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Caballerizas, reales

Víctor Molino

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Hubo un tiempo pretérito donde los reales no aludían sólo a la certidumbre de los hechos verdaderos. En esa etapa, se acuñaban monedas de vellón y cobre cuyo valor correspondía a treinta y cuatro maravedíes.

Dichas piezas, aceptadas como unidad de cuenta y medio de valor, transitaban por Castilla desde los años de Fernando IV y hasta la propia etapa de los Reyes Católicos. Un real venía a valer la tercera parte de otro de plata, aunque su cuantía oscilaba dependiendo del período de uso.

De manera parecida, se puede decir que en estos días, el valor de uno de los edificios más emblemáticos de la capital cordobesa, Caballerizas, adquiere la misma permuta que los reales.

Tras más de media docena de siglos desde su puesta en funcionamiento, Caballerizas Reales está siendo objeto de pujanza por tres empresas –o colectivos agrupados- que pretenden adquirir una concesión administrativa para una explotación en precario.

El mencionado recinto, construido bajo el mandato de Felipe II, que en 1570 sirvió de cuna para el nacimiento del Pura Raza Español, vuelve a estar de moda, además, por la dimensión que adquiere uno de los debates más rancios sacados a la luz y que atañen a la pertinencia de lo público para con lo privado.

Que existan tres pujantes, concede una importancia aún mayor a la propiedad que suma entre dependencias interiores y exteriores unos treinta mil metros cuadrados de superficie útil para el desarrollo de cualquier actividad, preferentemente ecuestre.

Esta situación, que debe resolverse desde lo público a partir de una suma de méritos y premisas a cumplimentar fundamentadas en criterios económicos y de práctica ejecución, parece mantener en vilo a los vecinos del entorno.

Los mismos, que en múltiples ocasiones han protestado con más o con menos razón, ven aproximarse un nuevo futuro donde sus hogares podrían comenzar a sufrir las consecuencias de una mayor actividad en las estancias de Caballerizas, para lo bueno y para lo malo.

Los lugareños también plantean como excusa para la protesta el hecho de que el propietario saque a una especie de subasta un bien público para que se haga uso del mismo al antojo de quienes lo pueden explotar por esos supuestos méritos.

Todos estos argumentos tienen su parte de razón, pero también la tienen quienes consideran que dicho recinto debe tener un uso parecido al que albergó cuando Diego López de Haro comenzó su perfecta selección animal para que, años más tarde, naciera el Pura Raza Español.

Ofertar para una posterior explotación privada un bien público tiene su riesgo, pero también lo tiene un desuso irresponsable de quienes ejecutan el poder desde el púlpito sufragado por los contribuyentes.

De una manera u otra, parece que, según entienden los gestores municipales, en lo privado hay más conciencia emprendedora, mientras que en lo público, sin generalizar, hay más conformismo.

Sea o no cierta esta premisa, el recinto, en uso, no sólo incrementa el valor patrimonial de la ciudad, sino que sustenta un legado a veces olvidado donde se reconoce a Córdoba como única cepa del origen del equino español. Caballerizas, reales a parte, es una moneda de valor. De mucho valor. Que no caiga en saco roto, anda.

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