla, Conde de Vallellano, La Victoria, República Argentina, de América, el Vial Norte en sendas direcciones, Arroyo del Moro y Cañito Bazán.
A estos amplios caminos de asfalto, a los que se le pueden unir cuantos más se quiera siempre que concedan el largo suficiente como para acelerar un vehículo, se convierten en aliados para unir puntos, aunque también pueden servir para la desunión.
En este caso, no se trataría de una desvinculación urbana, sino afectiva, dado que se habla de la vida y de la muerte. El ejemplo más cercano, el arranque de la presente semana, donde la primera de las vías mencionadas sirvió de excusa para albergar uno de los accidentes de tráfico más aparatosos que se recuerdan en fechas recientes.
Dicho siniestro, de consecuencias mayores por la gravedad de las heridas de una de las víctimas, aunque no de momento irreparables, ha estado a punto de segar una vida que en estos precisos instantes se debate entre la recuperación o la desaparición terrena.
Las vías rápidas constituyen un claro ejemplo de la modernización y evolución de las ciudades que, lejos de dificultar sus enlaces internos construyen nexos globales para favorecer el tránsito. El problema reside en el uso de estos canales de comunicación.
La responsabilidad del conductor para con su vida se pone en entredicho cuando este pisa una de estas vías. Si no es por su propia cuenta, la es por la del de al lado, pero, adentrarse en alguna de estas avenidas invita, en ocasiones, a suprimir tiempo de tránsito. Ahí el problema.
Dada la gravedad de las heridas humanas y la proyección maléfica que siempre existe sobre estas calzadas, los organismos reguladores del tráfico deben poner manos en el asunto. Las medidas para paliar futuros accidentes no pasan sólo por la sanción, sino por la concienciación y el incremento de tiempo en su recorrido.
Los ciudadanos deben saber y a la vez reconocer el daño que puede causar un mal uso de estas carreteras. Para con él y para con el prójimo. Las autoridades, más pronto que tarde tienen la obligación de evitar con sus recursos la tentación del pedal, aunque la solución, visto lo visto, tiene un arreglo lento.
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