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Resignados

Víctor Molino

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Con estupor y, sobre todo, pena. Eran las 21:15 de anoche cuando el que escribe, acostumbrado a echar el antepenúltimo vistazo a la prensa digital cordobesa se topó en la portada de este periódico con el titular “Una mujer increpa al alcalde y a la ministra en una entrega de viviendas”.

La noticia, una más de las que se podría pensar que habitualmente se vienen sucediendo como consecuencia de la bestial crisis que se vive, adquirió especial relevancia por un hecho demasiado importante como para pasarlo por alto. Que el hecho noticioso en sí tuvo como protagonista a una abuela que, con su nieta en brazos y a la desesperada, denunció un presunto desahucio sobre su hija.

La demanda de la señora, con un testimonio desgarrador que adivina una desesperanza evidente en su contexto familiar, refería entre gritos que “hay padres que no disfrutan de sus hijos”; que su hija no para de trabajar; y que ésta va a ser invitada a abandonar su propia casa.

Esta mujer, con las formas perdidas y sin prejuicios, no tuvo reparo a la hora de lanzarse al fango de la multitud en un acto donde, en principio, la máxima autoridad municipal y la máxima autoridad de Fomento, José Antonio Nieto y Ana Pastor, respectivamente, iban a repartir (así lo hicieron) 155 pisos para mayores en la capital cordobesa.

La señora, una superabuela anónima de otras tantas que permiten que sus hijos o hijas puedan seguir abriéndose camino al cuidar de sus nietos, puso en entredicho algo más que una presentación.

Esta mujer, símbolo claro del sufrimiento de miles de familias, mostró con su acción la verdadera cara del desánimo y de la angustia global. Porque, por muchos barnizados que se quieran realizar sobre la realidad en los medios de comunicación o desde la tribuna política, el contexto continúa siendo muy desfavorable.

En una sociedad donde se desmenuza a la clase media para descuartizar su miserable economía; donde las clases bajas comienzan a vivir en el soterramiento; y donde aún no hay claro un modelo de producción que propicie un resurgimiento de la actividad económica, ¿cabe esperar algo diferente a lo protagonizado por esta mujer?

Sin entrar en la pertinencia o no del hecho advertido, el que escribe (se intuye que como el que lee) aún contempla con espanto una realidad que no acaba de mejorar. Demasiada resignación aún por delante. Mal pronóstico, peor remedio. De momento, no se augura reparo.

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